SOCIEDAD › ANTES DE ABRIR, LA PLAYA GAY EN MAR DEL PLATA YA GENERA POLEMICA

Discriminadores en su salsa

Está ubicada en el sur, donde están las playas más exclusivas. Prometen que estará habilitada el fin de semana siguiente. Pero en Mar del Plata ya hay quienes lo quieren impedir. Por ahora, sólo hay obreros que trabajan y una procesión de curiosos.

 Por Alejandra Dandan

“En Manantiales también había: tienen el cuerpo igual, con músculos iguales y se contracturan lo mismo.” Ana María Añe es algo así como una especialista en masajes corporales, desocupada y postulante en primera línea para ocupar un puesto por ahora fantasma. Ella está ahí, desde hace horas, esperando en medio de la nada la apertura de lo que será, dicen, un espacio exclusivo destinado a la comunidad gay de la playa. Los dueños del Calú Beach lanzaron el anuncio hace unos días pero ni ellos ni Mar del Plata todavía estaba preparada. El anuncio desató un escándalo entre los lugareños más viejos, en los barrios más cercanos, en los balnearios de los alrededores y entre la población de turistas que desde hace dos días hace procesiones de kilómetros para mirar lo que todavía es sólo un tendido en obras, carpas vacías y donde los únicos cuerpos son cimientos donde se adivinan futuros locales.
“Proyectábamos la apertura oficial para mañana (por hoy) pero al final la adelantamos. Anoche descorchamos champaña”, dice (ver aparte) Roxana Vitale, responsable del área de ventas de la oficina de Calú Travel, la agencia de viajes especializada en turismo gay que atiende en Buenos Aires. Las noticias que corren en la costa sobre este emprendimiento son algo distintas. Para buena parte de los medios locales, el balneario se ha convertido en algo así como la noticia de la temporada. Justamente por eso, Claudia Acerbi, su propietaria, hace dos días ordenó cerrar las puertas principales del balneario. Puertas adentro, en tanto, sólo hay un grupo de obreros que pala en mano siguen trabajando contra reloj para terminar las obras iniciadas hace apenas veinte días. “No se puede –indican los obreros–, no pueden pasar porque todavía no está terminado.”
El emprendimiento partió de aquella agencia de viajes de Buenos Aires que se dedica a explotar el comercio nacional e internacional del turismo exclusivo para parejas gay. “Existía un mercado que estaba buscando un lugar de encuentro para la comunidad gay en la playa, querían un sitio para poder charlar libremente, pero además para estar tranquilos”, dice Roxana. “¿Porque, decime –propone–, si un chico en una playa cualquiera se pone a mirar a otro porque le gusta, seguramente, media hora después, el otro se va a levantar para decirle: ‘¿Oíme, qué me estás mirando?’”.
El podio fue diseñado como zona de exclusión. Está alejado del centro, a unos 400 metros del Faro, sobre el camino Interbalneario, donde comienza el sector de las playas del sur, aquel tendido de arena donde Mar del Plata se vende vip, cara y exclusiva. El Calú Beach funcionará con credenciales de ingreso, con un costo diario de 25 pesos por persona y promociones de lunes a jueves de 100 pesos por pareja. Viernes, sábados y domingos, dice Roxana, las tarifas son de 150 pesos, algo más elevadas. Con esa cuota, los que lleguen contarán con acceso a los boxes de vestuarios, carpas, reposeras, fogones, clases de aerobic y el espacio dance que se está preparando debajo de una carpa.
–¿Teteras? –pregunta–. Las teteras existen, pero eso no quiere decir que vayan a ser lugares para tener relaciones sexuales.
Este tema fue justamente el que despertó ese clima tormentoso entre los opinólogos de la playa. En unos días, la zona de exclusión se convirtió —por obra y gracia de la polémica– en un prostíbulo demasiado abierto y poco privado para los aires tranquilos del verano. Desde la sociedad de fomento del Alfar, María Inés Vera, integrante además del bloque de concejales de Acción Marplatense, fue la vocera de ese movimiento. Presentó un proyecto de ley en el Concejo Deliberante para impedir la apertura del balneario. Entre los fundamentos, Vera mencionó la preocupación de los vecinos del barrio por este emprendimiento, pero además, puso el acento especialmente en aquel sutil asunto, las teteras. “Es obligación del Estado municipal –indican los fundamentos del proyecto– velar y garantizar la moral y orden público, ejerciendo el poder de policía en todos aquellos casos que no cumplan con el mismo.” Para Vera, los dueños del Calú Beach están en ese universo, y sus teteras la sublevan. Cuando se desató la tormenta, los dueños, desde el balneario, desmintieron varias versiones, entre ellas la existencia de las teteras.
–Pero teteras va a haber –dice Roxana, nuevamente–. Pero van a ser un lugar de encuentros, ¿viste los reservados de los boliches? Bueno, algo así, ahí no está permitido tener relaciones pero tampoco nadie está todo el tiempo dando vueltas. Hay controles, pero alguno siempre se les escapa.
Con o sin teteras, o con o sin acuerdo de los concejales, la playa empezará a funcionar hacia el 18 de enero. “Vera no puede hacer nada –dicen en la oficina central–, porque la playa se rentó por cinco años.” El podio tiene la autorización de la Secretaría de Turismo y para que todos se queden tranquilos, estará prolijamente cerrado.
Aunque por ahora, de todo eso, nada. En el contrafrente del balneario, sobre la línea del mar, el Calú Beach está totalmente abierto. Todavía no hay límites, ni cercos, ni gente soleándose. Sólo están los obreros que levantan estructuras al lado de la carpa gigante. “¿Qué será?”, pregunta Aída Sosa, mientras sube una porción de arena hasta meterse en la carpa. “Para mí –especula–, pienso que es algo como un buffet, un buffet gigante para panchos: tienen que hacer alguna cosa con ese centro que tienen ahí.” Aída piensa en un centro de buffet sin saber que debajo de aquel tendido estará la disco del balneario.
Néstor Alvarez y Fabián Fratángelo son dos de los feligreses. Llegaron hace unos días de Bella Vista en plan de vacaciones, visitaron algunas playas desde Mogotes hasta la arenas de Playa Franca. Buscaban uno de esos lugares cómodos, poco concurridos como los de Moria, dicen. Esta mañana sacaron el auto, los lentes oscuros y la mascota, para buscar la promesa de la playa gay en la playa. “Nos dimos cuenta dónde era –dice Néstor– porque habíamos visto las fotos.” Cuando quisieron entrar, no los dejaron. A continuación hicieron aquello que se volvió práctica continua entre los peregrinos. Recorrieron unos metros de más sobre la ruta, buscaron la entrada del arroyo Corrientes, se arremangaron los pantalones, cargaron el perro, agarraron las sillas y caminaron sendero adentro, entre los médanos y los bosques hasta la playa. “Decime una cosa –dice Fabián–, ¿vos pagarías 25 mangos para entrar a un lugar como éste?” Ellos no están dispuestos. Hace años que están juntos, tienen algo más de treinta años y menos complejos y preocupaciones que en otras décadas. Mientras tanto, Ana María Añe, la masajista, sigue esperando.
–¿No sabés a qué hora vendrán los encargados? –pregunta. Todavía tiene el currículum apretado bajo el brazo, pantalones largos, camisa recién planchada, calor y, por lo pronto, varias horas de espera–. ¿Si tengo experiencia? ¿Cómo no voy a tener? Estuve cinco años en Manantiales, otros cuatro en el Astor. Le hice masajes a China Zorrilla y a ¿cómo se llama? Norman Briski, que me dejó diez pesos de regalo.
La lista de los masajeados no se termina. Y ella seguirá ahí, repitiéndola un rato largo mientras espera.

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La playa se llamará Calú Beach, tendrá un costo diario de 25 pesos, una carpa para el dance y no se verá desde la ruta.
 
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