SOCIEDAD › OPINIóN

Macri en una intervención desesperada

 Por Laura Klein *

Hace unos días vi un graffiti en la calle que me cortó el aliento. Quizá llevaba semanas allí. Se refería a Macri y a sus desgraciadas relaciones con el aborto no punible. “Macri: que Dios le dé a tus hijas el doble de lo que le hacés a la mujer que pide abortar”, escribió alguien en una pared de la Ciudad.

Necesité revisar los diarios para recordar cómo habían sido exactamente las cosas en el caso al que la pintada hacía alusión: quién había hecho qué, en qué momento, quiénes eran responsables y de qué, a ver si esto me ayudaba a procesar el impacto que me causó el graffiti.

Comparto con ustedes una breve cronología de los hechos con todos sus incidentes:

El 1º de octubre, con un embarazo de nueve semanas, una mujer se presenta en la guardia del Hospital Ramos Mejía. Allí cuenta que había sido capturada por una red de trata de personas el pasado 26 de julio en una vivienda del barrio de Belgrano, adonde había concurrido atraída por la promesa de conseguir un trabajo como auxiliar de limpieza en clínicas y sanatorios que resultó en secuestro. Obligada a prostituirse, encerrada en algún lugar de la provincia de Chubut, sólo hacía unos días, el 29 de septiembre, había logrado fugarse de su cautiverio. Como consecuencia de las reiteradas violaciones, estaba embarazada. Se informó de la situación a la Oficina de rescate y acompañamiento a personas damnificadas por el delito de trata del Ministerio de Justicia y a la Unidad fiscal de asistencia en secuestros extorsivos y trata de personas. La mujer, de 32 años y tres hijos, solicitó la interrupción de este embarazo. Justo la semana anterior, el 28 de septiembre, y cumpliendo con lo dispuesto por la Corte Suprema en marzo de este año, la Legislatura porteña había reglamentado la realización de los abortos no punibles en la Ciudad. Amparados y obligados por esta legislación, los médicos establecieron fecha y hora para practicar el aborto: el martes 9 de octubre a las 8. Sin embargo, algo sucedió en la víspera: la mujer fue víctima de un escrache en su domicilio y a la mañana siguiente otro frente al hospital donde se iba a realizar el aborto. Y no fueron sólo manifestaciones de repudio. La Asociación Pro Familia había presentado una medida cautelar que fue aceptada por la jueza Myriam Rustán de Estrada el mismo martes 9 de octubre (el viernes se había presentado a otro juez y había sido rechazada) y el aborto se suspendió.

¿Cómo fue que el caso de esta mujer llegó a oídos justamente de los grupos que podrían llegar a entorpecer la realización de este aborto legal? Todos los medios de comunicación coinciden en este punto: el jueves 5 de octubre, durante una cena de Consenso Republicano, el jefe de Gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri, luego de anunciar que iba a ejercer su poder de veto dejando sin efecto la ley de aborto no punible votada por la Legislatura, contó, no se sabe si deliberadamente o por un descuido imperdonable, que el martes 9 se iba a realizar “el primer aborto legal” en la ciudad de Buenos Aires a una mujer que “pasó por todas las instancias legales”.

Dadas las circunstancias de conflicto y violencia social que produce el tema, no se debía revelar dónde y cuándo iba a realizarse el aborto. Está claro que no es lo mismo que revelar dónde se hará el primer trasplante de médula ósea. Esta infidencia tuvo gravísimas consecuencias: no sólo violaba la intimidad de la mujer violada, dejándola en una situación de tremenda exposición a merced de las acciones de los fanáticos antiabortistas, sino que la puso en riesgo frente a los tratantes de los que escapó.

¿Cómo es que Macri se entera cuando se realiza un aborto legal en un hospital? ¿Cómo funciona esta red de infidencias que va desde los centros de salud pública a las asociaciones que militan para impedir la realización de los abortos legales, pasando o no pasando por el Gobierno de la Ciudad?

El 10 de octubre representantes de la mujer violada apelaron la medida cautelar que suspendía la práctica del aborto. Ese mismo día legisladores y comuneros elevaron una denuncia penal contra el jefe de gobierno porteño por incumplimiento de sus deberes de funcionario público, al haber hecho públicos datos privados y sensibles sobre la interrupción del embarazo que posibilitaron frenar la intervención.

Fue necesaria una nueva intervención de la Corte Suprema, dos días después, para obligar al Gobierno de la Ciudad a cumplir con carácter de urgencia lo que dicta la ley. El 14 de octubre se realizó finalmente el aborto a la mujer. El 24 de octubre, a través del decreto 504, el jefe de gobierno porteño ejerció su poder de veto y rechazó la norma votada por los legisladores porteños sobre la no punibilidad de la interrupción de embarazos en casos de mujeres violadas, tal como lo había prometido en la cena de Consenso Republicano.

“Macri, que Dios le dé a tus hijas el doble de lo que le hacés a la mujer que pide abortar”, releo en la foto que atiné a sacarle al graffiti.

¿Qué tiene que haber sentido alguien para que se le ocurra una frase así y se anime a escribirla en una pared? ¿Qué tuvo que haber vivido? ¿Qué tienen que ver las hijas con lo que hace su padre, con las decisiones de poder con que el jefe de gobierno porteño incide sobre los cuerpos, la vida y la muerte de las mujeres de nuestra ciudad?

Más que un deseo de venganza, esta maldición parece ser un grito, una intervención desesperada contra la impunidad. Pero, entonces, qué es lo que produce tanto rechazo del graffiti: ¿los propios (malos) sentimientos? ¿la injusticia contenida en esa frase? ¿el temor de sentir que esa frase cae sobre los culpables, o sobre los que la pronuncian, o sobre los que la hacen suya en silencio? ¿O sobre todos ellos juntos y fulmina como un rayo?

Quien se sienta vulnerado por esta pintada, quien crea que flota un mal deseo sobre la familia del jefe de la Ciudad, es porque sabe o piensa que éste ha sido cruel, injusto, al menos hipócrita, despreciativamente indiferente o directamente despiadado. Y esto hace que la pintada se vuelva revulsiva y produzca temor.

Qué habrá querido exactamente quien hizo la pintada, es difícil saberlo. El texto es tan contundente como ambiguo. Lo que se desprende a las claras es que, a través del miedo, pretende hacerle un careo al jefe de Gobierno de la Ciudad: que se enfrente con las consecuencias de sus actos, que dé cuenta de que sus decisiones caen pesadamente sobre personas concretas, con una cara, una historia, un cuerpo y una sola vida, igual que la de cada una de las mujeres de su familia.

¿Acaso aplicaría la misma decisión a sus hijas, su esposa, sus hermanas, si sufrieran un embarazo tras una violación?, parece preguntar el graffiti en un silencio que no puede dejar de oírse. La inquietud que genera interrumpe por un momento el blablá, la inercia con que circula la opinión, la indignación con que nos llenamos la boca y nos enorgullecemos de nosotros mismos.

Lo extraño es que entre estos dos actos suene más cruel la voz que surge del fondo anónimo del resentimiento y le desea al gobernante que sus hijas sean también destinatarias de sus decretos, que el decreto mismo que condena a abortar clandestinamente a una mujer ya condenada por la vida a demasiado sufrimiento. Parece más feroz una intervención contra la impunidad que la impunidad misma.

Tampoco me queda claro si lo que busca esta pintada se dirige más al jefe de gobierno metropolitano y a su entorno que a contagiar a los habitantes de la Ciudad. Como si este graffiti quisiera ser el puntapié inicial de un alerta colectivo: para que cada decisión vital o mortífera que cada funcionario, juez, médico o pinche tome sobre las vidas de otros les rebote como un boomerang sobre su propia vida o sobre la de sus seres cercanos.

Alguien a quien ya no le quedan más recursos sale a la calle y escribe una maldición en la pared: “Macri, que Dios te dé el doble ...”. Estas palabras ya no quieren denunciar. Las denuncias de la impunidad, multiplicadas cotidianamente hasta el infinito, apiladas unas sobre otras, neutralizándose entre sí, una tras otra, entre la ineficacia y la impotencia, ya no tienen ninguna fuerza. Esas palabras pretenden hacer justicia.

Porque a nadie le es liviano maldecir. Tampoco abortar.

* Licenciada en Filosofía, ensayista y poeta.

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Imagen: Pablo Piovano
 
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