SOCIEDAD › PAGINA/12 CON PATCH ADAMS EN UN HOGAR DE MENORES DEL CONURBANO

Un médico payaso para curarse con la risa

El hombre que inspiró el personaje que interpretó Robin Williams llegó a Buenos Aires para difundir su propuesta curativa, basada en la risa. Ayer jugó durante una hora con chicos internados en un hogar: no habla castellano pero se expresó con el idioma universal de los payasos.

 Por Pedro Lipcovich

Llegó el médico-payaso a Buenos Aires y Página/12 lo vio en acción. Hunter “Patch” Adams se estrenó en el más difícil de los lugares: visitó un hogar para chicos abandonados, en el Gran Buenos Aires. Salió bien de la prueba y, si los actos de su personaje pueden ser expresados en palabras, su mensaje sería más o menos así: existe un vínculo que contribuye a curar los males del cuerpo y del alma; ese vínculo no es de palabras sino del gesto, la risa y el contacto entre los cuerpos, y el personaje que mejor puede concretarlo es el payaso. Patch Adams es el hombre a partir de quien se modeló el protagonista de la película que protagonizó Robin Williams en 1999. Actualmente recorre el mundo difundiendo su propuesta curativa, que ha encontrado seguidores y reformuladores en distintos países, incluida la Argentina.
A las seis menos diez de la tarde, en una combi, acompañado por otras personas vestidas de payasos, Patch Adams llegó al Hogar Alborada. Vestía sombrero verde con un patito verde y amarillo, zapatones, medias, una especie de pollerón de payaso, bigotes auténticos, enhiestos, y la consabida nariz colorada. Colgando del cuello, un gran chupete. Prendido al pecho, una roseta con la palabra “Friend”. Adams mide 1,90 y tiene 70 años.
El Alborada alberga a adolescentes derivados por juzgados, en general a partir de situaciones de abandono familiar. ¿Cómo vincularse con chicos previsiblemente recelosos, en una única visita y desconociendo el idioma? Adams lo consiguió a golpes de payasada.
He aquí al payaso, robusto, con sus casi dos metros, queriendo hacer de torero con la cocinera y llorando, nariz contra el suelo, como lloran los payasos, cuando ella no quiere o no puede jugar, hasta que la mujer acepta. Risas. He aquí al payaso que se acerca a un chico pero el chico se escapa y el payaso lo persigue, corre de rodillas por el patio, todos ríen y el perseguido también, antes de meterse en el cuarto, apenas vislumbrado, donde se alinean las camas superpuestas del hogar que no es hogar.
Pero insiste el payaso, sostenido por las risas. Y toma a uno, dos, tres, chicos, los abraza, pretende formar un montón. El payaso habla el idioma de los payasos, hecho de gestos y ruidos guturales y sólo pronuncia una palabra universal: “¡Okey!”. Y convoca, ahora los chicos no escapan de sus brazos enormes y acceden al montón de cuerpos rientes que forma el payaso: son cinco, seis chicos que ríen apretujados con él y después, cuando el payaso deja el montón, ellos siguen. “¡Ten!”, uno de los adolescentes hace gala de su inglés y sí, habrá que formar un montón de diez y el payaso acuerda, se entusiasma, se exalta, busca, juntan más y llegan a los diez que ellos mismos se propusieron llegar a ser.
Nada impide admitir que, en presencia del payaso, algunos de estos jóvenes han experimentado una dimensión del cuerpo que antes no habían conocido: un contacto entre cuerpos que no es el de la pelea ni el del sexo ni el de la garra policial; no es el pautado contacto de los exámenes médicos ni tampoco el del amor. Se aproxima al que puede haber en la amistad pero es más y distinto: el que sólo puede permitir y promover un cuerpo ficcional como el del payaso.
Uno de los responsables del hogar comentó: “He visto otros que trataron de acercarse a los chicos pero éste es el único que no arrugó nunca, que se acerca sin ningún tipo de vergüenza y que logró que se divirtieran, se aflojaran y lo respetaran a la vez”.
Adams también dialogó con algunos de los chicos a través de una intérprete y quizá las palabras, o la traducción, no resultaron tan propicias. Le ofreció, en broma, el chupete que le colgaba del cuello. El chico, de 14 años, lo rechazó y el payaso le preguntó qué usaba, ya que no chupete, para relajarse antes de dormir. El chico, con embarazo, no supo qué contestar. El payaso le ofreció acariciar un pescado de juguete que tenía en la mano, le habló de la paz que suscitan los animales domésticos,difíciles de poseer en un hogar como ése, y le preguntó, nada menos, cuál era su sueño. El chico se permitió contestar la verdad: “Quisiera llegar a ser alguien”. Enseguida, asustado de sus propias palabras, se redujo a querer ser carpintero; Adams le contestó elogiando la esperanza. Nadie sintió que se hubiera producido un encuentro verdadero pero, si bien se entiende, el relativo fracaso de Adams con las palabras ratifica el éxito de lo que en verdad viene a aportar: una presencia física, corporal, como es la del payaso.
Adams, de nacionalidad estadounidense, también se quitó la nariz de payaso para formular algunas declaraciones: “George Bush es un nazi y los dueños de Bush son empresas como Boeing y Enron”; “Estados Unidos hace que haya más chicos pobres y con hambre en la Argentina; “A mi corazón le duele lo que las trasnacionales hicieron en este país”; “No importan los países sino la humanidad”; “El mundo necesita más risa y más amor. Las mujeres saben que lo principal es el amor”.
Adams visitará también los hospitales Garrahan, Durand y de Clínicas. Y el miércoles a las 19 dará una conferencia en la Facultad de Medicina de la UBA.

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Patch Adams llegó ayer a la mañana a Buenos Aires y por la tarde visitó un hogar de menores en San Martín.
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