SOCIEDAD

Conocer el mar y la playa, el mejor regalo que traen los Reyes Magos

Por un acuerdo entre la CTA y la Secretaría de Turismo, trescientos chicos bonaerenses viajaron a Chapadmalal y se bañaron por primera vez en el mar. A lo largo del verano, serán unos tres mil los que conocerán la playa o las sierras.

 Por Carlos Rodríguez

Ninguno le pidió nada, este año, a los Reyes Magos. Algunos admiten, en voz baja, que no saben lo que significa recibir “un milagro del cielo”. Desde hace unos días, el milagro y el regalo de Reyes es apenas un gran deseo cumplido, una vivencia inolvidable: conocer el mar. “El mar es frío y rebelde.” “La arena juega con los pies y se mete por todos lados.” “El hotel donde estamos es la mejor casa que conocí en mi vida.” “Y... me gustaría haber venido con mi mamá.” Las frases se arremolinan y chocan, como las olas en las playas de Chapadmalal, muy cerca de “donde vive ese señor al que le dicen Presidente”. Algunos de los chicos, de entre 6 y 13 años, vienen de lugares lejanos de la provincia de Buenos Aires, de Avellaneda, Wilde, Florencio Varela, Ensenada, La Plata, Berisso o Ensenada. Otros viven aquí nomás, en Mar del Plata, pero jamás se habían mojado en el mar e ignoraban lo que era “irse de vacaciones”. Todos viven en asentamientos, villas, barrios pobres del conurbano y por eso, tal vez, a pesar de la ausencia del sol disfrutan del agua algo fría y anuncian a cada rato: “Mirá lo que hago en el mar”, del que hablan como si fuera un amigo fabuloso.
Los chicos, unos trescientos, llegaron a Chapadmalal hace casi una semana, mediante un acuerdo entre la Secretaría de Turismo de la Nación y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Durante los meses de verano, se estima que “entre dos mil y tres mil” se irán de vacaciones a los hoteles del Complejo Turístico local o a Embalse Río Tercero, en la provincia de Córdoba. Adrián (13), Jéssica (10), Damara (10), Bárbara (6), Damaris (9), Gabriela (8), Micaela (9), Araceli (8) y Rocío (13) son de Mar del Plata, de algunos barrios periféricos. “Mi mamá trabaja, nunca me puede llevar al mar”, se justifica Gabriela. “Mis hermanos van ellos, pero a mí nunca me llevaron”, aclara Micaela, con una piel bronceada que despertaría la envidia de muchas estrellas “de la tele”.
Los chicos corren, juegan, se mueven como peces en el agua, mientras el resto de los veraneantes más avezados, incluso los de su misma edad, se mantienen alejados del agua fría que viene y va sobre la arena tibia. Se cuelgan de los brazos del fotógrafo de Página/12 y todos quieren verse en la pantalla de la cámara digital que los acaba de retratar. “Lo más copado es el mar y el hotel, que es una masa.” Vistos desde afuera, los viejos hoteles 5, 6, 7 y 8 del Complejo de Chapadmalal dan la impresión de necesitar algún toque de mantenimiento, alguna manito de pintura, algún cambio de tejas, a pesar de que todo reluce de limpio. A ellos no les parece lo mismo. “Estamos bárbaro, la comida es muy rica.” Y abundante, al punto que uno de los chicos estuvo descompuesto de tanto comer. “No estaba acostumbrado a las cuatro comidas diarias”, dice uno de los adultos que los acompañan.
Gisella (8), Melissa (10), Sheila –“con ‘h’ en el medio” es el apunte que recibe el cronista– (11), Antonella (11), Lucas o “simplemente Andy” (11) y Elías (10) son algunos de los que llegaron desde el lejano Gran Buenos Aires. “¡Ay! tené cuidado porque se te ve la colita.” El susurro le llega al oído a una de las nenas. Es su amiga que le advierte que se le bajó un poco la malla. La advertencia, entre escandalosa y coqueta, no toma en cuenta que la foto es de frente y no avanza en ninguna intimidad. Andy, que se dio un toque rubio en el pelo, pide que le hagan fotos a él solo, sin nadie alrededor. “¿Soy o no soy el más canchero de todos?”, pregunta sin lograr convencer a nadie.
Un desplante de Andy hacia las chicas (“son las que más hablan y molestan de noche golpeando las puertas de los dormitorios de los varones”) genera una fuerte polémica. Una de las chicas, abrazada con otra que parece ser su amiga del alma, deschava algunos flirteos incipientes: “Ella (no pida el lector que aquí se revele su nombre) anda todo el tiempo con un chico al que todos le decimos Cara de Huevo”. Como el amor es ciego desde niño, “ella” afirma que el susodicho “no tiene cara de huevo” y se enoja con su amiga, como es natural. Cuando llega la hora de las fotos en conjunto, los chicos, en lugar de decir “whisky” o de “mirar el pajarito”, optan por entonar estribillos reivindicativos que terminan diciendo: “Si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”. Uno de los adultos se ríe ante los aprendices de piqueteros y reflexiona: “Lo que uno hace tiene que ver con el lugar donde nace”.
En uno o dos días, según el orden de llegada, los chicos estarán volviendo a sus casas. Volverán a su realidad, pero el sueño vivido en carne propia los seguirá acompañando por mucho tiempo. Los coordinadores que acompañan a los niños, Roberto Suárez, Susana Vargas, Liliana Godoy, Roberto Moreyra, Claudia Rodríguez, Noemí Acuña y Solange Terceros Sus, creen que la posibilidad de que estos chicos se vayan de vacaciones “es algo grandioso”. Una de las coordinadoras agrega que “es muy importante que ellos hayan podido venir, pero sería mucho mejor que pudieran hacerlo acompañados por su núcleo familiar. Eso serviría para que estos lugares recuperaran el verdadero sentido para el que fueron creados: para impulsar el turismo social”. Con poco, los chicos parecían haber vuelto a creer en los Reyes Magos.

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Los chicos viven en villas y barrios pobres del conurbano bonaerense, La Plata y sus alrededores.
 
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