SOCIEDAD › ROSSANA REGUILLO CRUZ, SOCIOLOGA ESPECIALIZADA EN CULTURA URBANA

La política del miedo

Mexicana, antropóloga social, estudiosa de cómo se vive en las ciudades, hace años que se encontró con el tema del miedo transformado en un eje latinoamericano. En este reportaje explica sus pulsiones y sobre todo su manipulación política en contextos como el del caso Blumberg.

Por Daniela Gutiérrez *

–¿Cómo podríamos pensar, a la luz de sus investigaciones en este campo, los mecanismos que “producen” miedo en términos sociales?
–El miedo es una forma de respuesta ante el peligro, ante la percepción de una amenaza, es en este sentido primario una forma de protección. Pero es siempre, la sociedad, una sociedad concreta, como la argentina en el caso que Ud. me plantea, la que construye las nociones de riesgo, amenaza, peligro y genera sus modos de respuesta relativamente estandarizados. Y hoy, de manera principal, los medios de comunicación realizan la tarea de “proveer”, mejor, construir, las imágenes, lugares, personas y/o procesos con peligrosidad potencial. Lo más importante es que se “aprende a tener miedo” y, en el seno de cada sociedad, los sujetos aprendemos a dotar de contenidos específicos ese miedo y a responder de acuerdo con lo que se espera culturalmente de una persona. Por ejemplo, si hubiera que “aislar” algún factor detonante de los miedos mexicanos diría que éste es la desconfianza: hacia la autoridad principalmente; hacia los otros, hacia la idea de continuidad, hacia las propias capacidades para enfrentar el futuro. El pacto social está roto y esa fisura es el caldo de cultivo para los miedos que nos habitan. Y me parece que no es tan distinto el caso argentino.
–Quiere decir que el miedo no es sólo una respuesta al riesgo.
–Claro, después de varios años de perseguir los dominios del miedo, encuentro que son las dimensiones socio-culturales que intervienen en el proceso lo que importa discutir. Para ello es importante señalar que el miedo es siempre una experiencia individualmente experimentada, socialmente construida y culturalmente compartida.
–Ultimamente podemos ver por televisión programas que muestran en producciones estéticamente renovadas la sordidez de la pobreza, el dolor de la niñez interrumpida que “exotizan” estos sujetos. Pero a la vez los medios ofrecen a esos mismos jóvenes, pobres, presos, niños de la calle o desocupados como peligrosos. ¿Cómo entender esta oscilación?
–Para entender este asunto central es clave recurrir a lo que Norbert Lechner denominó “la apropiación autoritaria de los miedos”, propuesta clave que me ha permitido seguir, por ejemplo, la situación socio-política en California: el tránsito del ex gobernador Pete Wilson a “Gobernator” (por Arnold Schwarzenegger), que han explotado hasta la saciedad el temor de una clase media blanca y católica al migrante. Es evidente que los migrantes se han convertido en el “chivo expiatorio” por excelencia y no sólo en Estados Unidos, en la Argentina por ejemplo, la demonización de la inmigración de países limítrofes es un tema de fondo. El proceso de “visibilización” de los peligrosos no es siempre igual, pero una constante es la colaboración voluntaria o involuntaria que ejercen los medios de comunicación, especialmente la televisión. Todo aquello que no podemos descifrar, entender, nombrar, es generalmente asumido como algo malo y peligroso. Ahí se ve el trabajo político de los propagadores de miedos que encuentran la manera de “nombrar” y dotar de contornos específicos a nuestros miedos. La estigmatización, la demonización, la victimización aunados a la descalificación de ciertos grupos sociales se sostiene en la necesidad de encontrar explicaciones plausibles a lo que sucede.
–Que a la vez sirven de guión a programas televisivos efectistas.
–Es que las violencias se han convertido en el texto fuerte de una realidad debilitada. Me preocupan las respuestas contundentes y unívocas, por lo que me atrevería a decir que hay una interrelación entre la agenda de los medios y los miedos, es decir, no se trata sólo de que la crisis en la sociedad contemporánea configure la agenda de los medios, sino también de señalar la influencia de los medios en la crisis contemporánea. A mi juicio los medios se han transformado en actores de peso completo en la producción y reproducción del acontecer, de la realidad y en nuevos espacios de gestión de la creencia.
–¿Es así como en la Argentina los piqueteros, por ejemplo, que en otros momentos fueron vistos como aliados de una clase media empobrecida hoy son vistos como parte del panorama de la inseguridad?
–Es fascinante, como objeto de estudio, la relación entre medios y miedos, no deja nunca de sorprenderme. Por ejemplo, el relato de la violencia ha sido convertido en una –casi exclusiva– narrativa de la disolución social y pocas veces en los relatos mediáticos aparece la crítica al proyecto de la modernidad y la lógica del mercado. Probablemente sea éste un buen momento para problematizar y redefinir lo que la sociedad argentina considera “violento”.
–Tal vez eso podría ayudar a entender por qué algunas violencias históricas, como la desigualdad social, no causan el mismo efecto movilizador que los secuestros y/o incluso que la violencia institucional.
–En mi propia investigación he podido seguir el tránsito y las transformaciones de aquello a lo que se le atribuye la calidad de violento y encuentro una cuestión clave, no resuelta aún, entre una “mayor sensibilidad” al tema en el momento actual y al mismo tiempo una mayor capacidad o disposición para exponerse a estos asuntos. La atmósfera del miedo reconfigura la agenda de los medios y probablemente la agenda política y legislativa, pero también los medios reconfiguran la percepción y acción a partir de los miedos. Mi hipótesis interpretativa es que los medios están mucho más interesados en las violencias disciplinantes ( “sí, es una pena, lo mataron pero era un delincuente”, “pues sí, es terrible, la asesinaron y torturaron, pero era una prostituta”). Me parece que hay una fuerte necesidad de encontrar y de hacer circular relatos explicativos sobre lo que sucede: las violencias disciplinantes son fundamentales en esta operación.
–¿Funcionarían como explicaciones para lo inexplicable, para hablar de lo que “no se habla”?
–Si algo caracteriza el momento actual, es justamente la densificación de una “atmósfera terapéutica”. De la llamada ingeniería social a la literatura de autoayuda, el contexto se carga de una pesada e itinerante búsqueda de alternativas de “sanación”. El “pensamiento bullet” lo ha llamado Eliseo Colón en Puerto Rico, yo lo llamo “el decálogo para el bien vivir”, los pasos que habrán de convertirnos en más felices, más eficientes, más sanos, más inteligentes, más competitivos, menos vulnerables, menos “malos” y que hoy, pese a la llamada modernidadreflexiva, nos recoloca, ¿inevitablemente? ante un orden binario del mundo: bueno-malo, salud-enfermedad, legítimo-ilegítimo.
–¿En este sistema binario es posible pensar en una “televisión verdad”, que muestra desde los conflictos mínimos en talk shows hasta la tarea de las fuerzas de seguridad?
–Claro, al convertir los dramas cotidianos de la “vida real” en materia prima de entretenimiento le dan contenidos específicos a las pasiones: el amor, la envidia, la venganza, el odio, y obligan a tomar posición.
Al proponer “argumentos” desagraviantes o en agravio de los inculpados, el medio visibiliza las representaciones sobre lo bueno y lo malo, pero siempre a partir de un supuesto de entrada: “lo desviante, lo bajo, lo maligno, lo perverso”. De tal forma el debate está cargado de entrada y sólo hace posible, en el mejor de los casos, la aparición de algunos “atenuantes”: la pobreza o el abandono familiar de los protagonistas (entre los más frecuentes). Es la posibilidad de un juicio popular el que confiere a la audiencia la sensación de tomar parte, de poseer algunas certezas en medio de un mundo en el que escasean las claridades. La desgracia ajena moviliza las pasiones propias, y en esta doble operación, distancia y proximidad, la narración del medio dispara, no la mala conciencia ni la culpa, sino la certeza de pertenecer a una comunidad de “normales”.
–En la Argentina, después de los aciagos días de diciembre del 2001, asistimos a un espectáculo relativamente frecuente: sujetos despolitizados que salen a la calle, como si las ciudades democráticas en las que vivimos fuesen un gran set donde desplegar las justas disconformidades sin dueño. ¿Es posible todavía pensar en revincular la cultura política con quienes habitan las grandes ciudades? ¿Hay lugar para la política en contextos tan mediatizados?
–Tengo la impresión de que este debate comenzó pero no ha alcanzado conductos ni espacios de visibilización adecuados. Hacia comienzos de la década de los noventa ¡del siglo pasado! hubo una fuerte tendencia en varios de los estudiosos del tema a dar por sentado que la tecnologización creciente de la comunicación y la transformación en los modos de “consumo” operaban de manera irreversible una “disolución de lo público”. Pero en los últimos años, la recuperación del signo político de la calle (pienso en el Perú de la caída de Fujimori, en la Argentina cacerolera y piquetera, en el México zapatista, entre otro conjunto de importantes signos) ha obligado a revisar nuestras concepciones de lo público. Por otro lado, hay que ser cuidadosos en el análisis y reconocer que la vigorización de este espacio (el mejor ejemplo lo constituye el movimiento global anti-guerra, que detonó una “conversación” planetaria muy intensa a través de distintos mecanismos, en el 2003), no se traduce necesariamente en un fortalecimiento de la dimensión política.
–A raíz de los secuestros y la inseguridad aquí se habla mucho de “colombianización”, ¿es posible cambiar de signo valorativo la inclusión en la realidad latinoamericana?
–Lamentablemente, la metaforización a la que nos hemos hecho acreedores los latinoamericanos en el texto global no es motivo de alegría ni de orgullo. Colombia se ha convertido para los gobiernos y la prensa latinoamericana (y mundial) en metáfora del horror: “riesgo de colombianización”, anuncian los grandes titulares de los periódicos. Y desde hace un tiempo, “argentinización” es el proceso temible que anuncia el deterioro económico, la corrupción de la clase política, la inviabilidad financiera, la parálisis. El riesgo de “argentinización” se dice, es la expropiación de toda idea de futuro. Más que metáforas folklorizantes y reductoras, son procesos que colocan al centro del espacio de la representación dos asuntos clave: en primer término la idea de “contaminación” y, en segundo lugar, la ratificación constante de queLatinoamérica es portadora de una identidad política deteriorada. Así, se va diseminando la idea de una identidad deteriorada y además se vuelve una forma de ser reconocidos por los otros pero también de autorreconocimiento.
–Tal como estamos: ¿cómo revalorizar la ciudadanía? ¿Cómo dejar de pensarnos en términos de “blancos móviles”, “víctimas en potencia”?
–Dejar de pensarnos como víctimas y asumirnos ciudadanos es quizás el principal desafío en los años por venir, pero el tema no es sencillo. De un lado, es indudable que la globalidad, o la mundialización, promueven imaginarios de distintos tipos que tienden a desplazar lo socio-político en aras de una comprensión cultural del mundo. Del otro lado, habría que celebrar (yo lo celebro) lo que algunos analistas han llamado la “culturalización de la política”. Es decir, la cultura ha venido a revitalizar el ejercicio de una política demasiado acostumbrada a no abrir en sus espacios y agendas temas cruciales para la vida social. Desde las feministas que con gran tino señalaron que “lo privado es político”, hasta los nuevos movimientos sociales, como el de los jóvenes, la irrupción de prácticas, creencias, emociones, han permitido la entrada en el debate de asuntos que se escapaban por las retículas de las grandes instituciones. Sin embargo, es importante reconocer que efectivamente se instala una tendencia a lo que algunos llaman el “pensamiento único” y que esta pugna será larga.
–Ya que mencionó a los jóvenes, es un tema clave en la Argentina, cómo se los convierte en peligrosos en cuanto el tema de la seguridad ocupa el primer lugar en la agenda.
–Los jóvenes han sido convertidos en relato expiatorio (no sólo en la Argentina) y en el “enemigo” del orden social. Los medios, tanto los electrónicos como la prensa, en términos generales, han venido satanizando a los jóvenes, pero no a los jóvenes como categoría universal (que no existe), sino a ciertos jóvenes, a los jóvenes pobres en concreto. Abunda la documentación empírica sobre estos procesos de estigmatización que han convertido en sinónimo “jóvenes y peligrosidad o amenaza”. Pero no se trata sólo del discurso de los medios de comunicación, hay que observar analíticamente también la obsesión legislativa de numerosos congresos en distintos países para la reducción de la edad penal y la creación de la figura jurídica del “delincuente juvenil”. La impunidad con la que las noticias, reportajes, artículos, documentales construyen a los jóvenes como operadores y culpables de las violencias que habitan la sociedad es indignante.
–Del mismo modo suele presentarse a los diferentes, sean migrantes o que pertenezcan a alguna minoría.
–La diferencia ha sido en términos generales pensada como “desviación” y ésa es una tendencia que hoy se intensifica. Pensemos por ejemplo en la técnica llamada “racial profiling” (en buen castellano, “delito de portación de cara”) que acompaña la estrategia contra la delincuencia llamada “tolerancia cero” que fue exportada por las autoridades de Nueva York (por el alcalde Rudolph Giuliani y su jefe de policía William Bratton) a varios países de Latinoamérica en los comienzos de la década de los noventa, cuya cientificidad consiste en cruzar los datos provenientes del perfil racial del presunto delincuente para establecer, entre otras cosas, su grado de peligrosidad. Los medios de comunicación construyen y ayudan a construir cotidianamente el relato de la otredad monstruosa, a través de diferentes géneros y estrategias narrativas: “colombianización” significa adentrarse en las aguas turbulentas de la delincuencia, sinónimo de ilegalidad; “argentinización” es precipitarse en el vacío de una corrupción endémica y del colapso económico; Afganistán no es un país bombardeado y en extrema pobreza, es un criadero de terroristas y asesinos; los favelados o los villeros (habitantes de los cinturones de miseria de Brasil y Buenos Aires) son delincuentes a priori, amenaza constante para la gobernabilidad. Y así en “el paisaje mediático” el Otro queda interceptado por la fuerza de un imaginario global que reedita la producción de la diferencia.

* Area Educación y Cultura de Flacso.

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