SOCIEDAD › RELATOS DE MEDICOS ARGENTINOS SOBRE LA TRAGEDIA EN HAITI

Un viaje al fondo de la oscuridad

Hasta ahora, los muertos que dejó Jeanne son 1050, pero aseguran que serán muchos más. La mayoría de los ahogados son niños.

 Por Martín Piqué

“Esto es Haití, muchachos.” El representante de negocios de la Argentina, Mario Pinto, hace la presentación con la ironía de un militar que recibe novatos. Tal vez se imagina en la piel del coronel Kurtz de Apocalypse Now. A su alrededor, la escena contribuye: se ven helicópteros, containers que se han acondicionado como viviendas, carpas, dos Hércules C130, banderas de Chile y Brasil, enjambres de alambre de púa, generadores de electricidad y, sobre todo, uniformes verdes de la Fuerza Aérea Argentina. En cambio, no se ven negros en la pista de aterrizaje. Lo que parece una simple curiosidad sugiere un dato político. La excepción es el fotógrafo Jorsaint Onondieu, contratado por la ONU para documentar la llegada de la ayuda internacional. Los pilotos argentinos comienzan a descargar los 6700 kilos de carga que envía el Gobierno a través de Cascos Blancos de la Cancillería. Hay potabilizadores de agua, leche en polvo, picadillo de carne, latas, alpargatas y ojotas que, mal que le pese al orgullo de algún funcionario, dicen “made in Brazil”.
Onondieu se acerca con cierta timidez al avión que llegó desde Buenos Aires. En francés, cuenta que hasta ahora los muertos por el huracán Jeanne son 1050. El huracán afectó sobre todo la zona noroeste de Haití, en especial a la ciudad de Gonaives. Allí se encuentran acantonados los 530 Cascos Azules que envió la Argentina para formar parte de la misión de las Naciones Unidas para la estabilización de Haití, conocida como la Minustah. Los muertos en Gonaives podrían ser muchos más cuando aparezcan los desaparecidos. “A algunos, el barro los llevó hasta el mar. El domingo, un piloto de helicóptero chileno vio los cadáveres flotando”, cuenta el comodoro Carlos Mazzocchi, que también es el jefe del hospital de operaciones de la Fuerza Aérea. El hospital está frente al aeropuerto bajo control de la ONU. Es una estructura desmontable utilizada como hospital de campaña durante la guerra de Malvinas. En sus salas están internados cuatro haitianos traídos en helicóptero desde Gonaives.
Recostado sobre la cama, Supplice Batiste –49 años, padre de siete hijos– se sabe bajo las miradas de los extraños. Le cuentan que son periodistas de la capital de Argentina. Tiene el antebrazo vendado por una herida cortante. “Yo quiero hablar”, dice en un español forzado. Luego sigue su relato en creole, el idioma más hablado de Haití, que combina palabras y modismos africanos y franceses. “El huracán pasó y le llevó todo lo que tenía. Dice que cuando estaba en Gonaives los médicos de Brasil, Chile y Argentina lo trataron como un hermano”, traduce Miguel Joseph Lemange. Miguel sólo habla cuando los argentinos le piden que traduzca. Habla creole, francés, español e inglés y nunca abandona el gesto serio, casi intimidante. Después, ante algunas preguntas de Página/12, se revelará como un feroz crítico del gobierno “de transición”, que preside Gerard Latortue. Latortue es un intelectual que vivió siempre en el exterior. Ex funcionario del Banco Mundial, fue electo por decisión del Consejo de los Sabios, un órgano consultivo en el que están representados los principales legisladores y empresarios.
Los pilotos y médicos argentinos parecen estar ajenos a esas cuestiones políticas. El terrible paso del huracán Jeanne por Gonaives no les permite pensar en otra cosa. Las imágenes que han visto recuerdan lo peor de las tragedias. “Había gente que nos dejaba cuerpos de chicos al costado del camino y se iba. Si alguien los reconocía, los levantaba. La gente de Gonaives parece medio insensible pero acá es así”, cuenta José Kloster, médico de la Fuerza Aérea. “La mayoría de los ahogados eran chicos. Jugaban en las veredas y el agua se los llevó”, recuerda Claudio Ortega, enfermero. La situación fue tan dura que en la base se decidió que los médicos y enfermeros se dividieran en dos turnos: los que volaban un día a Gonaives al otro día se quedaban en Puerto Príncipe para reponerse. “El primer día que fuimos una señora tenía una fractura en el tobillo y no se acordaba qué había pasado con sus familiares. Después recordó que el agua se había llevado al padre y a sus dos hijos”, relata Hugo Benítez, cabo principal.
La tragedia de Gonaives no alteró la vida de la capital, Puerto Príncipe. Es una ciudad estratificada hasta la exageración: ubicada sobre una bahía, tiene por lo tanto un puerto que para los turistas es tan peligroso que lo podrían llamar Puerto Prohibido. Cerca de allí está la mítica Cité Soleil, un barrio popular que parece la villa miseria más grande de América latina. Los turistas, voluntarios internacionales, periodistas y funcionarios de la ONU se animan a circular por uno de los bordes de la Cité. Pasando en camioneta, el barrio parece en esa parte una gigantesca feria popular, con puestos en las calles vendiendo fruta, colchones, electrodomésticos, ropa barata y hasta repuestos de hornallas de cocina. El paisaje, lleno de chapas y sombrillas de colores, hace recordar a algunas zonas del conurbano o a las entradas de algunas ciudades muy empobrecidas del interior. Pero el paseo es sólo por el costado de la Cité Soleil, ningún extranjero osaría ingresar por una de sus callejuelas.
El lado opuesto de la Cité Soleil es el barrio rico, donde viven los empresarios, hacendados, donde están los hoteles internacionales y donde circulan cientos de periodistas y funcionarios bajo el paraguas de la ONU. El barrio residencial se llama Pettion Ville. De noche, resalta más porque se prenden miles de luces mientras que el resto permanece a oscuras. Sucede que la energía eléctrica en esta ciudad es sólo para pudientes. Sí, aquí no han perdido el tiempo con metáforas. Pero también es explícito lo que se ve en las paredes, escrito en aerosol, perdido entre nombres de bandas en creole. En muchos muros del centro de Puerto Príncipe, que no es tan peligroso como la Cité Soleil pero sí tan popular, se ve la siguiente leyenda: “Viv Aristid”, o también “Titid”. Son dos signos claros de que las simpatías por el presidente depuesto por los marines siguen estando presentes. Disimuladas por un tiempo, pero ahí están. “Aquí, en Haití, no hay ni reconciliación ni unión. Con los Cascos Azules no hay ningún cambio. Sólo uno: se oyen menos tiros”, resume Miguel, el traductor de los médicos argentinos.

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Jugaban en las veredas y el agua se los llevó.
 
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