SOCIEDAD › QUIENES SON LOS CHINOS QUE VIVEN EN ARGENTINA Y POR QUE ELIGIERON VENIR AQUI

De este lado de la muralla

La cifra oficial indica que son unos 40 mil. Empezaron a llegar en los ’80, pero la mayoría vino con el uno a uno. De dónde vienen, qué piensan de la Argentina, por qué ponen supermercados.
El chinatown de Belgrano, con su tranquilidad hecha trizas por el furor mediático en conocer algo más sobre los chinos.

Que son 20 mil millones. Que no era para tanto. Que se limpiará el Riachuelo. Que dónde queda eso. Que se pagará la deuda externa. Que es todo una novela. Hasta ahora, las idas y vueltas en torno de los (supuestos) anuncios sobre el (supuesto) acuerdo con China tuvieron un solo efecto concreto: la invasión mediática en el chinatown porteño de Belgrano. Son dos cuadras que en un mismo horario cargan con modelos top junto a figuras de la farándula haciendo la nota que no puede faltar en su programa, cronistas televisivos chistosos y periodistas gráficos que deambulan ofreciendo a los comerciantes los quince minutos que todos merecen, pero que rehúsan por timidez, o porque les parece más trascendente trabajar, o porque sinceramente desconocen el castellano. Todos aspiran a revelar los misterios de los chinos en la Argentina. Hasta ahora, lo único que consiguieron fue trastrocar la vida del barrio.
En las últimas semanas, a la nación milenaria se le empezó a llamar “los chinos”, y se le adjudica todo acontecer criollo posible o no. Será así hasta que pasado mañana Hu Jintao –a esta altura tan conocido como su par Néstor Kirchner– suscriba el desenlace de la historia. Mientras tanto, poco se sabe de esta cultura que con sus primicias en la pólvora y en la imprenta pega donde más duele a los logros nacionales de la birome y el dulce de leche.
En Argentina viven unos 40 mil chinos. Empezaron a llegar después de 1984, cuando hubo allí una pequeña flexibilización para salir del país. Pero la mayoría se radicó en los ’90, buscando el dulce del uno a uno. Casi todos están establecidos en el área metropolitana, habituada a respirar en muchedumbre. China, con sus 1300 millones de chinos, concentra el 22 por ciento de la población mundial. En Capital y el conurbano se los suele ver de punta a punta del día trabajando en autoservicios, su negocio predilecto (ver aparte).
Además de medio mundo, entre Argentina y China hay otro abismo: el idioma. Para Aofeng Xu, presidente de la Fundación de Intercambio de Ciencia y Cultura China en Argentina, el conocimiento de la lengua es la llave para achicar esa distancia. Es una lucha en la que están los 900 alumnos a quienes la entidad enseña una lengua cuya dificultad se expresa en cada uno de sus dos mil caracteres.
Aofeng Xu, profesor del idioma chino, llegó hace veinte años. Comenta que en su país experimentan hacia los habitantes de estas tierras un sentimiento de simpatía (la palabra que emplea es “amor”). Para él, la relación entre los países es efecto de la globalización: “Fue difícil para Argentina y China conocerse, porque son dos lugares del mundo muy alejados”. Pero en 2004 “ese límite ya pasó. La única barrera que les queda es la cultura, porque en política no hay problema”. El docente confiesa admirar el influjo que la cultura argentina ejerce sobre otras naciones en artes y música, “siendo nada más que 38 millones” sus exponentes.
La cantidad es una idea constante. Todos los consultados por este diario llegaron a la misma conclusión: en Argentina hay muy poca gente y mucho territorio. Esta verdad evidente para un criollo toma otra dimensión frente a los orientales, para quienes una casa habitada por una sola persona es algo impensable.
Marisa Hualde, directora académica de la Fundación para el Intercambio Educativo Chino-Argentino (Fieca), se ocupa muchas veces de conseguirles a los estudiantes chinos que visitan el país un alojamiento en el que tengan una habitación individual. Pero la costumbre pesa más, y a la hora de decidir los universitarios prefieren compartir su espacio con dos o tres personas. Hualde cuenta que “sólo en la calle Florida dicen que se sienten un poquito como en Shanghai”.
La Fieca, que tiene sede en Beijing, desembarcó en Argentina en junio, convocada por los bajos costos que la estadía representa para los extranjeros de poder adquisitivo. Hualde cuenta que cada vez son más los jóvenes chinos interesados por aprender castellano. Es que en América latina ven un territorio virgen para los negocios.
Con el ojo en estas características, Hualde arremete contra el prejuicio que tilda de “amarretes” a los chinos: “Ocurre que saben discriminar en qué vale la pena gastar y en qué no. Antes de dilapidar sus ahorros en vacaciones, pueden preferir invertirlo en la educación de sus hijos o en el desarrollo de un negocio”, señala. Esta tenacidad hace que al estudiante chino “se lo vea como muy aplicado y muy sumiso. Es una impresión que proviene de su modo de organizarse: cuando se dedican a estudiar, estudian”.
“Tienen una planificación muy rigurosa, pero no estricta. Su orden no es burocrático, sino de pensamiento.” Es por eso que el way of life chino posee “otra lógica de trabajo, con planes de acción claros y fechas que se cumplen”. Con este dato, puede ser que al argentino común le cueste manejarse en esta antípoda cultural. Hualde ofrece algunas claves para entenderse con el chino: “No hay que apurarlo, porque se maneja paso por paso y tiene todo muy previsto. Por eso es que cuando termina sus iniciativas, las termina bien y completas”.
Lo dice un proverbio (chino): “Antes de tomarte el trabajo de transformar al mundo, da una vuelta por tu casa”. Esta paciencia proviene, según Aofeng Xu, de los miles de años de cultura e historia china. Son 4702 años atravesados por todas las formas de gobierno concebidas por los hombres. Aofeng Xu piensa que esta experiencia puede enriquecer un país “tan joven” como Argentina, que todavía no alcanzó los 200 años.
Pero sobre eso, los comerciantes del barrio chino de Belgrano no quieren hablar. Una mujer esconde la cabeza entre sus brazos sobre el mostrador. Parece un chico al que lo retaron y no contesta. Una compañera de trabajo sigue acomodando productos en los estantes y es terminante: no.
El monosílabo es repetido por hombres y mujeres que no quieren ser captados por las cámaras. Ven la lente y se cruzan de vereda o se tapan la cara con el paquete que llevan en la mano. En el galpón de una asociación chino-taiwanesa, decenas de adultos mayores asiáticos se mueven al compás de una música que llegó a todo el mundo a través de los video juegos electrónicos. Sólo abre la boca la cabeza empolvada de un pescado tirada sobre la calle.
Los trabajadores de Arribeños, entre Juramento y Olazábal, saben que el martes se acaba el paroxismo mediático, como se agota toda moda. Miran al cielo esperando un avión que, si bien no es negro, cifra sus ansias para que cesen las interrupciones y puedan volver a dedicarse de lleno y con toda tranquilidad a los turistas, como siempre.

Informe: Sebastián Ochoa.

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