SOCIEDAD › TESTIMONIO

“Allá, nada más arroz”

Se llama Feng Xiao Xin. Le dicen Daniel. Está catorce horas tras la heladera comercial de su almacén en Adrogué. Un cliente pone sobre el mostrador sus monedas. Daniel las cuenta y le devuelve una: “Ni quiero más ni quiero menos”, sentencia con síntesis oriental. Más tarde llega otro y se saludan con un “todo joya” religioso, índice y pulgar agitándose bajo el mentón, tal como lo adiestraron los hinchas de Brown que vienen los domingos a comprarle cerveza y papel de armar.
Daniel llegó a Argentina en 1991. Dejó su empleo en una fábrica de luminarias de Shan-
ghai –lo explica señalando al tubo encendido sobre su cabeza– para venir a las tierras en las que “un peso, un dólar”. En China, con tres por ciento de desempleo, según datos oficiales, el sueldo promedio ronda los 120 dólares mensuales.
Un hombre compra fiambre para hacer sánguches. “Acá mucho asado y fiambre, allá nada más arroz”, comenta. Daniel considera que su castellano es malo, pero “de joven se aprende, de viejo ya no se puede aprender”, dice tocándose la cabeza sin canas. En conjunto, no evidencia más que 40 años.
Se ríe: “No, tengo 56”. En China, adonde fue cinco veces en 13 años, quedan su mujer, sus padres octogenarios y el nieto que le dio su único hijo, de 27 años. Daniel no tuvo más descendencia porque “si no hay que pagar multa”. Por un segundo se le humedecen los ojos y queda en silencio. Es sólo un segundo: ¿los extraña? “Hablamos todas las semanas”, es su respuesta, y elogia los precios actuales de las comunicaciones telefónicas internacionales. “Antes, llamar de allá a acá salía cinco dólares el minuto.”
Si le dieran a elegir, en igualdad de condiciones económicas, entre China y Argentina, prefiere al país donde es Xiao Xin. Quien piensa de otra manera es su hermana, Feng Hui Ming, a pesar de que viene de cerrar su restorán por los continuos asaltos que sufría. El último fue el peor: su marido resultó gravemente herido en la cabeza.
La hija de Hui Ming, de 17 años, nada quiere saber con la nación de sus mayores. “Ni siquiera habla chino”, comenta su madre, que prefiere vivir en Argentina “porque allá son muchos”.
Después de diciembre de 2001, Daniel pensó en regresar. Pero un dólar a tres pesos todavía le resulta rentable, cuando en China la moneda norteamericana cuesta 8,30 yuan, como explica trazando números en un papel.
En Mar del Plata tiene su restorán el tercero de los hermanos Feng. Pero Daniel lo ve poco, porque en su almacén no hay domingos ni feriados. Sólo un horario, de 8 a 22, en que los vecinos, a quienes considera sus amigos, lo visitan para comprar algo.

Informe: S. O.

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