SOCIEDAD › EL DESTINO DE LAS CARTAS
QUE ESCRIBEN LOS CHICOS PARA NAVIDAD

Lo que Papá Noel nunca va a leer

Los correos no saben qué hacer con ellas: millones de cartas que los chicos dejan caer cada año en los buzones para Papá Noel. Aquí las guardan un tiempo antes de destruirlas. Otros países las usan con fines diversos.

 Por Andrea Ferrari

Es un tema que a los voceros de los correos del mundo les incomoda. A nadie le gusta quedar como el destructor de inocentes sueños infantiles, menos aún en esta época en que los buenos deseos se proclaman a diestra y siniestra. Pero lo cierto es que a millones de chicos les da por escribir cartas dirigidas al “Señor Papá Noel” y, alimentados por anécdotas familiares y horas de empalagosas películas con que la televisión y Hollywood nos intoxican en estos tiempos, muchos de ellos hasta las llevan al buzón. ¿Y después? ¿Qué pasa cuando carteros de todo el planeta recogen cartas dirigidas a una persona inexistente? En general se guardan un tiempo, no porque alguien tenga la esperanza de encontrar al gordo de barba y gorro, sino simplemente porque se cumple con las normas de las cartas que no pueden ser entregadas. Algunos países le encontraron una vuelta al asunto y las usan en proyectos de ayuda social, otros para impulsar buenos negocios en la zona polar. Acá simplemente se conservan un par de años en el centro de distribución del correo oficial y luego se destruyen. Al menos todo esto les sucede sólo una vez por año: peor la tienen en Jerusalén, donde a cada rato reciben cartas a Dios.
La gerenta de Comunicaciones del Correo Argentino, Graciela Echeverría, suspira. “Es difícil decir que las cartas no se mandan.” Por disposición, las cartas que no tienen destinatario deben ser devueltas al remitente, pero claro que en este caso no se hace. Entonces el Correo tiene las cartas pero no las puede enviar a ningún lado.
No sabe cuántas son. No tantas como uno podría imaginarse, sostiene, porque muchos padres se las guardan. Pero también están, sí, los que las dejan caer en el buzón sin estampilla ni domicilio aclarado. “Como no son cartas que entregamos, no está cuantificado”, explica Echeverría.
El procedimiento es simple: las cartas se llevan al centro de clasificación, donde se conservan un tiempo y luego se destruyen. Son, en verdad, una excepción a la ley –compartida con la correspondencia a los Reyes Magos–, ya que aunque el remitente esté claramente especificado no vuelven. Tiene su lógica: hay que imaginarse la cara del pobre chico que mandó una detallada carta con sus deseos cuando ve que por algún oscuro motivo Papá Noel se la está devolviendo.
En Nueva York le encontraron un uso a la montaña de cartas, fórmula que ha sido copiada por ciudades de distintas partes del mundo. Cada año tiene lugar ahí la llamada “Operación Santa Claus”, que nació durante la crisis de los años ’20, cuando los empleados del correo, sensibilizados con el contenido de algunas cartas, juntaron dinero y enviaron regalos y comida. En la medida en que las cartas aumentaron, el Correo empezó a montar un operativo mayor: un grupo de voluntarios las abre y las ofrece a la gente para que se acerque, las lean y elijan algunas de chicos sin recursos para enviarles ropa o regalos. Pero aun así son un mínimo porcentaje las respondidas por los neoyorquinos y el resto termina en lo que ellos llaman la “oficina de las cartas muertas”, paso previo a la basura.
Para los que se disputan ser la casa de Papá Noel la cosa tiene un costado más redituable. La pelea está entre Finlandia, Noruega y Suecia, aunque la primera tiene el escenario mucho mejor armado. La ciudad concretamente se llama Rovaniemi y está en la Laponia finlandesa. Cuando se difundió que ésa era la base de operaciones de Papá Noel, las cartas empezaron a llegar a carradas. Allí decidieron abrir una oficina postal sólo para recibirlas y, dicen ellos, les llegan unas 500.000 por año. Muchas de las que tienen remitente reciben una respuesta en diferentes idiomas. “Intentamos que la respuesta sea bonita, para que su destinatario tenga ganas de visitarnos”, sostienen en esa oficina. Ahí está el nudo del asunto, ya que Rovaniemi se vende como un destino turístico, en el que todo el merchandising gira en torno del barbudo, y hasta hay un parque temático en su honor. En la Universidad de Laponia existe incluso un proyecto llamado Arctic Phenomenon, que consiste en estudiar en base a una serie de pautas preestablecidas las cartas a Papá Noel que se reciben para obtener un cuadro preciso de la imagen que se tiene en el mundo de Laponia, la Navidad y Papá Noel. ¿Y todo eso para qué? Pues para usarlo en el diseño de más y más productos navideños, claro.
Estas cartas son, para la mayoría de los correos del mundo, un problema que dura unos días, o tal vez un mes, si se considera que también los Reyes tienen sus fans. En el correo central de Israel, en cambio, la cosa sucede todo el año. De todas partes del mundo llegan cartas que dicen simplemente “Dios, Jerusalén”, “Jesucristo, Israel” o “Señor Todopoderoso” y van a parar a la oficina del correo que no puede ser entregado, en una zona industrial de Jerusalén. Los empleados las guardan en estantes (les han puesto un cartelito de “Cartas a Dios”) y dos veces por año las abren y las llevan al Muro de los Lamentos para colocarlas entre las piedras. Como si no tuvieran suficiente con eso, una organización de derechos humanos los demandó el año pasado porque el Correo había subido a su página de Internet algunos fragmentos de las cartas. La acusación fue, concretamente, por violar la privacidad de una correspondencia ajena. Aunque como legalmente las cartas son de su destinatario, en este caso se habría violado los derechos ¿humanos? de Dios. No se sabe qué opinó Dios al respecto.

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