SOCIEDAD › BRASIL, TRAS EL ASESINATO A QUEMARROPA DE LA MONJA DOROTHY STANG

La guerra sicaria en el paraíso verde

La muerte de la religiosa en un pueblo de la Amazonia no es un caso aislado. Forma parte de la pelea por la tierra y el tráfico de maderas preciosas. Lula da Silva decretó medidas de emergencia.

Por Darío Pignotti
Desde San Pablo

Seis tiros, uno en la nuca, mataron a la monja norteamericana Dorothy Stang, de 74 años, el sábado pasado en un asentamiento rural amazónico. La imagen del cadáver, tendido sobre un camino rojo, de tierra y piedras, sacudió a Brasil el domingo cuando arribaron las primeras noticias desde Anapú, un pueblo hasta entonces ignoto, de la provincia de Pará. Después del crimen, los sicarios buscaron refugio en la floresta que ayer era rastrillada por 7 helicópteros y 2000 efectivos del Ejército enviados por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, advertido de que no estaba frente a un episodio aislado sino ante una provocación montada por el tráfico de maderas preciosas.
El gobierno llegó a esa conclusión a comienzos de la semana, cuando el cadáver del sindicalista rural Daniel da Costa Silva fue hallado en la misma región, luego de ser emboscado por dos hombres que lo arrancaron de su motoneta en un camino vecinal. Su cuerpo, igual que el de la religiosa, fue abandonado con los pies y las manos extendidas, un dato que los peritos decodificaron como una posible señal de los asesinos. La pesadilla no acabó allí: anteayer, cuando era celebrada la misa del Séptimo Día, miembros del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra informaban sobre el asesinato de Jailson da Silva.
“Dorothy fue asesinada por quienes quieren la Amazonia para sí. Vivimos en una tierra sin ley”, denunció Edwin Krawtler, obispo de Xingú, municipio donde actuaba Stang. De hecho, es impropio decir que en Pará rige el Estado de derecho o que hay respeto por las garantías civiles y políticas. Es en esa provincia donde se registran los mayores índices de violencia rural brasileños. Las estadísticas de la Comisión Pastoral de la Tierra, dependiente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, indican que entre 1985 y 2003 fueron 521 los trabajadores rurales ejecutados en esa entidad. En los últimos dos años, 58 campesinos murieron en Brasil: alrededor del 50 % de esos asesinatos ocurrieron en Pará.
La promiscuidad entre los poderes institucionales y factuales es característica del extremo este amazónico. Esa razón explica que el gobierno haya instalado allí un gabinete de campaña para garantizar transparencia en la investigación. El ministro de Justicia, Marcio Thomas Bastos, no vaciló en definir como “barbarie” el cuadro en el lugar. En tono poco menos que desafiante el funcionario de Lula avisó que esta vez no habrá impunidad: gracias a la indulgente Justicia paraense siguen en libertad los más de 100 policías responsables de la muerte de 19 miembros del MST en 1986, en Eldorado dos Carajás.
La enérgica reacción del Planalto es, por elevación, un mensaje a Estados Unidos, que “ofreció” la “colaboración” del FBI para dar con los responsables de la muerte de la ciudadana Stang. La sola hipótesis de que agentes de Washington espíen legalmente en la Amazonia es inaceptable para Brasilia. Aún así, es probable que decenas de ellos actúan ilegalmente en esa región vital para la seguridad hemisférica.

Marcada para morir

Según los testimonios de cuatro personas, sabiendo que sus matadores habían venido por ella, la monja decidió visitarlos en la noche del viernes. Perplejos los hombres, escucharon un salmo leído por quien sería su víctima que, sin suerte, intentara disuadirlos del crimen. Eran las 8 de la mañana del sábado –según el mismo relato– cuando Eduardo y “Fogoió” se le acercaron y, tras cruzar unas palabras, le dispararon a quemarropa cuando se dirigía al asentamiento Esperanza en compañía de dos labriegos. Los ejecutores ya tienen orden de captura igual que el presunto mandante, Vitalmiro Bastos de Souza. El año pasado 13 trabajadores esclavos fueron liberados de la Fazenda Rio Verde, propiedad de Bastos, hecho que podría explicar su encono contra la víctima. Un cuarto sospechoso, Amair Freijoli da Cunha, se entregó ayer por la tarde (ver recuadro).
Misionera de la orden Hermanas de Nôtre Dame, radicada en Brasil desde hace 38 años, Stang sabía que su suerte estaba echada desde diciembre, cuando confesó a una de sus ocho hermanas que su vida pendía de un hilo. Margareth Stang recordó desde la ciudad de Fairfax, en los Estados Unidos, que era voluntad de Dorothy ser enterrada en Anapú.
El año pasado, el líder maderero Mario Rubens Rodrigues acusó judicialmente a la monja por instigación a la violencia e insinuó que distribuía armas entre la población.
“Chiquinho, vos sos el próximo.” El mensaje fue dejado en casa de Francisco de Assis de Souza cuando el presidente del Sindicato de Trabajadores Rurales de Anapu participaba del velorio de Stang. Decenas de personas figuran en una lista de condenados a muerte que está en circulación y nada hace pensar que éste sea el capítulo final de una guerra silenciosa –meses atrás 29 buscadores de diamantes fueron asesinados– que transcurre en este paraíso verde de 5 millones de km2, equivalente a casi dos Argentinas. Llegados en los últimos años tras la quimera de las maderas preciosas y las tierras disponibles, una legión de aventureros se fue instalando a la vera de la carretera BR 163, la mitológica Transamazónica, trazada durante la dictadura militar.
Avidos de fortuna, estos grupos no trepidan en desmatar los bosques que almacenan la mayor biodiversidad del planeta. Esa codicia hizo desaparecer en 2004 24,4 mil km2 de selva y sabana tropical, consumidos por los incendios forestales que representan el 75% de los gases estufa brasileños. El mes pasado el gobierno prometió acabar con esa calamidad ecológica y social, pero los hacendados respondieron cortando la estratégica BR 163 y amenazando con una operación de terrorismo ecológica: contaminar los ríos afluentes del Amazonas. Ahora, tras el asesinato de Anapu, Brasilia contraatacó prohibiendo la venta de 8 millones de hectáreas que costean aquella carretera y declaró zona de reserva ecológica otros 5 millones.

Heredera de Chico Mendes

“Dorothy murió luchando por la Amazonia igual que Chico (Mendes)”, comparó Paulo Adario, coordinador de Greenpeace, en referencia al sindicalista asesinado el 28 de diciembre de 1988 por el hijo de un latifundista de Acre, en la frontera con Bolivia. El seringueiro (extractor de goma) Mendes es el mayor héroe amazónico en su doble condición de líder sindical y abanderado de la preservación ecológica. Los paralelos con la hermana Dorothy no son pocos, recuerda la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, ex seringueira, ex compañera de Chico Mendes y blanco de furibundas críticas de los madereros de Pará. Y es que además de apoyar la reforma agraria, la misionera asesinada impulsaba asentamientos que no depredaban el patrimonio forestal. El día de su muerte ella debía participar de la inauguración de un centro en el proyecto Esperanza, levantado sobre una extensión de 1400 km2 y contemplado dentro del Programa de Desarrollo Sustentable, impulsado por el gobierno federal. Una semilla de mogno, árbol de madera preciosa, fue plantada junto a su tumba. Era su voluntad.

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Soldados del ejército de Brasil, del 51º Batallón de Infantería, avanzan por el bosque amazónico.
 
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