SOCIEDAD › OPINION

Los períodos de un papa

Por Franco Castiglioni *

El papa Juan Pablo II aparece marcado por dos períodos. El primero, notablemente “polaco”, es decir con un fuerte discurso anticomunista vinculado con la caída del régimen en Polonia. Pero exageran aquellas posiciones que ven a Juan Pablo II como el hombre de la caída del Muro de Berlín, ya que en dicho proceso intervinieron las condiciones estructurales y políticas que marcaban una crisis muy grande del socialismo real. Este había mostrado su real debilidad en la carrera armamentista frente al avance tecnológico de Estados Unidos.
Esta visión anticomunista de Juan Pablo II fue desplegada hacia la otra gran región de pueblo católico que es América latina, sobre todo hacia los sacerdotes vinculados con la política, como fue el caso de su dedo retando a Ernesto Cardenal en Nicaragua y sobre todo a la Teología de la Liberación. Su formación profundamente anticomunista lo llevó a sentarse sin problema junto a dictadores como Videla o Pinochet.
La segunda fase fue, en realidad, un período de incertidumbre y confusión en donde volvió a subrayar con fuerza los valores preconciliares de la Iglesia, fundamentalmente en lo que hacía a la tolerancia en la vida pública y en la vida privada. En plena globalización, esta segunda fase del papado, sin el enemigo “comunista” al cual enfrentar, queda entonces signada por la necesidad de profundizar valores a contramano de la secularización de la sociedad.
Su apelación carismática llegó a llenar las plazas, pero no a impedir que se vaciaran las iglesias. En este sentido puede advertirse un fracaso, no sólo en el manejo de los medios de comunicación para enviar un mensaje arcaico sino también en sus posiciones por la paz y a favor de los pobres –el así llamado anticapitalismo de los últimos años– que no dejó de ser un mensaje vago. El anticapitalismo pregonado por Wojtyla tiene reminiscencias precapitalistas y por lo tanto resulta incapaz de entender la dinámica arrasadadora de la globalización. Su discurso, entonces, sigue siendo coherente con valores jerárquicos: “Que los poderosos protejan a los pobres frente a la avidez y al individualismo”.
En cuanto a su mensaje por la paz, al tener tanta ambigüedad resulta fácilmente universalizado y se constituye en una apelación a la buena voluntad que cualquier político o ciudadano teóricamente adhiere. En este sentido –y a pesar de la postura de Juan Pablo II en contra de la invasión a Irak–, el presidente George W. Bush no tuvo ningún dificultad para reconocer en él a un paladín de la paz. En cuanto a la relación entre la Iglesia y los Estados con religión oficial católica, tampoco logró su disciplinamiento. Esto queda demostrado en España y en Italia por la legalización del aborto y en menor medida en Argentina por la legalización del divorcio y los intentos de una mayor separación con Roma. Por no hablar de la impermeabilidad histórica del Estado mexicano.
Ni las iglesias han vuelto a llenarse, ni las clases medias se han apartado del consumismo que denunció, ni los pobres han dejado de buscar y encontrar contención en otros cultos. En cuanto a su diplomacia política, llegó al punto máximo de la ambigüedad de esta segunda fase con su apoyo a la derecha croata durante la guerra civil en Yugoslavia y luego con suviaje a Cuba, donde lejos estuvo de llevar su mensaje anticomunista visceral del primer período.

* Politólogo.

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