SOCIEDAD › JUICIO AL CABO QUE ATROPELLO A UN JOVEN Y LUEGO HUYO

Ayuda policial tras un crimen

El cabo de la Federal mató a un peatón cuando conducía a 100 km/h. En la seccional le sugirieron denunciar el robo del auto.

 Por Horacio Cecchi

Sentado en el banquillo frente al tribunal, el cabo de la Federal Leandro Appollonio prefirió guardar silencio y declarar en una mejor ocasión. De todas formas, los jueces escucharon las declaraciones que Appollonio realizara durante la instrucción de la causa. ¿De qué lo acusan? El 1º de noviembre de 2003, Appollonio abandonó el puesto de custodia al que estaba asignado en un edificio de la comunidad judía, cenó y bebió cerveza, jugó a las cartas, salió con su auto, tomó por la avenida Córdoba a más de 100 kilómetros por hora y en el cruce con Bustamante atropelló al joven Agustín Heavy, quien murió en el acto. Appollonio no se detuvo a auxiliar a la víctima, volvió a su puesto, denunció que su auto había sido robado y después (de que las pericias descartaron el robo) reconoció que en la comisaría le habían recomendado el truquillo del auto birlado. A Appollonio, la familia de Heavy lo acusa de homicidio culposo agravado y la fiscalía, de homicidio simple con dolo eventual. Hay indicios del espíritu de cuerpo: la familia está convencida de que la policía encubrió al asesino de su hijo.
El cabo de la Federal Leandro Appollonio, legajo 20.035, fue destinado a la División Alarmas de la Superintendencia de Comunicaciones. Allí le encargaron custodiar el frente de un teatro de la comunidad judía, en Jean Jaurés 746. La orden era mantenerse frente a la puerta entre las 18 y las 6 de la mañana.
El 31 de octubre de 2001, a las 17.55, fueron varios los testigos que lo vieron llegar en su VW Gol blanco. Estacionó sobre Jean Jaurés y se ubicó en la puerta del 746. Un playero de la estación de servicio de la esquina dijo que el cabo hizo guardia hasta las 20. Después entró al bar Carlos Gardel, en Tucumán 3002, y se mantuvo allí, con salidas esporádicas para relojear su puerta de consigna, hasta alrededor de las 4. Según los dueños del bar, adentro quedaron seis personas, incluyendo a Appollonio. Bebieron seis cervezas.
Alrededor de las 4.30, con un chico vecino del teatro subió a su auto y se dirigió hacia la avenida Córdoba. Según la primera declaración del cabo, pensaba volver a su casa, pero luego reconoció que había ido a visitar a un amigo, otro policía de consigna en Gallo y Córdoba.
Appollonio tomó por Córdoba, se detuvo en Gallo y después arrancó raudo por la avenida. A una cuadra, Agustín Heavy, de 24 años, cruzaba Córdoba por las líneas peatonales de Bustamante. Vale la pena mencionar la declaración del cabo: “Yo venía caminando y se me apareció de golpe, se subió y golpeó el parabrisas, después se subió al techo y desapareció”. Los peritos indicaron que avanzaba a 100,85 kilómetros por hora, Appollonio asegura que venía a la velocidad permitida en avenida, “no más de 80”, aunque como uniformado haya olvidado que el límite es de 60. Intentó frenar, como lo indican las marcas que dejaron los neumáticos antes y después de la senda peatonal. “Estaba con los brazos abiertos, todo flojo, como si fuera un muñequito de trapo”, relató un testigo que vio el cuerpo de Heavy levantado por el aire. Según los peritos, también lo arrastró. Una cuadra después, el policía intentó frenar. “¿Por qué no mostró interés en auxiliar a la víctima?”, le preguntaron durante la investigación. “No es que no me haya interesado –respondió el cabo–. Es que el chico (que lo acompañaba) me decía que rajara, y por el miedo que me agarró, no bajé.”
Appollonio había declarado que le robaron el auto. Después, que lo del robo fue inducido, casi ordenado, en la comisaría 9ª, aunque no dio nombres. La denuncia policial del supuesto robo nunca fue hecha, aunque en el Comando Radioeléctrico entró el pedido de captura del Gol media hora después del hecho.
Después, un hermano de la víctima, recorriendo el lugar, se topó con un dato: en un estacionamiento próximo, el garajista le explicó que había recogido la patente delantera del auto y se la había entregado a un policía. Se presume que era el amigo de Appollonio. La patente no figuró en ningún parte policial. Tampoco se explica nadie por qué la Federal avisó a los padres de Agustín 11 horas después de su muerte, argumentando dificultad de identificación. “Agustín tenía encima sus documentos, la libreta universitaria y el carnet del club”, dijeron Hernán y María Teresa, sus padres.

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Los padres creen que en la comisaría encubrieron al imputado.
 
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