SOCIEDAD

Una escuela junto al lago y lejos “del escritorio”

La 186 es una escuela rural en un paraíso lejano, entre el río Turbio y el lago Puelo, pleno corazón de un bosque. Cómo se educa a horas de barco de la ciudad más cercana.

Por Carlos Rodríguez
Desde El Turbio

A las seis de la mañana, a bordo del catamarán Juana de Arco, el lago Puelo y las montañas que lo encajonan, bajo una tenue llovizna y un cielo color plomo, parecen el marco de una fábula. En suma, conforman un paisaje fabuloso. Para llegar a la escuela 186, en El Turbio, un parque provincial que supo ser nacional y que ahora no depende de intendencia alguna, hay que viajar una hora y media en la embarcación de acero naval galvanizado cuya construcción data del año 1931. Después, para recorrer, por tierra, los últimos cinco kilómetros las opciones son tres: a caballo, en un carro tirado por una yunta de bueyes o simplemente a pie. El terreno a recorrer, en un día que casi todos se empeñan en definir como “espantoso” –apreciación que las postales vivientes desmienten a cada paso–, se divide en dos etapas claramente definidas. La primera transcurre sobre un terreno compuesto por arena y piedra, con escasa vegetación. La segunda sobre una tierra blanda y pródiga en verde césped, alerces milenarios, hongos multicolores que brillan como lustrados con Blem, la rosa mosqueta que se hizo famosa como dulce y el entorno andino, cuyas cimas nevadas quedan semiocultas por las nubes bajas. En ese paraíso terrenal está la escuelita provincial 186, con sus escasos 26 alumnos, sus dos maestros y sus cien pobladores permanentes que se mueven allí como los duendes que siempre debe tener una fábula que se precie de tal.
En el Juana de Arco, la salamandra en el centro del catamarán es una hoguera que, en vez de reducir a ceniza a santas intrépidas, calienta el cuerpo de tripulantes y pasajeros. Hasta 1959, el barco se paseó por el Tigre, en los sesenta llegó al Nahuel Huapi a upa de dos vagones ferroviarios y durante 25 años navegó por puerto Blest, Isla Victoria y el Bosque de Arrayanes. En 1985 ancló en el lago Puelo, donde en poco tiempo más cumplirá 80 años de vida útil. Javier Correa, dueño de la embarcación, cuenta la historia y aclara que ahora la capitanía del barco la delegó en su hijo mayor, Martín. Otro de sus hijos, Francisco, integra la tripulación. La nave realiza cuatro servicios mensuales a El Turbio y es contratada para excursiones por el lago o para internarse por estrechos senderos de agua hasta llegar al cercano límite con Chile.
Néstor Velázquez es el director y uno de los dos maestros que tiene la escuelita de El Turbio, pueblo que debe a su nombre a la presencia cercana del río Turbio. “Tenemos 26 alumnos, de 1º a 9º año. Veinte son internos, es decir que prácticamente viven en el colegio, y seis regresan todos los días a sus casas, porque viven cerca.” La escuela, donde las clases comienzan siempre en el mes de enero, funciona diez días de corrido, con cuatro de descanso. “Como maestros y alumnos deben recorrer distancias muy largas para venir hasta acá, es imposible seguir el régimen habitual de cualquier escuela.” Las clases son de 8.30 a 13 y por las tardes, algunos días los dedican a la educación física y otros a la apicultura.
La escuela fue creada en 1952, pero dejó de funcionar, por “olvidos” de las autoridades provinciales y nacionales, antes de que comenzara la década del sesenta. “En 1960 fue reabierta, pero dos años y medio después volvió a cerrar, por falta de matrícula.” Fue otra vez reactivada en el año 1988, pero en esos años “todo anduvo a las andadas, con un presupuesto mínimo, casi nada, de manera que fue muy difícil subsistir”, recuerda Velázquez, mientras el Juana de Arco se va acercando a la orilla de El Turbio. El otro maestro se llama Erverto Inostroza, tiene 41 años, una historia abonada por escuelas rurales del sur del país, desde Río Negro y Chubut hasta Tierra del Fuego, y una familia que siempre lo espera en El Bolsón, cerca del paralelo 42, que separa a Río Negro del Chubut.
“Yo trabajé en escuelas agrotécnicas. Estuve en colonia Cuskamen, en la meseta del Chubut, pasé dos años en Río Grande y en la escuela 69 de Neuquén, que cumplió cien años y que fue fundada por el cacique Nancuche Nahuelquir”, cuyo nombre es una mezcla de tigre y de lagarto. Erverto recuerda que solía ir con sus alumnos a recorrer el chenque (cementerio en mapuche), para conocer y difundir ritos ancestrales. “La idea era que los niños revalorizaran esa cultura ancestral escuchando los relatos y las rogativas de ancianos a los que llevábamos a la escuela para entrevistarlos. Hacíamos grabaciones con ellos, para después poder difundir su palabra, su historia.” Buena parte de esas experiencias fueron volcadas en un libro bilingüe, editado por el gobierno nacional, escrito en idioma mapuche y castellano.
Maximiliano Fernández, a los 9 años, es uno de los alumnos que concurre a la escuela 186 de El Turbio y a sus pocos años es considerado “un baqueano”, por su conocimiento del territorio. Maxi repite el bocadillo que dicen todos, cuando se les pregunta si viven lejos del colegio: “A dos horas de caballo”. Aclara, por las dudas, que a veces “las dos horas se hacen tres o más porque si el río crece hay que hacer rodeos y todo se complica; a veces, directamente no se puede cruzar y hay que volver a casa”. Maicol, de 7 años, también es un niño de a caballo, con el agregado de que a veces se va con su madre, en El Turbio, y otras con su padre, que trabaja en Lago Puelo. Otro baqueano.
Eduardo Beitía es soltero y junto con la pareja compuesta por Antonio y Graciela Buchi se vinieron juntos desde El Palomar, en la provincia de Buenos Aires, para afincarse en esta zona de frontera. “Nos vinimos hace 20 años para dejar el ruido y conocer el paraíso”, afirma Beitía, ensayando un giro poético. Admite que el paraíso a veces se pone denso, “como ser en las temporadas de lluvia, en invierno, cuando el agua puede llegar a ser una constante durante dos o tres meses”.
Los bonaerenses, y muchos de los cien pobladores que viven en El Turbio, alientan ideas independentistas. En la actualidad, la zona “que antes era jurisdicción de Parques Nacionales y ahora fue provincializada –según relatan– no depende de ningún municipio y nosotros no queremos depender de nadie; en todo caso, que la intendencia de Lago Puelo nos garantice el tema de transporte y salud, subsidiando un servicio diario del catamarán Juana de Arco y estableciendo algún sistema más rápido, como ser helicópteros o gomones, para acelerar el cruce del lago, en los casos de emergencias”. Para los bonaerenses no hay dudas de que están “viviendo en el paraíso y todos estamos orgullosos de eso, de la forma en que vivimos y lo que no queremos es que nos asfalten el lago”. Utiliza la metáfora como sinónimo del avance de lo que suelen llamar “civilización”.
Los maestros dicen que Marisa Saracho, una ex directora, es responsable de la actual prosperidad de la escuela 186. Gracias a su gestión se construyó la pasarela de alambre de hierro y madera sobre el río Pedregoso, que divide en dos la caminata desde el lago hasta la escuelita. El gobernador de Chubut, Mario Das Neves, vino dos veces en un año. Antes, el único que había llegado cerca fue el ex gobernador Carlos Maestro, cuando se produjo un incendio que destruyó parque del bosque. “El actual gobierno provincial, y también el nacional, nos tratan bien. Esperemos que dure”, dicen los maestros, que también agradecieron “la buena gestión y las buenas intenciones del ministro Daniel Filmus”. De todos modos, hacen cruces, porque “El Turbio queda muy lejos de los escritorios”.

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Gabrielle Pitte y Mariano Marolt con sus hijas en edad escolar, Auka Huala y Lahuan.
 
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