SOCIEDAD › LA INCREIBLE HISTORIA DE LOS SUPUESTOS HEREDEROS DEL COMENDADOR CORREA

Genealogía de una ilusión

El comendador Domingo Faustino Correa vivió en el siglo XIX en Brasil, pero su complejo testamento permitió que treinta años atrás se desatara una corrida de supuestos descendientes en procura de su fortuna. Una gran cantidad de argentinos fueron convencidos de que eran herederos e invirtieron dinero y esperanzas. La causa en Brasil está archivada, pero aquí, empujados por un grupo de abogados, muchos aún esperan su porción de riquezas.

 Por Andrea Ferrari

Mariela oyó en su adolescencia una de esas noticias que mucha gente pasa parte de su vida ansiando escuchar: su abuela, su madre y ella eran herederas de la fortuna de un pariente lejano. Lejanísimo, en verdad: había muerto en 1873. Algo similar oyeron Cristian, Verónica y muchas personas más. Miles de personas. El pariente en cuestión es el comendador Domingo Faustino Correa y sus presuntos herederos se distribuyen por todo el mundo, pero sobre todo de este costado: Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. A todos les hablaron de una fortuna inmensa: miles de millones. Hicieron trámites, obtuvieron su árbol genealógico, visitaron abogados, invirtieron dinero y, sobre todo, soñaron. Más de veinte años de sueños transferidos de padres a hijos y nietos. La historia tiene una pata que se asienta en la realidad: debido a un complejo testamento, el juicio sucesorio del comendador Correa, realizado en Rio Grande do Sul, fue efectivamente uno de los más largos e intrincados de la historia. Pero en Brasil la causa está cerrada y archivada hace muchos años. En Uruguay, donde en teoría se tramita otra parte de la sucesión, afirman que no hay ningún bien heredable. La ilusión, sin embargo, es dura de matar. Sigue corriendo, empujada por varios abogados que han comprobado lo fácil que es alimentarse de las esperanzas ajenas.
Ni siquiera es sencillo saber quién fue exactamente el comendador Domingo Faustino Correa. Según quién lo diga, puede haber nacido en Portugal, en Argentina o en Chile, aunque lo más seguro es que haya sido en Brasil. Cuenta la historia que amasó una vasta fortuna explotando minas de oro y piedras preciosas con mano de obra esclava, que se hizo de enormes extensiones de tierra y que recibió el título de comendador por parte de Pedro II. Lo único indudable es que en 1873, días antes de morir –en un momento que podría pensarse de confusión mental o de íntimo regocijo por el cuchillo que les estaba clavando a sus sucesores–, dejó un testamento casi imposible de cumplir. Allí cede algunos bienes a un cierto número de personas para su usufructo, pero advierte que al cabo de cuatro generaciones deberán volver a sus legítimos herederos. Que vendrían a ser algo así como los nietos de los nietos de los nietos de sus sobrinos nietos. Y toda su parentela. Eso fue lo que desató la fiebre de los herederos.
En un artículo publicado en 2001 en la revista brasileña Justicia e Historia, se dio a conocer el resultado de la investigación sobre el caso realizada por Virgilina Fidelis de Palma, quien explica que la avalancha de supuestos herederos se produjo en la década del setenta, cuando al reabrirse el proceso, la noticia se conoció en el mundo entero como el caso del “oro caído del cielo” o “la herencia del siglo”. Según el rastreo realizado por Fidelis, “contadas hasta hoy 50 de las 483 cajas, se obtuvo un total de 1952 peticiones y 6336 ‘habilitados’, en un período de seis meses”. Sin embargo, sostiene que sólo dos de ellos fueron considerados herederos y en cualquier caso, que todo terminó en 1984, cuando el Tribunal de Justicia archivó definitivamente el proceso (ver aparte).
No es lo que dicen los abogados de estas tierras. Tampoco lo que saben los supuestos herederos. Muchos de ellos participan en foros por Internet (desde Argentina, pero también de Paraguay, Chile, Brasil, Panamá o Puerto Rico) donde intercambian las últimas noticias recibidas: cada tanto hay alguien que dice que “se cobraría a fin de año” o que “hay gente en Uruguay que ya está cobrando”. Pero sobre todo, allí se palpa la desazón que produce que pase el tiempo y la tan esperada fortuna nunca llegue.

El millón

Mariela Martínez es hoy profesora de química en Neuquén. Tiene 34 años y dice que cuando era chica no prestaba tanta atención en su casa a lasnoticias de la supuesta herencia Correa, apellido de su abuela materna. “Todo empezó por un tío que vive en Necochea a quien le hablaron sobre la herencia –cuenta–. Se estaba abriendo la causa y buscaban a los herederos. Para eso había que hacer el árbol genealógico. Se hicieron trámites, hubo que pagar en consulados, rastrear antecedentes. En el ’82 mi mamá pudo viajar a Brasil, se entrevistó con gente que llevaba la causa y trajo documentación”. En aquella época, recuerda Mariela, se hablaba de “un millón de dólares por heredero, según la cantidad de carpetas presentadas hasta entonces”.
Su familia inició los trámites con el estudio Retamar, de Paraná, pero luego “eran tantas las carpetas que tenían ellos que nos derivaron a otro estudio, el de Mónica Carrascosa”. Aclara Mariela que Carrascosa “nunca nos pidió dinero, sino que le firmamos un poder”. Y el resto fue esperar. Y seguir esperando.
Lo último que le han dicho a Mariela es parecido a lo que oyeron otros “herederos”: que a esta altura la única posibilidad de reunirse con algún dinero es vender los derechos sucesorios, y que habría “empresas multinacionales” interesadas en comprarlos. En este caso, le advirtieron, ya no sería un millón sino cien mil dólares los que recibiría.
Mariela no sabe qué pensar cuando oye esas noticias.
–Todos los viernes, mi mamá llama a la abogada –cuenta–. Uno piensa que hay que tener paciencia, pero ya van 25 años de paciencia.
También la familia de Cristian Martín, de Santa Fe, tuvo paciencia. “Empezaron con todo esto mis abuelos, ellos son de El Trébol, a 400 kilómetros de Santa Fe”. Cristian, que tiene 28 años y trabaja en una obra social, no sabe exactamente cuánto dinero invirtió su familia, pero dice que no fue poco. “La que es Correa es mi abuela. Después para incorporarme a mí como heredero hubo que poner más plata, y lo mismo con mi hermana”. Recuerda que cuando era chico viajaron un par de veces a Paraná, al estudio Retamar, para avanzar en los trámites.
Nunca nadie les dijo a los Martín que el proceso se hubiera archivado en Brasil, sino más bien lo contrario. “Hace unos tres o cuatro años se hablaba de que ya estaba la plata, que faltaba una firma del Consulado, que habían vendido las tierras, pero todo eso quedó en la nada. Yo cada tanto me conecto con otros por Internet, para conocer las novedades”.

Los abogados

El estudio Retamar, de Paraná, es el que parece tener más presuntos “herederos” y una maquinaria aceitada para recibir candidatos. El propio Félix Retamar se incorporó a la sucesión como descendiente de Correa y escribió un libro titulado Mi tío el Comendador, que vende desde su sitio de Internet por veinte dólares, gastos de envío incluidos.
–Nosotros tenemos siete mil herederos –dice Retamar–. Los empezamos a presentar en el juzgado de Rio Grande do Sul en 1979.
En su página web no dice que la causa en Brasil está archivada, pero se dan muchos detalles del caso, empezando por las tierras que tenía en vida el comendador: “Si juntamos toda esta tierra, se produce una extensión aproximada de 83 millones de hectáreas, una franja imaginaria de 1000 km de largo por 830 km de ancho –escribió–. Todo esto no dejaría de ser una historia más, sino fuera que este hombre antes de fallecer hizo un testamento que hoy al comienzo del tercer milenio está vigente. También antes de fallecer creó una administración que le ha sucedido hasta nuestros días, manejándole sus bienes, haciéndolos crecer y pagando los impuestos correspondientes”.
–¿Cuál es la valuación de estos bienes? –le preguntó este diario.
–Es incalculable, hay que hablar de billones de dólares. ¿Cuánto vale una ciudad? Haga usted un cálculo.
–Ni idea. ¿Cuánto?
–Mire, Santa Isabel era una estancia de 22.000 hectáreas y fue presentada en su momento al juzgado por la inventariante. Hoy Santa Isabel es una ciudad, que pertenece a toda la sucesión. Cuando Alfonsín era presidente nosotros le ofrecimos al gobierno que interviniera, pero nos dijeron que esta causa era más frágil que el canal de Beagle. Nosotros les dábamos toda la documentación. Con esto se podría pagar la deuda externa y sobraría plata para todos los herederos.
–¿Cómo les cobra usted a sus clientes?
–Hemos cobrado una cifra para hacer los papeles. Tuvimos gastos como cualquier estudio para preparar la documentación, sacar partidas de nacimiento de iglesias, del Registro Civil, legalizarlas. La gente que no pudo pagar cedió parte de sus derechos y pagamos nosotros.
–Y también están ofreciendo vender los derechos a terceros.
–Nosotros queremos vender todo lo que tenemos y terminar con esto. Pienso que es un momento muy oportuno porque sabemos que muchas de las tierras en Brasil están dentro de la reforma agraria que inició el presidente Lula. Estamos tratando con empresas que están interesadas, pero necesitan garantías.
Cuando hace una historia del caso, Retamar menciona que en 1982 hubo un fallo adverso, pero “luego se apeló”.
–Pero la causa está cerrada. Hace mucho.
–Sí, pero hay apelaciones.
–Lleva archivada veinte años. ¿No le parece un poco difícil que se reabra?
–Mire, se pinta una cosa y hay otra distinta detrás. El derecho hereditario no se pierde nunca. Además, está también la causa abierta en Uruguay.
–En Uruguay dicen que no hay ninguna nómina de bienes heredables.
–Yo la tengo. La gente no sabe lo que dice o no quiere hablar. Acá hay muchos intereses, mucho gato encerrado.

Marciano en escena

Es todo tan extraño en este caso que a uno ya se le ha acabado el asombro cuando descubre que uno de los abogados que interviene se llama Marciano. No es un apodo: Marciano Rodríguez Báez tiene un estudio en Asunción, desde donde captó una gran cantidad de clientes argentinos y paraguayos.
A él acudió la correntina Verónica Duffau Correa. “Las primeras noticias habían llegado a mi casa cuando yo tenía 7 u 8 años, una abogada les había ofrecido a mis abuelos hacer los trámites –cuenta–. Pero como ellos eran muy humildes y no podían pagarlo no lo hicieron.” Recién en 1999, Verónica volvió a toparse con la historia, esta vez a través de una amiga de Entre Ríos, también de apellido Correa, quien la entusiasmó con la idea de la herencia y la llevó con su abogado.
Y aquí entra en escena Marciano. Verónica se comunicó con él, pasó sus datos y la secretaria le dio la buena nueva: sí, ella era de la familia. Gran alegría, sólo que tenía que viajar de urgencia a Asunción, porque todo se estaba definiendo con gran velocidad y el abogado debía presentar sus carpetas en Brasil y en Uruguay.
–Uno está tan en caliente, que no pensás en lo que te dicen –recuerda Verónica–. El tipo tiene la foto del fulano enmarcada, te cuenta la historia, te habla, y uno está tan ilusionado que le cree.
Ella quiso compartir su suerte con su extensa familia y los puso a todos al tanto del asunto. Pero muchos no podían pagar. “Mi marido pidió plata prestada y les pagó la carpeta a mi mamá, a mi tía, a un montón de gente. Viajamos a Rosario para conseguir algunos papeles. Terminamos pagando 2000 pesos, dólares en ese momento, por las carpetas de toda mi familia.”
Cuenta Verónica que en esos días elaboraban planes para invertir el dinero y discutían dónde guardarlo: “Sentíamos que ya estábamos forrados: iban aser 250 mil dólares por cada uno”. La realidad les cayó después como un golpe en la cabeza. Una abogada amiga de su marido, a quien le habían llegado dos casos similares, se disponía a viajar a Uruguay a estudiar el expediente y le ofreció chequear su situación.
–Cuando vuelve me lo dice: esto es un fraude violento.
Ahora Verónica se puede reír, pero en aquel momento sintió frío, porque el dinero se le escurría de las manos.
La abogada es Silvia Méndez, quien tiene su estudio en Corrientes. Para ella la historia había empezado cuando “llegó hasta nosotros un cliente que conocía a una persona, supuestamente heredera, que no podía pagar los gastos para inscribirse, unos cien dólares –le contó a este diario–. El se iba a hacer cargo del pago y luego dividirían lo que se cobraba”. La versión, que provenía del famoso Marciano Rodríguez Báez, era que “lo primero que se iba a cobrar era lo de Uruguay, adonde llegaban las propiedades de este señor Correa. Que como esas tierras habían pasado a manos de la petrolera Ancap, ellos se harían cargo de la indemnización”.
Cuando otro cliente le pidió que hiciera de intermediaria para comprar muchos derechos de herencia –15 o 20 mil dólares–, ella decidió viajar a Montevideo junto a su marido, con quien trabaja. “En el juzgado nos atendieron muy bien. Nosotros pensábamos que el expediente ocuparía toda una habitación, pero nos trajeron sólo cinco cuerpos. Eso era todo. Y adentro no había prácticamente nada: se trata de una apertura de sucesorio donde no hay ningún bien. Ni hay declaratoria de herederos. Ancap jamás figuró. La actuaria del juzgado nos contó que había ido gente mayor a verlo y se había puesto a llorar en el mostrador”.
Lo primero que pensaron fue cómo decírselo a la gente que los esperaba con tantas expectativas. Por eso pidieron que el juzgado les diera un informe por escrito –texto que se reproduce en estas páginas–: allí se aclara que en el expediente de la sucesión no existe ninguna presentación del Dr. Marciano Rodríguez Báez, que no hay desde su iniciación “relación de bienes del causante, lo cual fue motivo de observación por parte del ministerio público”, que no hay ninguna propuesta de indemnización por parte de la Ancap ni fecha alguna de cobro para los herederos.
Volvieron al país con esas noticias. Y algunos no les creyeron. O peor: se enojaron con ellos y se volcaron a otras fuentes para oír una versión diferente.
–Lo más patético de la historieta –termina– es que pese a los papeles que trajimos del juzgado de Uruguay, que es lo único serio y formal que hay, la gente sigue esperando cobrar. Nadie quiere creer que es una estafa.

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