SOCIEDAD

Alfabetizar, algo más que aprender a leer y escribir

En comedores, centros de salud y escuelas del sur del conurbano crece una experiencia de educación comunitaria, basada en la teoría de Paulo Freire. La propuesta, paralela a la enseñanza tradicional, involucra a 2500 niños, adolescentes y adultos.

En el sur de la provincia de Buenos Aires avanza una propuesta educativa paralela a la enseñanza tradicional: la del Foro Social y Educativo Paulo Freire. Con la meta de alfabetizar sin que la alfabetización culmine en la mera enseñanza de la lectoescritura, unos 350 docentes, no docentes, profesionales y estudiantes de varias carreras tratan de quebrar la fórmula que vincula la miseria con el analfabetismo. Trabajan en horarios extraescolares y en varios centros situados en barrios pobres: una escuela, un comedor, un centro de jubilados, una salita de primeros auxilios. Su propuesta llega a 2500 niños, jóvenes y adultos que aprenden lo que ellos mismos piden aprender para luego diseñar sus propios proyectos laborales. La idea surgió de los lineamientos del Foro Social Mundial Educativo y los fundamentos teóricos de la “educación comunitaria” del pedagogo brasileño Paulo Freire. Su lema es “Otra educación es necesaria”, y la hacen posible.
La red de alfabetizadores de la zona sur del foro es la más consolidada, pero hay otros nudos en Capital Federal, Cipolletti, Salta y Jujuy. En el conurbano norte, los alfabetizadores aplican su oficio en la estación Olivos con los cartoneros que viajan en el Tren Blanco mediante el servicio de un merendero y la publicación del boletín Historias de cartoneros.
“Digan lo que digan los diarios y las estadísticas, hay analfabetos. En mi barrio conté cien, por lo menos”, cuenta a Página/12 Mónica Sánchez, coordinadora de Aprender a Ser Grandes, una asociación de Burzaco, partido de Almirante Brown. Los alfabetizadores organizaron talleres “en los que varios chicos aprendieron a lavarse los dientes, muchos (de ellos) lo hicieron por primera vez” con cepillos y la pasta dentífrica regalada por los mismos voluntarios. Y “como alfabetizar no es enseñar a repetir lo que se aprende”, se hacen actividades de lectura comprensiva: “Leemos el diario –cuenta Mónica– y analizamos las noticias; los chicos piden charlar sobre las notas que tienen temas de droga, violencia familiar y las policiales que hablan sobre las fiestas de cumpleaños que terminan mal, a los tiros. Se interesan porque esas cosas tienen que ver con la realidad de ellos”.
En cada una de las 20 instituciones, el trabajo trata de alejarse del asistencialismo. Y aunque en algunas de ellas satisfacen necesidades urgentes, la herramienta pedagógica no se abandona. Por ejemplo, en un comedor, la excusa para alfabetizar es la comida; en una salita de primeros auxilios de Caraza, el pretexto es la procreación responsable. En 2004, catorce proyectos recibieron el financiamiento del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Y se están haciendo gestiones para que la flamante Dirección de Educación Popular reconozca como “Centro de educación popular” a cada uno de los espacios donde educa el foro.
El coordinador de la red, Eduardo Marello, no deja de ser crítico en su análisis de las propuestas gubernamentales: “Por suerte, el Ministerio de Educación lanzó un plan de alfabetización. Pero enseñar a leer y escribir no es todo. Eso tiene que ir acompañado por la enseñanza de algo que atienda las necesidades de la población, de un oficio. Se perdió la transmisión de un oficio de padre a hijo, es un eslabón que se cortó y va a ser muy difícil recuperar en el corto plazo”.
Los proyectos son fruto de un trabajo de varias etapas, y Marello las explicó: “El primer paso es conocer el mundo del otro, ver su realidad. La alfabetización parte de situaciones generadoras de temas sobre los que la gente necesita saber algo” y superarse como persona. Recién luego viene la alfabetización propiamente dicha y ese acto implica una relación recíproca: “El otro sabe algo que yo no sé, y yo sé algo que el otro no sabe. Entonces, los dos estamos en condiciones de aprender. El rol del alfabetizador es ser un mediador entre ambos saberes”, resumió. Un ejemplo concreto de estas definiciones es lo que se hizo en el barrio La Saladita, un complejo de 15 torres de departamentos del partido de Avellaneda donde viven unas 600 familias. El trabajo del foro está en el Centro de Educación de Adultos 722, en el que 35 alfabetizadores reciben a 150 personas. El primer paso para poner el marcha la educación comunitaria fue hacer una encuesta que reveló las necesidades educativas del lugar. Sobre la base de los resultados se diseñaron talleres de electricidad, carpintería, tejido, títeres, música, artesanías y cocina infantil en la que una nutricionista enseña a cocinar lo que los mismos chicos tienen ganas de comer.
Reina Adorno es la responsable del Centro. “Aquí, la delincuencia está a flor de piel. No hay trabajo, no hay otra cosa, los chicos salían a robar; muchos murieron, otros están detenidos. Encima eran discriminados por los vecinos. Pero gracias al foro, cuando les abrimos las puertas encontraron un espacio donde formarse. La educación no se cambia modificando las leyes, se cambia con escuelas con 20 alumnos por aula en donde haya posibilidad de un trato personalizado.”

Vicente, alfabetizador
“Antes fumábamos un porro y nos íbamos a la cancha. Ahora, en vez de jugar a la pelota pintamos murales”, dice Vicente, que con 29 años y antecedentes penales es alfabetizador. El edificio del centro de La Saladita es modesto, de una sola planta y cinco salones muy pequeños. Al lado, una salita de primeros auxilios. Y entre ambos edificios, un canasto para las bolsas con residuos que no hace mucho, cuando se llenaba, seguía acumulando basura a su alrededor. Vicente lleva al cronista a hacer una recorrida y muestra la solución que le encontró a ese problema: “La gente se acostumbró a tirar basura y eso daba una imagen de mugre que no podía ser. Por eso pintamos un mural, para que respeten el lugar”. Luego camina, se para frente a otro dibujo y lo describe: “Este es sobre el sida. Eso que está ahí es el ‘bicho’”, dice señalando un círculo con ojos que simboliza un VIH gigante, ubicado entre una familia y preservativos con ojos y caras sonrientes. Ahora falta pintar las jeringas porque por esa vía también se contagia la enfermedad”. “Vine a ayudar y para que los demás me ayuden a mí. Los pibes me dicen ‘¡hola profe!’ y pienso ‘¿yo, profesor?’”
En Perú, educadores interesados en la metodología de Paulo Freire tomaron contacto con Marello y comenzaron a diseñar la red en su país. En pocos meses conformaron foros en varios colegios y universidades de provincias peruanas. El objetivo es que en la Argentina suceda algo similar, “pero en Perú fue más fácil porque la organización vino de arriba hacia abajo; en nosotros, el proceso se dio al revés, surgió de una necesidad de las clases más bajas”, comparó el coordinador. La propuesta del foro en la Argentina cuenta con el apoyo del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad de Río de Janeiro y otras instituciones. No obstante, lo fundamental sigue siendo que las instituciones de base quieran sumarse al proyecto. “Lo primero que nos preguntan cuando llegamos a un barrio es ‘¿quién está detrás de ustedes, quién los banca?’ –recuerda Marello–; no pueden entender que esto es genuino, que no hay políticos de por medio, que sólo es cuestión de generar cambios culturales.”

Informe: Adrián Figueroa Díaz.

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En el barrio La Saladita, de Avellaneda, se diseñaron talleres de carpintería, artesanías y cocina infantil.
 
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