SOCIEDAD › EMPRENDIMIENTOS DE DESOCUPADOS DEL MTD

Autogestión

El Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón está creando desde hace dos años una red de talleres, panaderías y comedores autogestionados, con la base de los planes de desempleo. Una recorrida por un ámbito rígidamente antiautoritario que cambia el paisaje de suburbios desolados.

 Por Laura Vales

Lo primero que llama la atención es la velocidad con que cambia el paisaje. Dos semanas atrás, en esta parte del barrio La Fe había un baldío de automóviles oxidándose. Ahora el terreno está limpio y crecen casillas de chapa y madera. Sobre el borde de una calle de tierra, en la zona antigua del asentamiento, dos hombres desarman una prefabricada. La desmontan como si fuera una caja, suben una pared entera al carro, lo empujan hasta hacerlo avanzar a tropezones calle abajo, rearman la casa 200 metros más acá: la ciudad avanzó otros 200 metros, el hombre le ganó otra batalla al basural. En la manzana de enfrente un cincuentón clava tablas a lo largo de un tirante y va levantando una habitación. Son tablas angostas como un paquete de cigarrillos, pero la construcción sube rápida. Y los cambios dentro de cada casa: resulta que ahora hay divisiones donde la semana pasada no había nada, estantes nuevos, o puertas y ventanas recién abiertas. “¿Esta pared estaba acá?”, pregunta Página/12 a un vecino. “Me parece que no, que la hicimos después.” “¿Por qué está todo tan distinto?” “¿Le parece distinto? Yo tengo la impresión de que acá todo esta igual, siempre.”
Y sin embargo en estos días nada cambia más rápido que el paisaje de los asentamientos. Página/12 recorrió los talleres productivos que el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Aníbal Verón tiene en el sur del Conurbano. Se trata de emprendimientos autogestionados y financiados con planes de empleo: panaderías, fábricas de ropa, de zapatos, huertas, equipos de autoconstrucción en Lanús, Solano y Almirante Brown. En estos casos, la organización utiliza los planes (Trabajar o Barrios Bonaerenses, ahora Jefas y Jefes de Hogar) para desarrollar proyectos propios. No administra el dinero, ya que el Gobierno deposita los 150 Lecops en una cuenta bancaria a nombre de cada beneficiario, pero sí utiliza las cuatro horas de trabajo de la contraprestación del subsidio en iniciativas decididas por los desocupados, bajo reglas fijadas por los desocupados.
En el MTD señalan que sus talleres productivos tienen un doble objetivo: el más obvio apunta a la autonomía, generar proyectos de economía popular con chances de seguir caminando solos y potenciarse entre sí. Junto con ello, existe una búsqueda que apunta directamente “a la recuperación de lo humano, a la sociabilidad”. La idea base es que existe una correspondencia entre las formas de organizarse y las metas que se persiguen. Los piqueteros del Aníbal Verón se definen como “anticapitalistas, autónomos de los partidos políticos, incluso los de izquierda, y de las centrales sindicales”. Internamente defienden cuatro principios de organización: horizontalidad, participación, democracia directa y autonomía.
A un peso el kilo
En la panadería de Solano trabajan 20 personas, en turnos que cubren las 24 horas. En un día en que todo funcione bien, producen 200 kilos de pan, destinados al consumo propio (en los comedores de tres barrios y para acompañar la copa de leche de 150 chicos). Cubiertas esas necesidades, lo demás se vende al público a un precio solidario, menor que el de mercado: un kilo, un peso. La panadería deja ganancias, ya que los sueldos se consideran cubiertos con los 150 pesos del subsidio. Los piqueteros decidieron no repartir los ingresos extra entre las 20 personas que trabajan allí, sino usarlos para sostener otros proyectos comunes.
“En los talleres productivos discutimos qué tipo de relación queremos tener entre nosotros, por lo que el modo de organización va surgiendo de un colectivo”, dice Neka (Nélida) Jara. “Al comienzo teníamos encargados, alguien que en cada lugar ordenaba las cosas, pero más adelante decidimos que no queríamos dirigentes, ni en la organización ni dentro de cada taller. La manera de sacar el trabajo adelante es partir de acuerdos: antes de hacer nada resolvemos juntos qué queremos producir, para quédestino, cómo vamos a hacerlo. Sólo después de que todos tenemos en claro qué queremos hacer, nos ponemos a trabajar. Después revisamos en conjunto, en talleres semanales si esos objetivos se van cumpliendo.”
Los talleres productivos llevan dos años de práctica. En el ‘97, los integrantes del MTD que accedían a planes de empleo trabajaban para la municipalidad, barriendo calles o realizando tareas de señalización. Después reclamaron trabajar en sus propios barrios, “limpiando las zanjas, por ejemplo, o en obras de mejoramiento”, cuenta Andrés Fernández. Finalmente impulsaron proyectos para las necesidades comunes: pan, ropa, calzado. Los primeros talleres se armaron en el ‘99, cuando el grupo era mínimo, de unos 60 integrantes. Hoy, tras la extensión del Jefes y Jefas de Hogar, en Solano hay 1200 beneficiarios. “Pero siempre es mayor la gente que sale a los cortes que la que participa de los talleres.”
–¿Por qué?
–Porque no todos adhieren al proyecto del MTD –dice Neka.
“Se movilizan todos, pero después existe un porcentaje que apuesta al proyecto y otro que no, y que entonces sólo hace cursos de capacitación, si quiere adquirir un oficio, o trabajo territorial arreglando las escuelas, pero no entra a los talleres.” Tampoco existen tantos como para contener a 1200 personas: montar cada taller lleva un tiempo interno a cada grupo. La gente tiene que conocerse, ponerse de acuerdo, vincularse. Y el avance es más lento cuando, como en este caso, tienen que conseguir sin auxilio del Estado herramientas e insumos.
En Solano, cuenta Carlos Ramírez, artesano e integrante del taller donde se fabrican zapatos y carteras, resolvieron parte de esa dificultad “colectivizando las herramientas que tenía cada cual y fabricando nuevas”. El horno de pan se hizo en el taller de herrería. Al resto de las máquinas las compraron de segunda mano, algunas fuera de funcionamiento, y las arreglaron. Es la gran ventaja de las organizaciones de desocupados de este país: están cada día más llenas de electricistas, herreros, gasistas, plomeros, enfermeros, maestros. Del oficio o profesión que se busque.
La bloquera
A 12 kilómetros de allí, en La Fe, un asentamiento de Lanús, está la bloquera, fábrica de ladrillos de cemento. El obrador es un tinglado de techo alto y piso de material. Allí se aprende a armar los bloques, con una mezcla fresca de cemento y arena. Los ladrillos ya moldeados se dejan al aire libre para que sequen y fragüen. El obrador tiene capacidad para producir 200 bloques por tanda: es decir cada 48 horas, los ladrillos necesarios para levantar las paredes de un cuarto no muy grande. Trabajan 30 personas. Quince a la mañana, armando bloques, otros 15 a la tarde utilizando los que ya estén listos para la construcción. Así se levantó una guardería y el galpón de las máquinas, ahora están terminando el taller de carpintería y está en lista de espera una biblioteca. El criterio, dice Pablo Solana, fue comenzar por los espacios comunitarios.
También aquí hubo cambios internos en la organización de los talleres, a medida que avanzó la experiencia. Algunos grupos iniciales aprendieron el oficio rápidamente, tomaron envión y siguieron su camino solos, desgajados de la organización de desocupados.
Junto con los talleres (hay otras panaderías, huertas y pequeñas fábricas de ropa y comida en los distintos barrios) los MTD tienen en la zona sur otra clase de emprendimientos apoyados en un fondo común. Armaron una farmacia comunitaria, financiada colectivamente para que quien necesite un tratamiento acceda a los medicamentos básicos. Los comedores se apoyan en un sistema de pozo común, por el que cada beneficiario de un plan aporta 10 pesos por mes. Con eso se compra la mercadería que no llega por otras vías, carne o verduras, y se abastece la olla de donde comen todos, cobren o no el subsidio de empleo. Si se pregunta por los problemasmás duros para sostener los talleres, en los MTD ponen al tope las dificultades de tipo interno, como “el individualismo”, o la tendencia “a ver las propias necesidades antes que las de los demás”.
Los piqueteros se muestran más radicalizados que otras organizaciones de desocupados. No han nombrado dirigentes. Para el vínculo con los medios, cada barrio tiene un celular, pero es un milagro que lo atienda dos veces la misma persona. Y si resulta que uno había empezado a hablar de un tema con alguien y al día siguiente busca completar la información, una nueva voz en el teléfono le dirá: “Fulanito no está, pero yo también soy del MTD. Hable conmigo”. En los cortes de ruta, interrumpen todos los carriles de tránsito. Cuando establecen diálogos con el Gobierno lo hacen de manera grupal, sin designar un interlocutor. Odian cualquier cosa que les recuerde a una práctica clientelar. En sus filas se ve una proporción más alta de jóvenes. Los que están trabajando en el obrador de Lanús tienen el proyecto de producir en dos meses bloques para los vecinos que quieran (y puedan) levantar sus casas de material. Discutieron cómo van a hacerlo la semana pasada. Algunos propusieron ofrecer los bloques a un precio más bajo que el de mercado, pero finalmente la mayoría decidió que había que venderlos al costo, sin otro precio que el permita reponer los insumos.

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