DEPORTES › UNA GOLEADA POCO COMUN EN LOS ULTIMOS MUNDIALES

Alemania ya toca el cielo

El 8-0 a Arabia fue la sensación sabatina del torneo. Uruguay cayó 2-1 con Dinamarca y empataron 1-1 Irlanda y Camerún. A la madrugada Argentina jugaba con Nigeria, más Inglaterra-Suecia, Paraguay-Sudáfrica y EspañaEslovenia.

 Por Osvaldo Bayer

Una de dos: o los alemanes son los futuros campeones del mundo o los saudiárabes mandaron a una murguita de acomodados del sheik. Después del partido nadie sabía qué había pasado. Para explicar el fenómeno, los intérpretes del fútbol en radio y televisión comenzaron a hablar de la filosofía de Kant y de Hegel, y por qué no, un poco de Karl Marx. Cuando tal vez la mejor teoría para interpretar el ocho a cero del triunfo teutón sólo podría esclarecerse a través de una lectura detenida de El espontaneísmo de las masas del anarco Mikhail Bakunin, siempre, claro está, que se considere “masa” ya a un equipo de fútbol o a un piquete de once personas y un entrenador. Todos los alemanes se reunieron ante el televisor a las 13.30 para sufrir y ver a su equipo perder uno a cero o empatar uno a uno con un gol de agonía. Pero no, ganó ocho a cero, con un juego brillante, conciso, matemático, científico pero con alegría, como si cada jugador germano hubiera ingerido antes de entrar al campo de juego unos tres jarros de espeso pils.
Los germanos hicieron un juego de pases perfectos, medidos, pusieron el cuerpo, corrieron como si todas las corridas fueran cien metros llanos. Mientras los árabes –con su conjunto globalizado con africanos, por supuesto– parecían que en vez de correr la pelota estaban vigilando si sus mujeres se habían puesto el shador –como lo mostraron en las tribunas reservadas algunos jeques poniendo poses de importantes y mirando de reojo a sus mujeres para cerciorarse si éstas, en vez de mirar a los jugadores árabes se engolosinaban con esos germanos en pantaloncito corto. Por ejemplo, fue escalofriante cuando el huno Jancker metió un golazo y de alegría se desnudó de la cintura para arriba y mostró su cuerpo torneado sin vello y con músculos pectorales que superaba cualquier par de buenas tetas (perdón, pechuga femenina) de un desfile de modelos. Cuando ocurrió el semi strip-tease de Jancker, el huno que había ido a la peluquería, los jeques ensabanados dirigieron sus severas miradas hacia sus docenas de esposas cubiertas. (O tal vez para no ver los festejos del golazo del atleta perfecto del Bayern Munich.)
Pero cómo. Si nadie le había dado la menor chance al equipo alemán por aquella interpretación de que todos los alemanes juegan en segunda división ya que la primera colecciona africanos, rusos, yugoslavos, argentinos, polacos y a algún brasileño contratado. Y, este estudio profundo de los sociólogos alemanes ha llevado a la conclusión de que Alemania ya no puede disputar ningún torneo internacional. Hasta que llegó la solución: nacionalizar a todos los buenos jugadores extranjeros. Y ya se ven los resultados: un africano de color (aquí, en Alemania, está prohibida la palabra neger, es decir, negro, porque tiene conexiones racistas, que antes se practicaba abiertamente y que ahora se disimula mejorando el vocabulario) forma parte ya del seleccionado germano. Es ahora un “teutón de color” hasta que los laboratorios Bayer inventen una anilina con vaselina que suavice ciertos tonos o convierta lo negro en blanco. Entonces ya el pueblo alemán no necesitaría eliminar de su vocabulario la incomodísima palabra “negro”.
Fue un partidazo. Cada gol fue un golazo. El mejor jugador fue Klose, el pibe rubiecito con cara de Sigfrido enamorado de las walkirias. Tres goles como aquellos de José Manuel Moreno o el torito Aguirre (por si los lectores no saben, el “torito” fue jugador de Rosario Central, aquel equipo del cual era hincha el Che Guevara. Bueno, basta, para qué más detalles, si no me van a acusar de ser hincha de los canallas).
Nos quedamos todos con la duda. Alemania será la sorpresa del Mundial, o es que Saudiarabia sólo juntó a los jugadores absolutamente creyentes, absolutamente fieles a la monarquía, absolutamente observadores de las leyes de absoluta fidelidad a cumplir por el sexo femenino. (Claro, como decimos, los jugadores árabes en este partido en vez de observar la pelota, miraban enfebrecidos cualquier movimiento de sus mujeresrecubiertas por velos y alfombras.) Veremos. Pero no queremos dejar de decir dos palabras sobre el entrenador alemán: Rudi Völler, un ex jugador de los muy buenos, humilde, vestido con un trajecito de los “49 auténticos”, que después de cada gol de su equipo se reía como un pibe que le regalan una salchicha con buena mostaza.
Con este triunfo, los alemanes pudieron superar algo de la bronca que tienen desde cuando se anunció que la televisión iba a dar sólo doce partidos del campeonato mundial. El que quiere ver todos los partidos debe abonarse al canal privado Premiere por un año, de acuerdo con la divisa: el que quiere ver, que pague. El deporte popular sólo para los más ricos, de acuerdo con el señor Blatter, su comandita y los presidentes de los clubes. Es como para escupirles e ir, como antes, a ver jugar el deporte amado a los terrenos baldíos del barrio. Hay que globalizar el fútbol, el que quiere ver, que pague y si no que vaya a cantar a la iglesia a agradecer los dones recibidos.

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