SOCIEDAD

Irlandeses por el mar

Con menos ruido que sus compatriotas de U2, anda por Buenos Aires el buque insignia de la armada de Irlanda, en su primera visita por este sur. El “Eithne” trajo juguetes, vida irlandesa y, sin querer, otra manera de ser militares.

 Por Sergio Kiernan

Hay algo raro en la relación de los irlandeses y la guerra: la han hecho por siglos, bajo muchas banderas y bajo la verde y oro de sus muchos exilios, cubriendo con sus huesos prácticamente todas las naciones del mundo y hasta mirándose desde trincheras enfrentadas, en guerras civiles e internacionales. Pero en cuanto tuvieron república propia, independiente al fin de los ingleses, parece que tomaron una decisión drástica por el pacifismo, por la neutralidad y por la escasez de uniformes. La paradoja es que Eire, la República de Irlanda, nació de una larga guerra guerrillera y se zanjó con una enconada guerra civil.

Esto tal vez explique que recién esta semana, por primera vez en la historia, el Atlántico sur vio pasar la bandera irlandesa en un buque de guerra. Es un mar que los irlandeses recorrieron una y otra vez bajo bandera británica y bajo la argentina que estrenaba Guillermo Brown –y varios de sus compadres– en guerra con los españoles. Pero nunca se había visto la tricolor por estos pagos grises.

El año pasado, el gobierno argentino invitó al irlandés a enviar un buque de guerra para conmemorar los 149 años de la muerte de Brown, el compatriota nacido en el condado de Mayo. Brown era un republicano cuando el ideal de las repúblicas era una sedición internacionalista, y se prendió en este sur a una batalla que allá, en su país, se había perdido en la gran rebelión de 1798. Como era marino, se encargó de los primeros patachos del acosado gobierno local y ganó las primeras batallas contra la flota española que bloqueaba el Plata. Y lo hizo para gran sorpresa de españoles y criollos.

Brown no es tan conocido en Irlanda, pese a los esfuerzos de algunos irlandeses que fundaron un museo en su casa, el único museo naval del planeta que está a treinta kilómetros del mar. Pero el almirante es una figura familiar para el país: un compadre que emigra, toma un uniforme ajeno y se destaca peleando por libertades que todos los irlandeses podían entender. Hasta en el pesado frac del lenguaje diplomático se puede vislumbrar, todavía hoy, este entendimiento.

Y así fue que Irlanda mandó al sur a su buque insignia, el “Long Eireann Eithne”, un buque patrulla portahelicópteros de 80 metros de eslora, armado con un cañón y varias ametralladoras antiaéreas, que se dedica a controlar pesqueros ilegales, contrabandistas y narcos. Y así fue que llegó a Argentina un micromundo de irlandeses, un artefacto equipado con los acentos, el té Harris, las mermeladas ácidas y una tripulación de profesionales que nunca en su vida le pusieron un dedo encima a nadie fuera de la ley.

El “Eithne” tocó Mar del Plata el fin de semana pasado, apaleado por la tormenta que maltrató la costa argentina. Para su capitán, Mark Mellett, y para la tripulación, ése era un clima normal, de Mar del Norte, después de la ensoñación de cruzar el Ecuador y los trópicos, y quedar con las narices peladas por el sol, sudando en uniformes demasiado pesados. El buque fue recibido por lo alto, con esos formalismos tan de argentinos –banda en la base naval, buques empavesados, infinitos saludos y silbatos– y quedó amarrado en lugar de honor, entre submarinos y frente al Sheraton. El primer evento fue el de marineros descubriendo cosas como el bife de chorizo. El segundo fue un homenaje a Brown en el poco conocido monumento frente al casino y entre los leones marinos, que fue un exitazo entre los bañistas. Y el tercero fue la movidísima fiesta en la cubierta, ofrecida a la comunidad irlandesa local, a los anfitriones de la base y a unos españoles que pasaban de casualidad en un buque antártico. Hubo música en vivo, valses tradicionales y una avanzada degustación de cerveza negra.

Pocas veces se había visto semejante informalidad en algo que flotara y estuviera pintado de gris pero a la mañana, al soltar amarras rumbo a Buenos Aires, el “Eithne” cambió súbitamente de tono. La salida de la base fue con toda la formalidad –el estandarte naval irlandés a proa, verde esmeralda y con el arpa dorada, una formación de honor con uniformes blancos–, pero en cuanto terminó la ceremonia el buque se transformó en un lugar de trabajo y eficiencia, un click de vuelta a rutinas inmemoriales del mar.

Lo llamativo, para los invitados argentinos, era cómo se hacía esto. Quizá porque los irlandeses detestan el militarismo –su armada ni siquiera se llama armada, sino “Servicio Naval”–, a bordo nadie levanta la voz, nadie hace la venia y resulta inimaginable que a alguno se le ocurra bailar a un tagarna. De alguna manera que cuesta imaginar por estos rumbos, allá se entrena de otro modo, y resulta evidente que cada tripulante del “Eithne” sabe qué hacer y cómo hacerlo. Para completar las sorpresas, en un ejercicio antiaéreo en que dos Aero Macchi navales fingían atacarlo, las ametralladoras antiaéreas fueron manejadas por mujeres. En la jerga más vieja del mar, a eso se lo llama un “buque feliz”.

El “Eithne” se queda hasta el martes y sus tareas en esta ciudad fueron homenajear a Brown, cargar con ceremonia una estatua del almirante que viaja a Irlanda y llevar infinitas cajas de juguetes al Hospital de Niños. La tripulación está acostumbrada a estas escapadas, porque el buque tiene una vieja amistad con un hospital de niños de su país y recibe a los chicos regularmente. En el rato libre, la mitad se fue a ver Boca-Gimnasia y la otra mitad, a los compatriotas de U2. Previsores, se habían comprado un paquete de entradas por Internet en un broker de Dublín.

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