SOCIEDAD

Cruzar los Andes a lomo de mula, como San Martín

Una recorrida a 4800 metros de altura, a lomo de mula, siguiendo la senda que recorrió San Martín para cruzar los Andes y encontrarse con O’Higgins.

El periodista se aferraba con los músculos crispados al pelo de su mula. Lo empinado de la subida lo obligaba a poner toda su atención en la lenta cabalgata, que transcurría a más de 4 mil metros. Eso y el viento en contra hacían que su cuerpo –inexperto en esto de montar– sintiera que su montura se desplazaba hacia atrás, atraída por la gravedad. Una caída en ese lugar, en ese sendero de un metro de ancho por el que buscaba llegar al portezuelo que lo depositaría del otro lado de la Cordillera de los Andes, sería sin dudas una caída fatal. No es que el vacío estuviera justo al lado del camino, pero la abrupta y pedregosa bajada que comenzaba a la derecha hubiera hecho imposible detenerse tras un resbalón. “Hay que pensar en otra cosa”, se intentaba convencer. Por suerte poner la mente en otro lado no es tan difícil en ese lugar de San Juan. Basta con observar la nieve que corona las montañas de alrededor o los estrechos cursos de agua de deshielo que se precipitan entre las piedras hacia abajo, donde decenas de metros después formarán un río.

La escena pertenece a un momento del viaje que un contingente de periodistas y autoridades sanjuaninas realizaron por los caminos que el general San Martín siguió hace 190 años, al cruzar los Andes a la búsqueda de Chile. Era el comienzo de la campaña militar que encabezó para liberar al país trasandino y a Perú, en la época del nacimiento de la mayoría de las naciones sudamericanas. ¿Habrá podido el prócer disfrutar en aquella ocasión aunque sea un instante de los maravillosos paisajes de la Cordillera mientras las cruzaba?

Lo cierto es que las estrellas de la expedición fueron los paisajes que allí ofrece la naturaleza. Las grandes extensiones de la zona montañosa dejan ver a quien se anime a llegar hasta ahí sus formidables imágenes, con elevaciones color marrón oscuro al lado de otras en las que dominaba el verde de la vegetación, montes de un gris azulado que se tocaban con laderas blancas por su alto componente de salitre. Todo junto conformaba un crisol de tonalidades difícil de igualar hasta para la paleta de colores del artista más pintado.

Las características del lugar maravillaban aún más por lo inabarcable de los espacios. La mano del hombre, con toda su prepotencia, está lejos de imponerse en esa cordillera. Por eso allí, el silencio se puede escuchar. Es cuando el zumbido del viento en los oídos es lo único que se puede registrar.

Tal vez por eso la larga caravana de 40 civiles y unos 20 gendarmes y militares recorriendo en mula los centenarios y estrechos senderos aparezca tan fuera de contexto. Se trataba de los improvisados aventureros que partieron hacia su destino montados en mula desde Manantiales, el lugar donde el Ejército de los Andes realizó a fines de enero de 1817, camino a Chile, su primer descanso extenso (4 días), a la búsqueda de la frontera. Esa primera jornada de 3 horas de cabalgata les mostró a los arriesgados periodistas un predominio de tonalidades marrones en el paisaje, con grandes rocas que determinaban la formación de misteriosos laberintos a su alrededor.

Esa jornada inaugural tuvo mucho más de entretenimiento que de esfuerzo físico. Una característica que no se repetiría hasta el día final de la travesía. La primera posta se había completado, y la larga fila de jinetes, en su mayoría principiantes, llegaba al lugar Los Hornitos, ubicado a 2500 metros sobre el nivel del mar, donde pasaría la noche en carpa. Ya el segundo día iba a imponer su rigor. El objetivo era llegar al portezuelo del Espinacito (4700 m), por donde según coinciden la mayoría de los especialistas, cruzó San Martín la Cordillera. La caravana lo iba a lograr en unas 8 horas, a costa de una profunda extenuación de jinetes y mulas.

Una vez en el portezuelo, los ojos de una de las expedicionarias se mostraban indecisos. No sabían dónde posarse. De un lado, al frente, el Aconcagua con su cima nevada. Del otro, una formación de estalactitas con forma de muebles de casa que coronaba la cima de otra elevación. Alternativas demasiado difíciles de descartar.

De todas formas, era sólo un descanso para sacar fotos y a seguir: el equipo debía llegar desde allí hasta el refugio Ingeniero Sardina, aproximadamente unos 1900 metros más abajo, varios kilómetros adelante y a algo más de 3 horas a lomo de mula. Los primeros apunamientos se empezaron a hacer sentir y algunos de los integrantes de la caravana necesitaron asistencia. No obstante el esfuerzo, el paisaje devolvía a cada momento fotos increíbles: liebres que escapaban a toda velocidad vaya uno a saber de quién, y guanacos pastando con su parsimonia en las empinadas pendientes, que ya empezaban a mostrar mayoría de tonalidades verdes.

Tras un tercer día de descanso, el lunes 12 los expedicionarios debían encontrarse en el límite con Chile, en el Paso Valle Hermoso, con sus colegas trasandinos, para realizar el acto de conmemoración del paso de San Martín hacia el país trasandino en su campaña libertadora y, a su vez, el 190º aniversario de la campaña de Chacabuco. Según el historiador Edgardo Mendoza, que acompañó la caravana, “a esa altura del camino, el prócer se había separado de la columna principal del ejército, como manera de ahorrar tiempo y llegar antes que sus filas a territorio chileno. Mientras los soldados cruzaron por el paso Las Llaretas, él se encaminó hacia Valle Hermoso, que era 36 kilómetros más cerca, lo que le permitió llegar a Chile antes que todas las columnas”. El encuentro se concretó cerca del mediodía, y luego de cuatro horas de camino, en el Paso Valle Hermoso, utilizado por San Martín. El llamativo acto –un lugar desierto invadido por hombres, mujeres y los celestes y blancos, rojos y blancos de sus banderas– estuvo encabezado por el gobernador de San Juan, José Luis Gioja, y el jefe de Gobierno Interior de Valparaíso (la región chilena donde se ubica la frontera), Octavio Arellano Celaya.

Gioja marcó que la zona recorrida “en un futuro no muy lejano se puede transformar en un imán importante para desarrollar el turismo histórico, que ya se está realizando de manera incipiente”. Por su parte, Arellano Celaya señaló que “esto tiene una gran importancia por tratarse del recordatorio a un acontecimiento histórico que significó mucho para Chile, Argentina y América. Pero además, porque fortalece la idea de desarrollar de manera bilateral un corredor turístico en esta zona. Nuestras autoridades nos encomendaron realizar un video con este encuentro, para promocionar en Chile la belleza de este lugar”.

Después del acto, había que volver al refugio y emprender las cuatro horas de vuelta. Lo irregular del camino hizo sentir más que nunca el cansancio. Esa noche casi nadie se iba a animar a acostarse tarde.

La parte más histórica de la aventura había terminado. Pero ningún vehículo más que las mulas podía sacar a la inexperta expedición de allí. Todo lo recorrido debía deshacerse para volver a casa. La diferencia era que el regreso del día siguiente se realizaría por otro portezuelo: el de La Honda. Más de 10 horas de cabalgata serían necesarias para lograrlo. Allí arriba las frías temperaturas de los 4300 metros mantienen todo el año la nieve. Un poco de blanco entre tanto ripio serviría para levantar el cansado ánimo de los expedicionarios.

Tras recorrer, en una nueva pero breve jornada, el camino hacia Los Manantiales –donde todo había comenzado– la expedición tocaba a su fin. Las camionetas 4x4 llegaban a rescatar a la columna, que entre el dolor de rodillas y el cansancio de casi todos los músculos del cuerpo, empezaba a tomar conciencia de la magnitud de la experiencia que acababa de realizar.

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En subida hacia el portezuelo de El Espinacito, a más de 4 mil metros de altura, sin aire, con frío, pero con mucha montaña alrededor.
 
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