SOCIEDAD › LO SECUESTRARON HACE 24 DIAS. POLICIAS QUE INVESTIGABAN ESTAN DETENIDOS

Sin pistas sobre el paradero de Diego

La gente del barrio El Jagüel, en Ezeiza, salió a reclamar por Diego Peralta, de 17 años, por quien su padre pagó rescate, pero no apareció. Los investigadores admiten que no tienen datos. Tres policías del caso fueron acusados por intervenir en otro secuestro.

 Por Carlos Rodríguez

“Lo único que pido es una llamada, la última, para saber dónde está, dónde me lo dejaron.” Luis Alberto Peralta tiene la cara quemada por el sol y el viento, el pelo y los bigotes casi rubios. Heredó la imagen de esos inmigrantes que se asentaron en los suburbios y laburaron toda la vida para llegar al final con algunos mangos, una casa, nada de lujos. Ahora está ante una situación nunca soñada: frente a las cámaras de la TV les pidió a los autores del secuestro de su hijo, ocurrido hace casi un mes, que “cumplan con lo acordado” y lo devuelvan. Luis pagó por Diego Alberto Peralta, de 17 años, una suma compuesta por 9 mil pesos y 2 mil dólares, reunidos billete a billete, con la ayuda de amigos y vecinos. Siguiendo las instrucciones de los delincuentes, el paquete con el dinero fue arrojado en un puente de Claypole, el 20 de julio a la medianoche, pero Diego sigue sin aparecer. En las primeras semanas, en el caso de Diego intervino la Brigada de Investigaciones Complejas de Lomas de Zamora, donde tres de cuyos miembros fueron acusados el 22 de julio de participar en otro secuestro extorsivo.
“Es un caso raro, extraño, y por el momento no se tiene ninguna pista firme”, admitió a este diario una fuente del Grupo Especial Antisecuestros creado recientemente por la Policía Bonaerense. Si bien se cree que fue “un secuestro extorsivo”, no se descarta del todo “alguna venganza”. Esa posibilidad es rechazada de plano por la familia y por todo el barrio El Jagüel, cerca de Ezeiza, que repite a coro: “Detrás de esto hay policías”. El secuestro ocurrió a las 7.40 del 5 de julio. Diego Peralta, que está terminando el polimodal en la escuela privada “El Jagüel”, siempre va al colegio en bicicleta, pero ese día lloviznaba y se fue en remise. A cuatro cuadras de la casa familiar, en Cabildo 317, el auto fue interceptado por tres hombres que se movilizaban en un Senda de color rojo y que dijeron ser policías. “Uno llevaba chaleco antibalas”, dijo Luis, quien recibió el dato de testigos presenciales.
Luego de pegarle un golpe en la cabeza al remisero, de apellido Amarilla, los delincuentes le preguntaron al chico: “¿Vos sos Diego?”, y antes de que pudiera responder, ya lo estaban sacando por la fuerza, para subirlo al Senda y perderse de vista. Amarilla le avisó primero a la familia y junto con Luis, en el mismo remise, salieron a buscar a Diego por las calles vecinas. Cuando el padre volvió a su casa para avisar a la policía, recibieron la primera llamada de los secuestradores. No habían pasado 20 minutos. “Me pidieron 200 lucas, 200 mil dólares. Lo primero que les dije es: ‘¿De dónde los voy a sacar?’”, recordó Luis sin poder reponerse todavía del asombro inicial.
El vocero de la banda –las nueve llamadas siempre fueron hechas por el mismo hombre– parecía tener los datos cambiados: “Vos tenés cuenta en el banco. Vos tenés plata en la caja. Andá y sacá todo. ¿Lo vale o no lo vale el pendejo”, fue el comentario que escupió la voz en el teléfono. Luis habló con este diario en el frente de su casa, luego de una marcha de silencio hasta la plaza de Monte Grande, frente al municipio. “Yo trabajo como mecánico en la pollería Cresta Roja, y en mi casa tengo un pequeño depósito para la distribución de cerveza Quilmes en la zona. Soy un laburante, no me sobra la guita”, dijo Luis mientras con sus gestos señalaba hacia el galpón, hacia su casa todavía sin terminar. Desde hace 24 años que viven en la zona, de clase media baja, con algunos barrios privados que están ubicados lejos de El Jagüel, en las cercanías de las bajadas de la autopista Riccheri o la Ruta 225.
Aunque carece de experiencia, Luis consideró que “hasta el día 19 hubo una negociación normal” con los secuestradores. Ese día, ellos le comunicaron que “estaban de acuerdo” con la oferta final, que consistía en los 9 mil pesos más los 2 mil dólares en efectivo que fueron dejados en Claypole, siguiendo las instrucciones. El acuerdo era que Diego sería liberado cerca del penal de mujeres de La Plata, en la localidad de Los Hornos. “Hicimos todo lo que nos pidieron, pero hasta el día de hoy notenemos novedades sobre Diego y no hubo más contactos.” Fuentes policiales admitieron que no hay “ninguna pista firme” que lleve hacia los autores.
Horacio Pizzi, tío de Luis, le dijo a este diario que todos los llamados de los secuestradores fueron hechos desde teléfonos públicos, ubicados en zonas tan diversas como La Plata, San Miguel o los barrios porteños de San Cristóbal o San Telmo. Otros contactos se produjeron a través de “celulares descartables, de esos a los que se les compra una tarjeta y después se tiran”. Pizzi dejó entrever las dudas de la familia sobre el accionar policial: “A los pocos días del secuestro detuvieron a varios policías de la delegación de Lomas de Zamora que estaba investigando”, dijo refiriéndose a la detención del cabo Aníbal Masgoreet y del sargento Hernán Palomeque, acusados de haber participado en el secuestro extorsivo del hijo de un comerciante de Rafael Calzada. En esa causa hay un tercer policía que sigue prófugo. “No sabemos qué pensar, si ni siquiera pudimos escuchar su voz durante las llamadas, que eran muy cortitas”, dijo Luis refiriéndose a la pérdida total de datos sobre su hijo Diego.

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Desesperado, el padre de Diego reclama “una llamada, la última, para saber dónde está”.
Juntó, con ayuda de amigos y vecinos, 9 mil pesos y 2 mil dólares para el rescate.
 
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