Martes, 13 de noviembre de 2007 | Hoy
“La droga y su comercio de muerte se han instalado entre nosotros”, señala un documento que emitió la Conferencia Episcopal, donde propone caminos para combatir el flagelo.
Por Washington Uranga
Con el título “La droga, sinónimo de muerte”, los obispos católicos argentinos dieron a conocer ayer un documento emanado de la asamblea de la Conferencia Episcopal realizada la semana anterior, y en el que hacen un diagnóstico de la realidad de la drogadicción y proponen algunos caminos a recorrer. “La droga y su comercio de muerte se han instalado entre nosotros: entró para quedarse en la escuela, en el club, en la esquina, en los boliches y recitales, en la cancha, en las cárceles y hasta en los lugares de trabajo”, dice el documento del Episcopado católico.
El texto, aprobado por la asamblea plenaria, es el resultado de una serie de estudios y consultas que la jerarquía estuvo realizando en los últimos tiempos liderada por la Comisión de Pastoral Social que preside el obispo de San Isidro, Jorge Casaretto. El documento señala que “el narconegocio se instaló en nuestro país, prospera exitosamente, destruye familias y mata”. Y agregan los obispos en su diagnóstico que “nuestro territorio ha dejado de ser sólo un país de paso” y que “desde los más altos niveles” el tráfico de las drogas “genera corrupción y muerte: asesinatos por encargo, extorsiones, dependencias esclavizantes, prostitución”.
La intención de los obispos ha sido advertir sobre el fenómeno y acompañar, desde la acción de la Iglesia y como parte integral de su acción pastoral, la labor de prevención y el combate a la drogadicción. “En todos los ambientes –se señala–, los que prueban la droga por curiosidad y se convierten en adictos, si no llegan a una muerte prematura, frenan su crecimiento y desarrollo personal”. En otro pasaje del texto de tres carillas se sostiene que “la drogadicción no es sólo un problema de ‘sustancias’, sino más bien de cultura, valores, conductas y opciones”. Dicen los obispos que la adicción a las drogas es “expresión de un malestar profundo que algunos llaman ‘vacío existencial’” y que “para una cantidad creciente de jóvenes se afianza la convicción de que vivir no tiene sentido, no vale la pena”.
El diagnóstico apunta a lo que se denomina “una realidad muy compleja”. Se señala “por un lado, su organización con métodos mafiosos y vínculos insospechables en todos los niveles no parecen tener límites; por otro, la ausencia de valores en todos los estratos sociales, el escándalo de la pobreza y la exclusión social achican los horizontes y esperanzas de nuestros jóvenes”. Pero advierten también los obispos que “la lucha contra la droga no es un interrogante sin respuesta, aunque ésta nunca será sencilla”. Entienden que “la situación es grave y requiere una acción mancomunada de toda la sociedad, que a corto plazo pueda transformarse en política de Estado”.
El documento episcopal propone también algunas líneas de acción a modo de “caminos a recorrer”. En primera instancia se propone “promover una cultura de la vida, fundada en la dignidad trascendente de toda persona humana”, pero al mismo tiempo “despejar la falsa ilusión de que de la adicción se entra y se sale fácilmente”. Demandan luego los obispos “denunciar y perseguir a los mercaderes de la muerte, que con el escandaloso comercio de la droga están destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones, para lo cual deben concurrir todos los recursos con que cuenta nuestro Estado de derecho, en una lucha frontal contra el tráfico y el consumo”.
Finalmente los obispos sostienen que como alternativa al problema “debemos generar una red social que propicie la cultura de la vida”. A juicio del Episcopado católico esa red social deberá propiciar “la denuncia de los hechos delictivos o políticas que por su acción u omisión favorezcan las adicciones”, agregando a ello “una estrategia de prevención basada en tareas educativas en todos los niveles, fundamentalmente en el seno de la familia, las iglesias, la escuela, las fuentes de trabajo, las comunidades barriales y en todos los ambientes donde se dignifique y se celebre la vida”. Para completar la “red social” los obispos proponen “la multiplicación de los espacios sanantes, donde se faciliten la recuperación de los adictos y su reinserción en la sociedad”.
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