SOCIEDAD › TESTIMONIOS DE VECINOS QUE SE AUTOEVACUARON

“El olor era insoportable”

Con los ojos clavados en las últimas señales de humo, inmóviles, llenos de curiosidad, como si hubiese pasado mucho tiempo sin dejar de mirar, una veintena de vecinos observaban, algunos de sus balcones, cómo una docena de dotaciones de bomberos apagaban las últimas llamas del incendio en el depósito de cotillón del barrio porteño de Once. Alrededor de las 17.30, a 26 horas de inicio del fuego, las llamas más persistentes fueron sofocadas. Pero a eso de las 21, el fuego se reactivó sorpresivamente en el sexto piso. “En el edificio no se encontró pirotecnia”, apuntó el comisario Omar Bravo, a cargo del operativo de bomberos.

“Los bomberos dijeron que no corríamos peligro, pero ayer (por el martes) me tuve que ir porque el olor era insoportable y me estaba provocando mucho dolor de cabeza”, le comentaba María Belén, una joven vecina que vive frente al edificio siniestrado, a un amigo, mientras un grupo de curiosos continuaba viendo la edificación de Lavalle 2257, como si la escena guardara un secreto a develar.

Algo parecido relató Susana, propietaria de un departamento de un edificio lindero al incendiado, quien ayer volvió a buscar algunas pertenencias: “Me fui porque anoche no me podía dormir debido al fuerte olor a plástico quemado. Tenía miedo de no volver a despertarme. Tenía pánico”.

Unas horas antes, el titular del SAME, Alberto Crescenti, informaba que fueron asistidas 67 personas, entre ellas cuatro niños, y que todos, salvo un bombero, ya habían sido dados de alta. Se trata del bombero Claudio Buenahora, quien ayer, cuando combatía el incendio del deposito de cotillón, cayó desde un entrepiso de diez metros de altura. Quedó internado en el Hospital Churruca con una fractura de brazo.

La mayoría de las personas asistidas sufrieron “principio de asfixia e irritación en las vías respiratorias y ojos” –precisó Crescenti– y fueron trasladados a los hospitales Durán, Rivadavia, Fernández, Gutiérrez y Ramos Mejía. Diez ambulancias del SAME y dos vehículos de Defensa Civil hacían guardia sobre Uriburu en el marco de un operativo desplegado en prevención de un posible derrumbe de mampostería.

“Todas las noches llegaban camiones con que descendían cajas y cajas con artículos de cotillón”, le comentaba María Belén a su amigo en la esquina de Lavalle y Uriburu, mientras un policía, con sobrepeso, le decía lacónicamente a un pibe cartonero: “Acá no, anda a otra parte a cartonear”. Mientras tanto, otro agente les pedía a los vecinos que no bloquearan Uriburu. Sin embargo, allí permanecían, a la espera de ver en vivo y en directo alguna novedad del siniestro.

El incendio había comenzado el martes, pasadas las 15 en el depósito de la distribuidora de artículos de cotillón. Las insistentes llamas se extendieron rápidamente debido a que el cuarto piso había acopiado una gran cantidad de aerosoles de espuma, disfraces y productos de telgopor y papel. El comisario Bravo explicó que el incendio demoró en ser sofocado “porque es atípico, debido a que el fuego generó gran temperatura en todos los pisos simultáneamente y provocó riesgos en toda la estructura, por lo que se priorizó la integridad física del personal de bomberos”.

El perímetro de las calles Lavalle, Uriburu, Pasteur y Tucumán, Riobamba y Larrea, que rodean al edificio incendiado, una estructura de siete pisos donde funcionaba Ciudad Cotillón, permanecieron cortadas durante el operativo. Unos 80 bomberos, que se iban turnando, trabajaron en el siniestro.

Informe: Esteban Vera.

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