SOCIEDAD › OPINION

Las etiquetas de Al

 Por Eduardo Fabregat

Hay un lugar común que indica que nada embellece más a una persona que la muerte: salvo casos extremos como Galtieri o Pinochet, es habitual leer y escuchar necrológicas que ofrecen un inmaculado perfil del personaje público en cuestión. Pero la era del desastre ecológico viene propiciando otra clase de operativo limpieza, con la conciencia ambiental como eficaz lavandina: de eso sabe bastante Albert Arnold “Al” Gore, que gracias al Nobel sube un poco más en la escalera mecánica que parece llevarlo inexorablemente a la Casa Blanca.

Es evidente que Gore no mastica vidrio: sin hablar nunca de candidaturas, el tipo está mejor posicionado que unos cuantos. Y, aun en un país en el que hay que ponerles un chumbo en la cabeza a los jóvenes para que vayan a votar, cuenta con un ascendiente importante en un segmento que, cuando quiere, sabe apasionarse por causas sociopolíticas. Prueba de ello fue el Live Earth de julio de este año, cuando millones de personas siguieron, frente a los escenarios de siete ciudades o por TV, la actuación de grupos y solistas de primera línea convocados por Gore para la misma causa de concientización exhibida en Una verdad incómoda. Así, para las nuevas generaciones Al es un político buena onda que se preocupa por el medio ambiente y el planeta que les quedará a los niños.

Y así, también, el ex senador por el estado de Tennessee y ex vicepresidente de Bill Clinton consiguió diluir ciertas acciones anteriores que, para el mismo target, distaron de ser buena onda, entrando más bien en la categoría piantavotos: allá por 1985, Al fue el más activo lobbista en el Senado para la causa de su esposa, Tipper Gore, quien a caballo de su lista de las “filthy fifteen” (las quince canciones más escandalosas, de artistas como Madonna, Cyndi Lauper, AC/DC, Prince, Judas Priest y Mötley Crüe) consiguió que los sellos discográficos impusieran el sticker de “Explicit lyrics” para los artistas más irritantes del gusto americano, y comenzara un férreo control de las imágenes y palabras que aparecían en los videoclips. Los stickers y la censura permanecen al día de hoy. Pero quién va a andar mostrándole trapitos sucios al Nobel de la Paz, que es una etiqueta mucho más simpática.

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