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Domingo, 31 de enero de 2010

MATIAS VERNENGO, PROFESOR DE ECONOMIA DE LA UNIVERSIDAD DE RIO DE JANEIRO

“La política del FMI se internalizó”

Con mirada heterodoxa, Vernengo advierte sobre una “inercia intelectual” que lleva a mantener los postulados fiscales de los ’90. También ataca la vuelta a los mercados financieros y elogia la asignación por hijo.

De cara al impacto recesivo de la crisis internacional, mucho se ha dicho acerca de una supuesta vuelta a las recetas keynesianas. La referencia más corriente es el aumento del gasto público para motivar la demanda y con ello reactivar la economía. Sin embargo, para Matías Vernengo, profesor de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro y de la Universidad de Utah, los planes de estímulo fiscal no están a la altura del problema de demanda generado por el descalabro global. Para el caso de América latina, resalta que la inercia ortodoxa heredada de la década pasada se plasma en el mantenimiento del superávit fiscal en el contexto recesivo. En lo discursivo, la defensa de esta política por parte de supuestos economistas heterodoxos. Además aporta su visión sobre la coyuntura local y critica la vuelta a los mercados financieros internacionales: “Provocará más propensión a las crisis”, asegura.

¿Cuál es su evaluación sobre la profundidad de las políticas fiscales anticíclicas a nivel global para enfrentar la crisis?

–En general, las políticas anticíclicas, en todo el mundo, han sido muy moderadas. En aquellos países donde efectivamente las hubo, fue una respuesta relativamente pequeña para la dimensión del problema. Quizá China sí lo está llevando a cabo, pero el resto muy poco. En el caso de Estados Unidos, hay un déficit global grande, pero muy mal gastado, ya que más de la mitad se destinó a rescatar bancos. Es mucho dinero con poco efecto anticíclico. En ningún caso es comparable con la intensidad de la política fiscal después de la crisis del ’30, con el New Deal, bajo el consenso keynesiano.

¿Cómo se percibe, en lo discursivo, el agotamiento de la visión del Estado encabezando el crecimiento general, como postulaba Keynes?

–Desde lo académico existe en la actualidad la visión de que todo déficit fiscal es negativo. Pero esto no es novedad en la ortodoxia, lo raro es que economistas que supuestamente son heterodoxos lo conciban como un postulado inamovible. Por ello, se ha incorporado la noción de que en la crisis hay que mantener superávit, o a lo sumo reducirlo. Esto implica, llanamente, que hemos perdido la posibilidad de ser heterodoxos en lo fiscal. Aunque se ha caído el Consenso de Washington, ha habido una increíble inercia intelectual, internalizando la política del FMI. Hay miedo de refutar cuestiones que poseen una evidencia empírica a su favor abrumadora.

Algo de esto ocurre en la Argentina, donde se incrementó el gasto, pero se resalta continuamente que se preserva el superávit.

–Lo que pasó aquí es que ha disminuido el superávit. Esto será menos contraccionista, pero no es expansionista, al menos a nivel global. Sin embargo, no es menor el tipo de gasto que se realiza. En este sentido, la asignación universal es muy positiva, ya que además de ser una ayuda para la gente que más lo necesita, impacta muy favorablemente sobre el crecimiento. Creo que mucho de lo que se ha hecho ha ido en la dirección correcta, pero es poco, un avance muy tímido. Además, sin espacio fiscal en el corto plazo, ¿cómo es posible planificar el largo plazo?

¿Cree que es sostenible un desahorro fiscal para la economía local?

–En cuanto a la sostenibilidad económica, el límite duro para un país subdesarrollado es la cuenta corriente, y todo indica que por ahora se seguirá manteniendo bien. Con ello está asegurado el flujo de divisas para el pago de los servicios de deuda. Para ello también pueden utilizarse las reservas, como en el Fondo del Bicentenario, pero tiene una limitación por ser un stock.

Y políticamente, ¿es viable incurrir en déficit?

–En términos políticos es complicado, pero hay una dualidad. Cualquier política expansionista puede favorecer a ciertos grupos y no a otros, lo que también fortalece la base de sustento del Gobierno por parte del sector social que se prioriza. En algún modo, la falta de espacio político para legitimar el déficit la crea el propio Gobierno sin incurrir en mayores gastos.

Desde el Gobierno se pretende tener más disponibilidad de fondos para gasto social, refinanciando los vencimientos de capital de deuda. Por ello, la salida al mercado de crédito internacional. ¿Cómo evalúa esta opción?

–Una de las cosas buenas del Gobierno ha sido negociar duro con el FMI, logrando bajar fuertemente la deuda y volviéndola sostenible. Aunque esto no es algo que ocurrió únicamente en nuestro caso sino que hay una larga historia de defaults y todas las negociaciones son ad hoc, con resultados que no siguen una regla. Pero ahora la vuelta a los mercados de capitales es inentendible.

¿Por qué?

–Porque esta crisis evidenció el enorme castigo que implica estar atado a los mercados financieros. En un momento en que el mundo se debate cómo poner controles de capitales, financieros, entre otros, nosotros decimos que nos vamos a reinsertar. En realidad parece una cuestión más política, de realizar acercamientos o guiños a determinados sectores.

El argumento oficial es que es lógico refinanciar los vencimientos de capital.

–A corto plazo no hay necesidad, porque la balanza de pagos es superavitaria y lo esperable es que lo siga siendo. Ahora bien, de no ser así, el tema del financiamiento sería un problema, aunque la opción más segura sería trabajar sobre la financiación regional.

También indican que permitiría una baja en la tasa de interés y el acceso a los mercados internacionales para empresas grandes, como las multinacionales.

–Lo de la tasa de interés es posible, pero de ninguna forma está garantizado. La historia es vieja y se remonta a los principios del neoliberalismo, en los ’70. Decían que la liberalización financiera y “portarse bien con los mercados” iba a producir una baja en la tasa, cosa que evidentemente no pasó. Es por lo menos ingenuo que en este momento se diga que volvemos a los mercados financieros y que por ello habrá más financiamiento a tasas más bajas. Lo que habrá es más propensión a las crisis. Nos olvidamos de lo que pasó ayer.

¿Y la mejora en las condiciones para el crédito privado?

–Seguro que habrá grupos favorecidos con el crédito internacional, como las multinacionales. ¿Pero son ésos los grupos que queremos favorecer? Y en caso afirmativo, todavía hay instrumentos internos para hacerlo. Un ejemplo cercano, totalmente replicable aquí, es el BNDS en Brasil. Eso se puede hacer en la Argentina con el fondeo previsional.

¿Cuáles son los límites a corto y a largo plazo del actual esquema de desarrollo basado en la exportación de commodities?

–Si a corto plazo el problema es la balanza de pagos, que por ahora no reviste inconvenientes, a largo plazo el drama es la escasa incorporación de mano de obra. Además, el crecimiento por exportaciones de este tipo no endogeiniza el progreso tecnológico, al no generar la posibilidad de producir bienes de capital e intermedios, de manera de aliviar las tensiones externas. Por ello, este modelo profundiza a largo plazo la necesidad importadora. Por otro lado, la producción de commodities tiene condiciones volátiles, lo que es una traba para una estrategia sostenible de desarrollo. Es verdad que este modelo antes funcionó, pero, ¿para quién? Para unos pocos. Para países grandes como la Argentina, Brasil o México, esto es poco viable.

¿Qué evaluación hace del crecimiento industrial que efectivamente hubo en la post-convertibilidad?

–Se ocuparon espacios vacíos, fundamentalmente de la mano del tipo de cambio más competitivo, que ayuda a la producción doméstica. Pero institucionalmente no se avanzó para impulsar fuerte el de-sarrollo. En Brasil, el BNDS otorga crédito subsidiado a buena parte de la industria y Petrobras se ha mantenido como una empresa estatal innovadora. No son una creación del gobierno de Lula, son instituciones que lograron sobrevivir del viejo varguismo. Aquí no ha quedado nada de eso. Por ello la importancia de, por ejemplo, un Banco de Desarrollo.

¿Qué rol deben jugar las políticas comerciales restrictivas?

–Como tendencia general, el comercio después de Bretton Woods se fue liberalizando. Pero la apertura debe estar sujeta a que no se generen problemas de empleo doméstico, que es la prioridad. El discurso de que un mayor nivel de comercio por sí sólo motiva el crecimiento ya se demostró falso.

Pero, sin embargo, las reticencias a las restricciones comerciales son altas, a nivel interno y desde socios comerciales como Brasil.

–Al igual que las políticas fiscales, el tema comercial es tabú. Lo positivo para la Argentina es que en el marco del Mercosur esto se puede discutir y por ello hay cierto espacio para la política comercial. Puntualmente con respecto a Brasil, creo que es razonable que buena parte de nuestro parque industrial esté integrado. Sin embargo, es claro que dependerá de las negociaciones que se lleven a cabo. Hay que negociarlo duramente, al igual que lo hacen los brasileños, pero hay espacios para hacerlo, como el Mercosur o la OMC, donde hace poco Brasil le ganó una pulseada a Estados Unidos en el conflicto del algodón.

Entrevista: Javier Lewkowicz.

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“Mucho de lo que se hizo aquí fue en la dirección correcta, pero es poco, un avance muy tímido”, opinó Vernengo.
Imagen: Pablo Piovano

CLAVES

Entrevista heterodoxia

“Desde lo académico existe la visión de que todo déficit fiscal es negativo. Pero esto no es novedad en la ortodoxia, lo raro es que economistas heterodoxos lo conciban como un postulado inamovible.”

“Aquí ha disminuido el superávit. Esto será menos contraccionista, pero no es expansionista.”

“Sin embargo, la asignación universal por hijo es muy positiva, ya que además de ser una ayuda para la gente que más lo necesita, impacta muy favorablemente sobre el crecimiento.”

 
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