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Viernes, 23 de abril de 2010

TEATRO › ALEJANDRA DARIN, OSMAR NUÑEZ Y SU OBRA SOBRE HANNAH ARENDT Y MARTIN HEIDEGGER

“No se puede juzgar a estos personajes”

“Para tratar de entender una historia así, uno tiene que buscar en lo propio”, dice el dúo de actores, que además de presentar esta puesta en el Cervantes y llevarla de gira nacional en julio y agosto, planea continuarla de manera independiente.

 Por Sebastián Ackerman

Durante el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén, en 1960, Hannah Arendt denominó a lo racional de las masacres organizadas por los nazis “la banalidad del mal”, para resaltar el aspecto burocrático de la lógica de los campos de concentración. Arendt conocía bien ese funcionamiento: debió huir de su Alemania natal rumbo a Estados Unidos para escapar de las persecuciones del régimen hitleriano. Sin embargo, algo la unía a esa Alemania: su amor por Martin Heidegger, quien fue en 1925 su profesor de Filosofía en la Universidad de Marburgo, donde se hicieron amantes, y luego rector de la Universidad de Friburgo en 1933/34, por lo que se lo acusó de apoyar al régimen. Acusación que también le hacía Arendt, y nunca dejó de hacérsela a Heidegger. Sin embargo, tampoco dejó de amarlo. ¿Cómo sostener una pasión más allá de todo cuestionamiento? Esa es la historia a la que, en cuatro actos entre 1925 y 1950, Alejandra Darín y Osmar Núñez le ponen el cuerpo en Un informe sobre la banalidad del amor, que se presenta jueves, viernes y sábado a las 21.30 en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815).

Para ambos actores, el eje de la historia no es el contexto en el que se desarrolla la relación sino la relación en sí. Para Núñez, el mayor desafío fue “acentuar la historia de amor. Porque las posiciones políticas de cada uno están muy claras en la obra, y son muy fuertes. Y donde yo particularmente trabajé más es en encontrar este vínculo, privilegiar esta relación amorosa de encuentro/desencuentro, estas diferencias permanentes. Pero siempre en el amor, en la necesidad de estar con esa otra persona, de escucharla, de sentirla. Creo que es el eje de los personajes. Porque todo lo demás se dice”, explica, y Darín confiesa que, a pesar de no conocer previamente a Arendt y Heidegger, cuando leyó la obra “me emocionó, y me pareció lo que me parece hasta ahora: trata sobre una historia de amor, más allá de las características particulares. Creo que lo intelectual no juega mucho cuando se relaciona con lo emocional. No fue pensar, fue leerla y sentirme emocionada”, asegura.

–Que haya sido una historia real, con personas que existieron, ¿cambia algo en la manera de representarlo?

Osmar Núñez: –Siempre es seductor que la historia y los personajes hayan existido, a pesar de no haberlos conocido. Lo que sucede es que es tan universal lo que les sucede, que después empieza a pasarte a vos directamente, y decís: “Yo tengo muchos puntos en común con este hombre o con esta mujer”. Lo que les pasa me pudo haber pasado a mí: tantos desencuentros amorosos que uno tuvo en la vida hacen que no te resulte tan extraño. Lo que sí es lejano es todo lo demás, pero en lo que respecta propiamente al amor no.

Alejandra Darín: –Me parece que agrega un plus, porque un personaje puramente de ficción puede ser de verdad de cualquier manera, según cada actriz, actor o director lo tenga en sus manos. Pero en el caso de personajes-personas, uno no puede menos que tratar de investigar. Yo la vi a Hannah Arendt en un reportaje en el sesenta y pico, y creo que esa información de ver a una persona hablando es muy rico, aporta un montón de cosas. Con detalles de ese reportaje me hago todo un mundo. Lo que podía percibir de su personalidad me la trajo mucho más cerca... Una es Hannah Arendt por un momento. Y para el público lo es. Pero no tengo la pretensión de ser una copia de esa persona real.

–La historia que se cuenta en la obra es muy fuerte, sobre todo por lo ambivalente de los sentimientos. ¿Cómo hacen para plantear sus personajes en el escenario?

O. N.: –Ella dice en un momento: “Trataba de odiarte y, por más que insistía, el odio no aparecía”. Yo me siento muy identificado con Hannah en ese momento, porque, ¿quién no ha tenido una historia desencontrada? Los personajes pueden ser monstruosos, y yo no creo que Heidegger lo haya sido desde el momento que veo el filósofo que fue, su inteligencia y sensibilidad; escuchar a Bach y leer a Rilke no te acerca a un animal sino que estás más cerca de Dios. Las circunstancias nos hacen a los hombres más buenos o más malos. Vaya uno a saber qué pasó en todas esas idas y vueltas de Heidegger con el nacionalsocialismo. Lo interesante es lo otro, es esta ambigüedad de todos los hombres: todos somos buenos y todos somos malos.

A. D.: –Yo creo que lo emocional está lejos de lo intelectual. Después se puede pensar, pero cuando piensa uno no vive: se detiene a pensar. Cuando vive, te conmueve alguien y sostenerlo tantos años después de saber que hubo algunas cosas... Uno generalmente tiene mayor voluntad de entender lo propio que lo ajeno. Entonces, para tratar de entender una historia así, tiene que buscar en lo propio. Por eso la obra habla de mucho más de lo que cuenta. De hecho, Hannah le dice: “No tengo la voluntad, ni la fuerza, ni la vocación para juzgarte”. Creo que uno, de alguna manera, tendría que hacer lo mismo. El papel de crítico de una historia de amor uno lo puede hacer cuando se olvida de sí mismo, y de lo que ha vivido. Cualquiera que haya vivido unos cuantos años el amor lo atraviesa de distintas maneras. Porque antes de preguntar por sus posiciones ideológicas, mucho más cerca está que el tipo estuviera casado con otra mujer, y que no la dejara durante 25 años. Eso es mucho más cercano a la mayoría de las personas, mucho más habitual. Conocemos a muchas personas, quizá las hemos vivido también, historias con alguien que estaba con otra persona. Entonces, si uno lo empieza a traer más hacia uno, y no se pone en el pedestal, lo que uno tiene que hacer –es una sugerencia– es abrirse para tratar de entender.

La tensión de la obra exige al máximo la compenetración de Darín y Núñez, y ellos cumplen ese precepto a rajatabla. Núñez cuenta que se sorprende cuando “la gente empieza a contestar. En la obra digo: ‘¿Sabés que me despojaron de mi casa?’ Y en la platea me contestaron: ‘¿Y qué esperabas?’ (risas). Y me pasa una cosa muy rara: me da mucha bronca, pero a su vez me divierte. Me da bronca para Heidegger y me divierte para mí. Y entonces salís a capa y espada a defender el personaje. Heidegger, a su manera, creyó en un movimiento que iba a cambiar todo. Creo que pensó sinceramente que iba a ser lo mejor para todos, y hoy sabemos que no lo fue. Como tampoco vivir en democracia significa que todo es maravilloso, hermoso, divino. Nos ha costado aprenderlo y nos sigue costando...”, ejemplifica, y Darín sostiene que “esta mirada que nosotros tenemos ahora es con la distancia del tiempo. Si vos tenés que interpretar personajes que vivieron en esa época, no los podés mirar desde acá. Tienen la historia para adelante. Pero para actuar no podés entrar en el personaje desde ese lugar, porque estarías siendo injusto: tenés una información que ellos no tenían”, defiende a los protagonistas de la historia.

–Este es el segundo año que presentan la obra y tienen la idea de seguir trabajando con ella. ¿Cómo hacen para no aburrirse?

O. N.: –Yo amo reiterar, repetir. Y el teatro es la repetición. Si no te gusta repetir, no podés hacer teatro. Y hay muchos grandes actores que no les gusta repetir.

A. D.: –Pero aun dentro de esa repetición hay cambios sutiles, que para uno son muy grandes, pero los sabemos sólo nosotros, los asistentes y los técnicos. A veces pasa y otras son más íntimas. Esa repetición hace que profundices más, y a veces eso te sorprende. Y te encontrás en esa situación con algo que ya sabés que es de determinada manera, pero no es igual. Algo pasó. Hay una pregunta que a veces me hago: ¿cuánta información de uno y de los demás tiene uno en la cabeza? Si pudiera por un momento entrar en una sala donde estuviese toda la gente que amaste, que te cruzaste una mirada, que hablaste, que nunca volviste a ver, si uno pudiera tener toda esa información (de hecho la tiene: la sala está en la cabeza y en el corazón, de manera inconsciente, pero está), creo que es como si fuese un mantra de las obras de teatro de cierta profundidad, cuando toca lugares tan recónditos del alma como esta obra, te encontrás con que es como corchos que van saltando: es más sobre uno, porque los distintos personajes que haga no son diferentes de uno. Se puede decir que las circunstancias son distintas, pero me parece que es como decía Bertolt Brecht: “Nada de lo que es humano me es ajeno”. Y decís tranquilamente: “Podría haber sido ésta”. Uno se aleja cuando se pone en ese pedestal desde donde se juzga... ¡y a veces sin ningún tipo de chapa para hacerlo!

Esos planes a futuro incluyen, durante julio y agosto, una gira con Un informe... por el interior del país en el marco del programa nacional del Teatro Cervantes. Y, una vez de vuelta en Buenos Aires, planean hacer una puesta de la obra ya de manera independiente. “Lo que denota esto es que debe tocarnos en algún lugar, porque compromete a las personas para que sigan”, reflexiona Darín. “Y de la gente se recibe eso, que tiene que seguir existiendo. Y nosotros estamos dispuestos, así que parece que va a suceder”, apuestan.

O. N.: –Tenemos todas las ganas y estamos poniendo todo para poder hacerla fuera del Cervantes y el teatro nos apoya para armarlo. No es tan fácil buscar el lugar ideal, pero por lo menos trataremos de encontrar el que se acerque.

A. D.: –¡Aunque sea en el living de casa!

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“Lo interesante es la ambigüedad de todos los hombres: todos somos buenos y todos somos malos”, dice Núñez.
Imagen: Arnaldo Pampillon
 
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