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Miércoles, 21 de julio de 2010

TEATRO › MERCEDES MORáN CAMBIA DE ROL CON AMOR, DOLOR Y QUé ME PONGO

“Fantaseaba con dirigir, pero me llevó un tiempo decidirme”

El libro-objeto de Ilene Beckerman, convertido en obra teatral, despertó en la actriz el deseo de vincularse con sus colegas de otro modo. “Es un viaje a través de la memoria a partir de los recuerdos asociados a ciertas prendas”, dice sobre su puesta.

 Por Carolina Prieto

“Chicas, tomen esta pasada para hacer lo que necesiten. Repasar la letra, tener bien en claro los pies, lo que quieran.” Las chicas son nada menos que Leonor Manso, Cecilia Roth, Ana Katz, Jorgelina Aruzzi y Mercedes Scápola, y quien habla es Mercedes Morán, a horas de debutar en la dirección y dar un paso que imaginó durante años. Siente nervios, temor, pero también está contenta y hasta de a ratos tranquila, confiada en el trabajo que viene realizando con todo el equipo de Amor, dolor y qué me pongo, la obra que estrena esta noche en el Tabarís. El dream team encabezado por semejante elenco prestigioso incluye además al artista plástico Fidel Sclavo (marido de la directora) en la dirección de arte y en la adaptación, y a Alejandro Le Roux en la iluminación.

El camarín está templado. Caloventor, ricos cafés, galletitas y hasta un paquete de regalos que “los chicos de ART” (Ricardo Darín, Germán Palacios y José Luis Ma-zza) dejaron para las damas. Antes de que éstas lleguen y el espacio se convierta en un hervidero de saludos, besos y charlas, Morán recibe a Página/12 para revelar detalles de su nueva faceta artística, después de décadas dedicadas a la actuación. Esta mujer nacida en 1955, en la provincia de San Luis, dejó Sociología cuando los militares prohibieron la carrera y así se volcó al teatro, que sería su entrada para lucirse en todos los medios. En televisión (Gasoleros, Culpables, Socias, Mujeres asesinas), teatro (Monólogos de la vagina, Pequeños crímenes conyugales, Agosto) o cine (Cara de queso, Luna de Avellaneda, La niña santa, La ciénaga), Morán exhibe una gran versatilidad para la comedia y el drama, para el trazo grueso y la mínima sutileza, para la explosión o la emoción contenida. Maneja con naturalidad y con la energía justa ese abanico de expresiones, sonando siempre verdadera y precisa.

“No es un proyecto al que me convocaron con la obra ya elegida y el elenco armado. Todo lo contrario, surgió de mí. Hace rato que fantaseaba con dirigir, pero la decisión llevó su tiempo. El origen fue un libro de la norteamericana Ilene Beckerman, un libro-objeto muy bello hecho de ilustraciones y anotaciones, con unos dibujitos de prendas y ropas que esta mujer usó en ciertos momentos de su vida y los breves textos que escribió al lado. Ella se dio cuenta de que allí había una historia, lo mandó a encuadernar y lo regaló a amigos y familiares. Finalmente una editorial se interesó y le fue muy bien. Y las hermanas Norah y Delia Ephron crearon un espectáculo a partir de ese libro, más al estilo de un show con monólogos que de una obra, repartiendo entre las actrices todos esos recuerdos y memorias”, cuenta Morán, que descubrió el texto original a raíz de una reseña publicada en la revista The New Yorker. Cuando se enteró de que las Ephron (las de Cuando Harry conoció a Sally, Tienes un e-mail, Julia & Julia, entre otros éxitos) hicieron del libro un espectáculo, se sobresaltó. “Las admiro, me gustan sus películas, pero no pude evitar preguntarme ‘¿qué habrán hecho?’ Porque el libro es un material muy sensible y temí que canjearan sensibilidad por efectividad. Temí que cayeran en la típica mirada frívola sobre el tema de las mujeres y la ropa, al estilo Sex And The City”, desliza. Pero viajó, vio el espectáculo en el off de Manhattan y se entusiasmó.

“Es un material nada pretencioso, minimalista, un viaje a través de la memoria a partir de los recuerdos asociados a ciertas prendas”, dice. ¿Cuáles? El vestido usado en la primera noche de amor, el pantalón del día en que el novio se las picó, el primer corpiño, la primera ropa del hijo, el fervor femenino por el color negro. “Me gustaría que los espectadores salgan de la sala recordando alguna ropa que creían olvidada y que fue importante. Porque detrás de cualquier recuerdo sensorial, una imagen, un sonido, un olor, la memoria esconde tesoros insospechados”, agrega.

–¿Cómo surgió en usted el deseo de dirigir?

–Me animé después de años de coquetear con la idea. Primero, porque encontré un material que me permitió vincularme con las actrices de otro modo, lo cual era algo que personalmente estaba necesitando. Había algo con mis compañeras que había mutado, que había trascendido lo que tenía que ver con la competencia. Sentía una corriente afectiva muy grande y me di cuenta de que este material me iba a permitir profundizar ese nuevo vínculo. En la versión que vi en Nueva York, el escenario no contaba prácticamente nada: era un espacio pelado, vacío, pero en el peor de los sentidos. Y enseguida pensé “quiero que sea distinto”. Las actrices usaban unos atriles, como una suerte de falso semimontado. No me gustaba nada porque partían de una mentira: las actrices haciendo como que leen, cuando en realidad saben muy bien el texto. Y yo quiero que lo que suceda en escena, suceda realmente. Por eso lo más importante fue tirar los atriles al diablo y correr riesgos.

–¿Cómo formó el elenco?

–Me moría de ganas de trabajar con todas. Con algunas lo había hecho y con otras no. Son de distintas edades y distintos palos, pero en todas me atrae la manera de hacer humor, que es una nota importante en este trabajo. El riesgo fue combinar esa diversidad y armonizarla de algún modo. Me parece que lo logramos, que es un espectáculo generoso, como si ofreciéramos helados de muchísimos gustos. Quería que fuera una apuesta especial y para eso conté con el aporte de mi marido y de Le Roux, a quien conocía y admiraba por sus trabajos. No quería limitarme a hacer un show típico de monólogos, con esa frialdad que atenta contra la calidez del texto. Entonces les pedí, en cuanto al escenario y a las luces, una serie de matices y de mezclas que ellos supieron lograr. Para mí era importante que la escena tuviera esa sensibilidad y delicadeza que respira el libro. La puesta tiene algo de musical, de coral: no es una suma de monólogos, un texto puede pasar por distintas actrices, o decirse en dúos o tríos. Rompemos con esa estructura fija, las chicas salen de sus sillas e interactúan con una tela de fondo, una tela pintada que sugerirá distintos espacios de acuerdo con las luces que reciba.

Leonor Manso es Ema, el personaje central, que cuenta buena parte de su vida a través de dibujos que muestra al público: desde el primer uniforme escolar, mitad comprado y mitad cosido por su madre, pasando por las diferentes modas, hasta alcanzar una indiferencia casi total hacia el mundo fashion y apostar por la comodidad. “Para mí, los shoppings son como vagar en un desierto. Ahora soy libre”, dice su personaje hacia el final. Las demás actrices harán alternativamente de ella, de amigos, familiares y de otros personajes que suman anécdotas a este recorrido personal. La adaptación del texto fue un trabajo conjunto de Morán y Scalvo, tal cual lo hicieron en Agosto, la comedia dramática que Morán protagoniza junto a Norma Aleandro, con dirección de Claudio Tolcachir, devenida un suceso de público y crítica desde su estreno en el invierno pasado. “Como en Agosto, decidimos no deslocalizar la historia, no la transportamos a la Argentina pero quitamos muchas referencias no necesarias, que a nosotros no nos dicen nada. Sí dejamos aquellas referencias que tienen un sentido”, aclara la actriz y ahora directora.

–¿Cómo cree que recibirán los hombres la propuesta?

–Sin dudas, es un espectáculo femenino, pero sin una denostación de lo masculino. Cualquier hombre curioso del universo femenino tiene una oportunidad genial de espiar a estas mujeres que hablan creyendo no ser observadas. Podrán satisfacer esa curiosidad, divertirse, comprenderlas. De hecho, en el equipo hay hombres. Pero, bueno, a algunos les parecerá una estupidez, como a muchas mujeres también. Pero con que a algunos espectadores se les despierten recuerdos y hagan un viajecito, estoy hecha.

–Si usted tuviera que nombrar alguna prenda personal vinculada con un recuerdo importante, ¿cuál sería?

–Unos sweaters horribles, deformes, que tejí para mis hijas mayores. Era una pésima tejedora, pero ellas se los ponían delante de mí, en un acto de amor correspondido. Hoy la única ropa que me atrae es la de bebé: acabo de ser abuela.

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Morán temió que la versión teatral no tuviera la sensibilidad del libro original, pero al verla en Nueva York se entusiasmó.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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