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Viernes, 24 de septiembre de 2010

TEATRO › MARIANO MORO, MERCEDITAS ELORDI Y PORQUE SOY PSICOLOGA

El humor tiene forma de diván

El autor y la actriz del unipersonal que se presenta en la Facultad de Psicología apelan a “lo oscuro que tiene el humor” y hacen una salvedad: “No todos los psicólogos trabajan mal. Pero los que trabajan bien no son interesantes en un escenario”.

Cuando terminó la secundaria, Mariano Moro eligió la carrera que le permitiría interiorizarse en su principal inquietud: la condición humana. Optó por Psicología, claro. “Tenía una gran inocencia, pensaba que iba a saber todo. Pero encontré un pantano en el que el agua estaba cada vez más turbia”, recuerda sobre sus años en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Cuando estudiaba, comenzó a aflorarle el deseo de ser actor. El teatro ganó terreno y se volvió dramaturgo y director. ¿Qué hizo con su título de psicólogo? No mucho, apenas dos residencias. Pero no fue por las imposibilidades de un mercado poblado de profesionales. “Hago teatro para no ser psicólogo. Hubiera sido nefasto”, confiesa. “No tengo la estabilidad ni el deseo de hacerme cargo de la mierda de todo el mundo. ¿Con qué va la gente a la terapia? Con eso que no puede resolver. Y siempre con lo mismo, además, porque todos chocamos siempre con la misma piedra. Luego la gente no supera sus problemas y la culpa la tiene el psicólogo.”

Moro reconoce que el deseo de ser actor partió de “una pulsión exhibicionista”. Esa lectura sobre sí mismo evidencia que su visión del mundo está atravesada por la carrera que eligió. En efecto, en la charla con Página/12, aclara cuándo habla “desde el lugar de psicólogo”. Algunas de sus obras abordan la temática psicológica, como Egualité y Guantánamo y Porque soy psicóloga, que tras dos temporadas en Mar del Plata llegó a Buenos Aires (los viernes a las 20.30 en la Facultad de Psicología de la UBA, Independencia 3065, con entrada gratuita). Es un unipersonal humorístico acerca de una relación particular: la de la psicóloga Margarita Gallenblasse con su analista. Interpretada por Merceditas Elordi, Margarita tiene serios problemas que resolver: el agotamiento y el rechazo que le producen algunos de sus pacientes, alguna que otra historia de amor trunca, la competencia con su hermana. Se desploma en el diván y obedece al mandato freudiano de la asociación libre. Su psicólogo, a quien llama “Lacan de pacotilla” y con quien también compite en relación con la profesión que comparten, es de esos que se limitan a escuchar. Ni siquiera toma nota. Directamente, no responde.

–El volante que entregan al ingresar en la sala dice que la obra “es un homenaje” a sus ex compañeros. ¿En qué sentido?

Mariano Moro: –También a mis profesores, pero no a todos. Hay un estado de persona que trabaja en la psicología que está muy mal (risas). En la mujer es más fuerte porque tiene una afectividad más transparente y más directa, entonces es mejor para el teatro. La obra no pretende decir que todos los psicólogos trabajan mal. A los que trabajan bien los admiramos y respetamos, pero no es interesante subirlos a un escenario.

–¿Y cómo fue trabajar el personaje? ¿Usted también es psicóloga?

Merceditas Elordi: –Fue una locura. No soy psicóloga, pero muchos espectadores creen que sí. Nunca hice un unipersonal con este tenor: es un personaje fuerte, desbordado. Tuve que perderle el miedo y también a la mirada del espectador.

–¿Cómo trabajaron la explosión de estados internos de esta psicóloga?

M. M.: –La identificación sale bien cuando uno pone algo de sí, cuando entrega su parte infantil que es impulsiva y variable y no se porta bien. El teatro partió de fiestas religiosas en las que había cosas “orgiásticas” y la gente se portaba muy mal. No hay que perder eso, más allá del pulimiento que uno pueda tener en la medida en que se ha civilizado. No pueden faltar los malos sentimientos e impulsos, porque sin eso no habría drama. Esta psicóloga está en un momento en que sacude a cualquiera con cualquier cosa... todos tenemos eso adentro: podríamos empezar a tirar bombas en cualquier momento si no estuviéramos más o menos equilibrados y un poquito educados (risas).

–De ahí que a todos se les aconseje un psicólogo...

M. M.: –La terapia es un recurso, un lujo además. No todo el mundo puede. Si no tenés qué comer no vas a estar pensando en hacer una reflexión acerca de tu pasado. Si en momentos críticos tenemos acceso a una buena terapia es de agradecer.

M. E.: –Pero si te toca una Margarita estás sonado... (risas)

M. M.: –Bueno, lo sabemos: un abogado te puede enterrar, un contador te puede fundir, un médico te puede matar y un psicólogo te puede cagar la vida.

M. E: –Mi experiencia con mi psicóloga fue buenísima, así que no puedo decir eso. Ella decía que yo estaba llena de significantes. Soy una paciente ejemplar.

M. M.: –Sí, vos estás contenta. Eso pasa con las actrices: quieren que las quieran.

–Como Margarita...

M. M.: –Claro. Lo que le pasa a este personaje es típico del profesional de la Psicología o del estudiante. Yo me acuerdo de mis compañeras, cuando estudiaba... ¡iban a terapia a hacerse las lindas! Tiene que ver con el tema de la obra: la imposibilidad de Margarita de hacerse cargo de la verdad en su relación terapéutica es lo que da pie al todo dramático. Y aparecen los pensamientos que un psicólogo puede tener acerca de pacientes que le producen rechazo. Si tiene que comer no les dice “andate”. Pero el que está muy bien y puede darse el lujo de elegir a sus pacientes te manda a cagar si no te quiere (risas).

–Y Margarita cae en el error de vivir analizando todo.

M. M.: –Es una francotiradora. Diagnostica al pasar. Ve enfermedades mentales más que personas.

–De hecho, diagnostica al público. Hay una sutil participación del espectador, recurso que empleó también en De hombre a hombre.

M. M.: –Lo hago en los unipersonales para no dejar al actor solo. En la medida en que han proliferado los multimedia, es lo que el teatro tiene a favor. Cuando Margarita interactúa con la gente, tiene un sentido filosófico y hasta religioso: hay una ceremonia de la que todos estamos formando parte.

M. E.: –Es uno de los momentos más lindos de la obra, muy lleno de vida. Tiene una hoja de ruta que es casi infalible. El espectador, a pesar de estar preocupado y asustado, se entrega al juego y lo disfruta.

–¿Cómo conecta Porque soy psicóloga con el resto de su obra, mayormente de inspiración clásica y con la palabra en un lugar central?

M. M.: –Es un espectáculo evidentemente humorístico, por eso conecta con el resto. No hay humor que no se base en cosas oscuras. Es menos literario que otros, en los que trabajo sobre lo poético. La desolación de este personaje hace que no llegue a esos lugares de belleza y alegría.

–¿Por qué el humor necesariamente pasa por cosas oscuras?

M. M.: –Las comedias griega y romana mostraban la miseria de personajes que no son nobles. La lujuria, la codicia y la envidia fueron los pilares del primer humor. “Hipocresía” es una palabra que viene del nombre que se les daba a los actores. Podés ir a cualquier escuela a ver de qué se ríen los chicos: del otro. Y es una manera de reírse de uno. El sentido del humor, y esto lo digo como psicólogo, es uno de los parámetros más seguros de buen pronóstico cuando una persona tiene problemas. Todos sabemos que la vida es difícil: nos vamos a enfermar y morir (risas). Y si vivimos mucho vamos a ir perdiendo todas las cosas que nos importan, entonces tenemos que reírnos de eso.

Entrevista: María Daniela Yaccar

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Porque soy psicóloga se presenta los viernes a las 20.30 en Independencia 3065, con entrada gratuita.
Imagen: Carolina Camps
 
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