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Viernes, 24 de septiembre de 2010

INCLANFUNK, LOS ENCARGADOS DE CERRAR EL CICLO LOS VIERNES MUSICA

“El funk es como una columna vertebral”

En sus ocho años de rodaje, el sexteto fue encontrando otros climas, matices y profundidades, aunque la base es ese groove caliente que llama a sacudirse y que encuentra una perfecta síntesis en Pantano picante, su disco más reciente.

 Por Cristian Vitale

Luciano, Erico y Diego son el núcleo duro de este sexteto agitado en su anochecer. Los otros –Lito, Amílcar y Andrés– son quienes completan el cuadro de Inclanfunk, la agrupación que hoy será la encargada de cerrar la edición 2010 de Los viernes música, el ciclo de recitales que año tras año organiza Página/12 en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines (Belgrano 1732). Agitados en su anochecer, sí, porque a un pasado cercano que sólo se cuenta por lo frenético, bailable, de groove caliente, sin concesiones, le sucede un futuro inmediato que se desmarca de esa impronta inicial. “Un cambio que apareció en nosotros mismos. Antes era estar arriba del escenario y que la gente baile, si no, nos daba raro. Pero hoy bajamos un cambio y generamos, desde ahí, otros climas. Estábamos usando sólo la pinza, cuando teníamos destornillador, martillo y tenaza, y usar una sola herramienta transforma a la música en algo mecánico, aburrido y a veces pasado de rosca”, desenrosca Luciano Campodónico, voz líder y bajista.

Pasarse de rosca, en términos funkinclánicos, significa cebarse, ser desprolijos y espontáneos en el toque, derrochar energía y terminar totalmente mojados arriba de una mesa. Características, todas, que describen buena parte de los ocho años que Inclanfunk lleva rodando: los dos EP iniciales (Naranja y La chica) más el primer CD (Hacia los sentidos) y un derrotero de shows independientes que los llevó, nada menos, a ganar el concurso The Cavern 2004 entre doscientas bandas concursantes y trasladar todo ese sudor al mítico lugar de Liverpool. Fue el punto de inflexión. “Cuando volvimos, dijimos: ‘¿Y ahora qué?’. Habíamos estado en Inglaterra, España y Francia, y seguíamos siendo under. Ibamos hacia la música con un sentido único, digamos, saliera lo que saliera espontáneamente, sin prestar atención a los arreglos, a las melodías, a cosas que escuchábamos de otros artistas que nos interesaban”, cuenta Erico Schick, también bajista, también cantante. “El derroche de energía está buenísimo, porque genera en la gente una instancia muy feliz, de fiesta... De hecho, en muchos lugares donde tocábamos, incluso en The Cavern, nos presentaban como: ‘Ahora viene Inclanfunk y se arma la fiesta loca’ (risas), pero en un momento hay que parar y mirar otros colores. A veces tenés una canción que es medio melancólica y no podés hacerla compatible con eso de fiesta loca.”

–Las articulaciones no siempre se prestan para el movimiento...

Luciano Campodónico: –Y... no (risas). Veníamos de shows en los que terminábamos completamente mojados, subidos en las mesas, y ahora estamos más enfocados a la profundidad, en música y palabras, y a la realidad: la vida no es una fiesta, hay cosas jodidas que nos pasaron y eso lo refleja parte de la música que hacemos hoy.

Pantano picante –el nuevo disco de la banda– es el téster musical que materializa el cambio. Siguen vigentes las referencias clave que forjaron la identidad de la banda (Parliament-Funkadelic, Prince, Kool & The Gang, Stevie Wonder), también el eje girando en torno al groove o la centralidad de lo vocal al frente como instrumento de fuerza pero, a la vez, se impone una apertura que ya no sólo comulga con el mandato del cuerpo. “Siempre está el marco bailable en la base, pero hubo un cambio de timón, efecto de cierta introspección y el paso de los años. En los vivos hay una parte en la que se puede escuchar y mirar. Está el groove, sí, pero hay momentos de tranquilidad”, redunda Diego Bergesio, también cantante, pero guitarrista. “Hay rock, hay drum & bass y samba brasileño, hay un collage musical que, si bien parte del groove, permite que se cuelen las músicas que nos gustan a cada uno.”

–¿Los condiciona el nombre? ¿Los obliga a un determinismo del funk?

Erico Schick: –Bueno, sí. De entrada la gente te encasilla en un lugar del que no podés salir.

L. C.: –Igual, lo tomamos de otra manera. Tomamos el hecho de la libertad del funk. O, al menos, lo que significa para nosotros, que es algo así como “bueno, esta vez vamos a poner en el escenario quince chicos de 10 años que suban a bailar con nosotros” o “esta canción la vamos a encarar como una chacarera”... digo, total libertad. La base siempre es el groove, claro, pero después se trata de no quedarse en el estilo sino de abrirlo lo más que se pueda. Al menos es lo que nos está pasando en este momento de la banda.

Diego Bergesio: –El funk es la columna vertebral de lo que sale todo lo demás. El año pasado, cuando vino George Clinton –pionero del género– tuvimos la oportunidad de ir a tocar con él, dijo que el funk estaba en todas las músicas y dijimos: “Joya, lo está diciendo uno de los que arrancó con esta movida”. El se refería a que el funk se puede ver en el tango, en el candombe o en el rock como una especie de búsqueda de uno mismo, algo sin prejuicios. No importa con qué ropa te vestís o cómo bailás... Se trata de ser vos como se te cante. El funk básicamente es libertad y nos llamamos así no sólo por el tipo de música, sino por actitud. Por el hecho de que el funk es una cosa libre, que no tiene una determinada forma de ser escuchado, ni bailado ni tocado... Puede tener alguna letra oscura, sí, pero al mismo tiempo te está haciendo bailar.

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“Estábamos usando sólo la pinza, cuando teníamos destornillador, martillo y tenaza”, dicen los músicos.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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