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Viernes, 24 de septiembre de 2010

CINE › LA INDUSTRIA CINEMATOGRAFICA ESPAÑOLA Y EL FESTIVAL

Bravo match de pelota vasca

Los sectores más poderosos fracasaron en su intento de imponer al reemplazante del director del Donostia Zinemaldía, que renunció antes de esta edición. Por eso hay varios nombres fuertes que no aparecieron por San Sebastián.

 Por Horacio Bernades

Desde San Sebastián

Al final de las proyecciones de Aita hubo una guerrita de silbidos versus aplausos.

Si en lugar de festival de cine fuera el desfile anual de una marca de ropa, se diría que San Sebastián presenta todos los años a la distinguida clientela lo mejor de la temporada en curso (del cine español), algunos modelitos exclusivos y lo que se usará la próxima temporada. Integrada por diecinueve títulos, la sección Made in Spain cumple la primera función. Las colecciones especiales las aporta Zinemira, dedicada al cine vasco, que este año ofrece ocho películas de última horneada. Y finalmente la atracción principal: qué se verá en lo que resta de la temporada 2010 y la de 2011. En otras palabras, las películas españolas que forman parte de la competencia internacional y que aspiran a las Conchas, a la repercusión local y, desde luego, a tratar de poner el pie en los mercados internacionales. Se entiende que sea allí donde el ambiente entero del cine español apunte los cañones. Cañones que últimamente ven reforzada su carga, ya que las guerras internas vienen siendo menos amigables de lo que supieron ser.

Con la presentación de la última a concurso, el cine español ha mostrado todas sus cartas este año. Cartas variadas, que van de una comedieta de entrecasa (El gran Vázquez, con Santiago Segura) a un film de arte y ensayo (Aita, de José María de Orbe), pasando por una variante de la clásica “película de posguerra civil” (Pa negre/Pan negro, de Agustí Villaronga) y un drama de niña abusada (Elisa K, de Judith Colell y Jordi Cadena). La selección expresa la delicada maniobra de equilibrismo que la dirección del festival necesariamente debe practicar. Es algo no muy distinto de lo que ocurre con el cine francés en Cannes, el italiano en Venecia o el argentino en Mar del Plata (el Bafici no, porque no necesita balancearse, como los otros, entre dos modelos contrapuestos). Pan negro es El crimen de Cuenca cruzada con Los crímenes de Oxford y El laberinto del fauno, Elisa K cubre el casillero de “drama contemporáneo”, El gran Vázquez está en competencia por la sencilla razón de que uno de sus productores es el más poderoso del mercado español y Aita... Ah, Aita es la cuestión. Para hablar de ella habrá que abrir un nuevo párrafo.

Opus 2 del realizador donostiarra José María de Orbe (su ópera prima, la muy estimable La línea recta, fue parte de la competencia internacional del Bafici 2007), Aita cruza ficción, documental y ensayo. La película entera transcurre en el Palacio de Murguía, que allá por el siglo XIII perteneció a una de las familias más poderosas de la zona (palacio que es, según informó el privilegiado realizador en conferencia de prensa, la casa de su familia). El palacio está deshabitado y semiderruido, con un viejo casero cuidando de él y unos albañiles encargados no de restaurarlo, ya que eso requeriría cirugía mayor, pero sí de evitar a duras penas que se derrumbe del todo. Todo ello es, se supone, más o menos documental, incluyendo que el casero es el casero y un cura que cada tanto lo visita, un verdadero cura de las inmediaciones. La película está organizada de modo rapsódico, con motivos que se intercalan, reiteran o desarrollan, y otros que aparecen y fugan. Elusivo, el conjunto rehúye interpretaciones obvias y sentidos transparentes.

Hay una posible lectura alegórica –la menos interesante, por lo mecánica– en la que la vieja casa en ruinas podría ser España (¿o el País Vasco?), el cura y el trabajador, dos personajes representativos, y así. Por suerte, de las divertidas conversaciones entre estos últimos se desprende que el cura no es muy representativo: no cree en el más allá, ni jamás recurre a Dios para explicar ningún misterio. Un eco resuena en toda la película: el de lo fantasmal, lo que no es de este mundo (pero tampoco del reino de Dios, por lo visto). El casero le cuenta al cura que ve una luz blanca (el cura lo manda a ver a un curandero), además de que oye grandes formaciones corales a través de las paredes del caserón. El cura cuenta que una vez, en medio de un servicio fúnebre, el muerto se incorporó en la cama. “¿Dijo algo?”, pregunta el casero. En las noches de tormenta, sobre todo, sobre las paredes de la casa... se proyectan fragmentos de películas mudas (debidamente “intervenidas” con marcas, rayas y hongos).

La elusividad y desdramatización, los tiempos muertos y la apuesta por el cine de observación generaron, al final de las proyecciones de Aita, una guerrita de silbidos versus aplausos. Otro tanto había sucedido con la película de Raúl Ruiz (que Carlos Boyero, crítico estrella del diario El País, no cubrió... por ser demasiado larga). Tanto la de Orbe como la de Ruiz encarnan la apuesta que en las últimas ediciones viene haciendo San Sebastián en procura de sacudirse un poco las polillas. Esa apuesta –que llevó a incluir, en las dos ediciones anteriores, películas como Tiro en la cabeza, de Jaime Rosales, y La mujer sin piano, de Javier Rebollo– genera, de parte de los sectores más concentrados de la industria local, reacciones airadas y comentarios de pasillo. Eso se vio incrementado este año, por tratarse de una edición de transición. Como Página/12 informó en su momento, Mikel Olaciregui, director de San Sebastián durante toda la última década, presentó la renuncia meses atrás y tendrá reemplazante a partir del 1º de enero. Los sectores más poderosos de la industria quisieron imponer a un sucesor, pero perdieron: arde Troya.

Y arde más todavía teniendo en cuenta que varias de las apuestas más fuertes del cine español, en nombres y en tamaño, no se vieron este año por aquí. Son los casos de las películas de Alex de la Iglesia (que compitió en Venecia), Iciair Bollain (con Gael García Bernal de protagonista, pasó por Toronto) y Fernando León de Aranoa, que con Los lunes al sol ganó, en su momento, cuatro Conchas y cinco Goyas. El año pasado, las que no asomaron por aquí fueron Agora, superproducción de Alejandro Amenábar, y El baile de la victoria, el fiasco de Fernando Trueba. La industria española anda con ganas de hacer tronar el escarmiento. Habrá que ver cómo maneja todo esto José Luis Rebordinos, nuevo director de San Sebastián, que a partir de enero próximo deberá jugar fuerte a la pelota vasca.

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