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Viernes, 9 de agosto de 2013

TEATRO › EL DIRECTOR VILLANUEVA COSSE ESTRENO LA SOMBRA DE WENCESLAO, DE COPI, EN EL TEATRO CERVANTES

“Nos olvidamos de preguntarnos por qué hacemos teatro”

El actor y director uruguayo eligió esta obra, que tenía en mente hacía tiempo, donde el lenguaje deliberadamente procaz se cruza con el humor delirante y la tragedia con el sainete y la malicia disfrazada de ingenuidad.

 Por Hilda Cabrera

No extraña que los personajes de Copi (Raúl Natalio Damonte Botana) reinventen su destino al no separar la acción de la palabra. Sorprende, en cambio, que este escritor, actor y dibujante que nació en Buenos Aires en 1939, vivió su infancia en Montevideo y se instaló en París en 1962 –donde murió a los 48 años–, siga siendo, por sus obras, guía de una olvidada realidad rioplatense. “Uno descubre aspectos de la Argentina y personajes que, como Wenceslao, no aguantan más estar en un lugar, y se van adonde pueden, aunque tengan que alimentarse de lagartijas.” El descubrimiento, que ya no es sorpresa, parte del actor y director uruguayo Villanueva Cosse, quien estrenó La sombra de Wenceslao, de Copi, en la Sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes. Allí se ofrecerá por dos meses para iniciar luego una gira nacional.

Instalado en la Argentina desde comienzos de los ’70, y con una trayectoria en la que superó las 40 puestas y compuso innumerables personajes en teatro, cine y TV, Cosse mide ahora su experiencia en una obra que propuso al TNC, donde el lenguaje deliberadamente procaz se cruza con el humor delirante, y la tragedia con el sainete y la malicia disfrazada de ingenuidad. Elementos que en diferentes dosis se hallan en las obras de Copi, y en los trabajos sobre sus creaciones, entre otros La noche de la rata (La nuit de Madame Lucienne), una puesta de 1991, de Maricarmen Arnó, quien al año siguiente realizó el montaje de Una visita inoportuna. También La pirámide, dirigida por Roberto Villanueva; Las viejas putas, espectáculo en sketches, basado en dibujos de Copi, obra de Miguel Pittier, quien estrenó tiempo después Cachafaz; La mujer sentada, que trajeron Marilú Marini y Alfredo Arias a Buenos Aires (una puesta basada en las famosas tiras que Copi publicó en Le Nouvel Observateur), y Eva Perón, en una versión de Marcial Di Fonzo. Ahora es el turno de Cosse, quien reconoce ante Página/12 que ese recorte de la memoria del creador que partió y no cortó lazos con la Argentina le sigue resultando un misterio, como los casos de Julio Cortázar y Manuel Puig, “que no dejaron de ser argentinos ni rioplatenses”.

–¿O sea, irse sin dejar de estar?

–Eso es el exilio. Siempre se dijo que el uruguayo Florencio Sánchez denotaba no saber mucho sobre el gaucho, porque el Don Zoilo de su obra Barranca abajo se suicida. ¿Qué sabemos? ¿Acaso Martín Fierro no se suicidó al apartarse del sistema? Dirán que es una muerte civil... En La sombra... también se dan la muerte civil y la real. El viejo prepara su destino y los jóvenes parten. ¿Y qué le pasa a la gente que se va del país? Hablamos de los escritores, y tomo unas reflexiones de Borges: él dice que debemos pensar que nuestro patrimonio es el Universo. Una reflexión que, extractada por Adriana Hidalgo (grupo editorial) que publicó La sombra..., acaba con una referencia a “lo argentino”: “Ser argentino es una fatalidad, y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara”.

–Más allá de las palabras de Borges (tomadas de una clase y reproducidas en el libro Discusión, de Alianza, 1997), esas partidas fueron padecidas también por los uruguayos.

–Durante los años de la dictadura argentina y uruguaya viajé a Suecia, y tuve contacto con algunos exiliados que intentaban asimilarse y no lo lograban. Es difícil para nosotros vivir en un país diferente, donde, además, el sol no aparece y uno necesita sacarle una foto para recordarlo. Estuve también en Venezuela, otro paisaje, pero ahí los exiliados no miraban bien a los que nos habíamos quedado en la Argentina. Pero volviendo a las palabras de Borges y a los creadores, Copi es un caso especial por cómo se instala frente a la sexualidad y frente a su familia.

–Contraria al peronismo...

–Total. En La sombra..., Copi da cuenta de esa postura, así como de su rebelión personal frente a la hipocresía burguesa representada por gente semejante a su familia, y lo manifiesta en su lenguaje, que no es simplemente el de las “malas palabras” que utiliza Enrique Pinti en sus monólogos. Lo de Copi es más fuerte.

–¿Es lo que se dice “un lenguaje procaz”?

–Tiene mucha relación con lo sexual. Hace tiempo que tenía esta obra en mente, entreverada con otro material. Traté de buscar algo más organizado hasta que, finalmente, en 2002, encontré una edición, y después otra en 2005. La obra está compuesta por treinta y dos cuadros y la acción transcurre en diez lugares. Decidí poner toda mi experiencia, de la que me siento deudor, así como de mis gustos. La obra me atrae y uno, finalmente, es esclavo de sí mismo.

–Copi no sólo dispara dardos en contra de su familia, también aparece por allí el tango, el de los desclasados, diferente del prostibulario burgués.

–Esas contras están en el personaje de China, que escucha por radio las grabaciones de Tita Merello y pega un golpe cuando el locutor anuncia a Libertad Lamarque, admirada por la familia de Copi. De su familia también se burla cuando introduce en otra escena a un canillita que vocea: “¡Crítica! ¡Crítica! ¡Ultima edición! ¡Compre el diario Crítica con todos los crímenes!” Las malas palabras que usa Copi son las que se corresponden con las acciones de su padre, Raúl Damonte Taborda (periodista, diputado y director del diario Tribuna Popular), quien no dejaba títere con cabeza, y las que asocia al pensamiento de su abuelo materno, Natalio Félix Botana, fundador del diario Crítica. En el rango social alto de la época no importaba demasiado el escándalo, pero se sostenía la hipocresía burguesa.

–¿Qué opina de las partidas, sean o no ideológicas, como forma de huir de un país que no se soporta?

–Pienso en Uruguay, donde en otro tiempo la referencia para los intelectuales era París. Estoy hablando de los años ’50 en adelante. Recuerdo cuando vino a Montevideo el actor, mimo y director francés Jean-Louis Barrault... Yo no tenía un peso para la entrada, pero quería verlo y escucharlo sin saber francés. Después viví en Francia y, claro, aprendí el idioma. Pasado el tiempo, no me explicaba ese afrancesamiento.

–¿Influencia de la clase más acomodada?

–Deformación cultural, creo, como pasó y pasa con la influencia yanqui. En alguna época nos acordamos de nosotros, de nuestros problemas, y pasamos de las películas de “teléfono blanco” a Las aguas bajan turbias (película de Hugo del Carril). Ahora volvemos a olvidarnos de los temas que hacen a la condición humana. El teatro se llena con obras que muestran conflictos de pareja, tema caro a la clase media, como el de las familias disfuncionales. El poeta, dramaturgo y actor francés Antonin Artaud decía que los enredos de pareja eran pavadas, que el teatro se estaba “gastando” en problemas burgueses, que los hombres éramos bastante más que parejas y padres. Ahora está pasando algo de eso: nos olvidamos de buscar lo esencial, de preguntarnos por qué hacemos teatro. Atahualpa del Cioppo (director uruguayo y uno de los fundadores del Teatro El Galpón, de Montevideo) nos decía: “Nosotros somos servidores sociales; nadie lo sabe, pero somos imprescindibles. Lástima que nadie lo sabe”.

–¿Esa ironía sobre lo necesario ayuda a mantener el ánimo?

–En general se cree que lo necesario es lo que se conoce. En una región aislada de Africa, por ejemplo, ¿qué sabe un bantú de la quinina? No la conoce, entonces no es necesaria. Existe, pero está fuera de su alcance. Mantener al otro en la ignorancia es quitarle la necesidad y dejarlo solo entre la angustia y el hambre. Así es cómo nos forman.

–¿De qué manera influye el entorno social en el trabajo artístico?

–Depende de cómo sea ese entorno. En este momento produce una gran fatiga moral, a menos que uno sea una figura del tipo de los divos o las divas. Lo que es también una situación falsa.

–¿Por la reacción de los que aplauden?

–Claro, por la exageración. Por eso uno termina resignándose y empieza a preocuparse más por su salud física y moral para no intoxicarse. Los que estamos en el teatro y queremos volver a nuestros orígenes, nos encontramos con gastos extraordinarios que no podemos asumir. Uno tiene que ser una figura del teatro comercial establecido o tener la suerte de que lo llamen del teatro oficial. Los que tenemos décadas de trabajo y somos parte de la historia teatral no sabemos a quién llamar. Aun así, la oferta de teatro es enorme, y los jóvenes le ponen energía. Sé que los críticos no pueden responder a tanto, y esa abundancia los fatiga.

–¿A qué se debe la urgencia por expresarse a través del teatro?

–Buenos Aires es una ciudad reconocida como teatral entre las más famosas del mundo. Es una hipertrofia, pero no enfermiza. Lo que se está tratando de ver es cómo organizar este “exceso” para que haya más público, porque la asistencia de público no creció a la par; no tenemos más gente dispuesta a disfrutar del teatro desde el punto de vista educativo y formativo. El teatro debe formar parte de la currícula escolar y del secundario. En Inglaterra, donde estuve, la gente es becada y elegida por sus aptitudes y no porque en la casa lo pasa mal y entonces estudia teatro. Yo me formé en El Galpón, de Montevideo, y en aquella época creíamos saber cómo salir de los problemas. El nuestro era un saber adolescente: creíamos que el teatro era el centro del Universo, que la revolución estaba en el teatro... Después la vida nos golpeó duro; tuvimos una dictadura que duró años (desde 1973 hasta 1984). Pienso que si existe un lugar donde “regar” el entusiasmo por el teatro y las demás artes, ese lugar es la escuela, la convivencia... El arte y el conocimiento ayudan a enfrentar la vida. Ahora, ¿por qué los argentinos quieren actuar? El actor argentino –el bueno, no cualquiera– es muy apreciado, porque sabe invitar a su compañero de actuación a realizar juntos “un paseo”, mira a los ojos cuando actúa, “ve” al otro. Esto no es tan común en otros países. Pero, ¿qué está pasando en estos años? El 80 y hasta diría el 90 por ciento de los actores y actrices viven penando por obtener un trabajo y, en general, consiguen algo cada dos o tres años. Me quejo, y a veces pregunto de qué, porque durante 40 años pude vivir del teatro, pero no por eso voy a prohibirme el rezongo. Algo está fallando en esto. Es necesario apoyar la educación y la cultura para dar cabida a los talentos y tener una población ilustrada. No quiero decir que en este momento haya buenos y malos, pero sí que existe mucha mezquindad.

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“El 80 y hasta diría el 90 por ciento de los actores y actrices viven penando por obtener un trabajo”, protesta Villanueva Cosse.
Imagen: Arnaldo Pampillon
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