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Miércoles, 23 de julio de 2014

TEATRO › LUCIANA MARTíNEZ BAYóN Y HUMAHUACA 4080

Impacto de lo simple

La directora de la puesta que se presenta en Pan y Arte señala el matiz que diferencia a varias obras recientes: “No pretenden una dramaturgia shockeante, aprendimos a construir con poco”.

 Por Paula Sabatés

El año pasado, Delfina Danelotti, Patricio Martín Ramos y Gustavo Pelato se juntaron a improvisar en el departamento de este último. Tenían una premisa: el trabajo debía girar en torno de la convivencia en ese espacio reducido y a una fiesta de cumpleaños, como evento disparador. Esa investigación pronto tomó forma de historia y devino “inevitablemente” en obra. Así nació Humahuaca 4080, que lleva en su nombre la dirección real del actor y que muestra la difícil convivencia entre dos íntimos amigos que viven juntos y una chica –novia de uno, hermana del otro– que no se va ni un minuto de ese lugar. Luciana Martínez Bayón, su directora, la define como una pieza “muy generacional” (los tres actores y ella misma son muy jóvenes) y dice que forma parte de una nueva tendencia teatral que se propone sacar a la luz las fibras más íntimas de los seres humanos.

Antes de que terminara 2013, los actores hicieron dos funciones para conocidos en el departamento donde se había gestado la obra. La respuesta fue muy positiva y entonces decidieron buscar un teatro. Fue lo que más les costó: “Fue muy difícil pasar a una sala, porque el departamento era la estructura de la obra, lo que la había hecho posible. Pensábamos que no íbamos a encontrar un teatro que contara con lo que necesitábamos, que tuviera puertas y que no fuera una caja negra, que tuviera un ambiente más hogareño. Estuvimos dos meses yendo a ver espacios hasta encontrar uno que estuviera bien, porque en esta obra el lugar modifica la narración completamente”, cuenta Martínez Bayón. Finalmente, el grupo dio con el teatro Pan y Arte (Boedo 876), al que pudieron acondicionar jugando con una especie de biombo que divide al ambiente principal de los espacios que en esta nueva disposición no se ven (cocina y baño).

–¿Cree que el extraescena pudo suplir las carencias de la sala?

–El departamento era único. Pensamos en dejar de buscar teatro y quedarnos ahí, pero no podíamos invitar público ni hacer prensa. Era re ilegal (risas). Igual creo que con mucho trabajo la escenógrafa Merlina Molina Castaño lo resolvió bien. Si bien es cierto que en el departamento la gente podía ver parte de las escenas que ocurrían en la cocina y el baño, que son muchas e importantes, el hecho de que ahora eso quede oculto también está bueno y le dio otra cosa a la obra. En la escena de la fiesta de cumpleaños, a la que no va nadie excepto ellos tres, el público no ve nada, sólo oye. Y eso me parece que otorga un momento de mucha verdad. Cuando lo probamos así me di cuenta de que los actores ensuciaban en escena más de lo que sumaban. Así, en cambio, con las risas nerviosas de fondo intentando pilotear la situación, el espectador puede sentir algo mucho más potente. Puede realmente percibir la soledad, el vacío. Además, estéticamente, parece como si el escenario tuviera algo de cinematográfico, como si fuera una cámara fija. Eso no lo buscamos, surgió, pero lo tomamos como algo muy positivo.

–Dice que la obra es muy generacional. ¿Por qué?

–En esto de amigos conviviendo a esa edad (los actores/personajes rondan los treinta) y en el tipo de vínculos que se forman, entre ellos, con los padres, con sus trabajos. También por esta característica de tapar los problemas y seguir para adelante porque todo es demasiado caótico. Creo que era bastante inevitable que surgiera algo así, porque durante las improvisaciones se laburó mucho con lo que cada actor era y podía dar más que con personajes arquetípicos. También es generacional la estética, sobre toda la música, que es toda de los ’90. El público de esa edad que viene a vernos se siente muy identificado.

–La obra explora algo muy íntimo de los personajes. ¿Cómo surgió eso?

–Creo que así como hubo un boom de obras con temática de familia disfuncional, como El loco y la camisa, las de (Claudio) Tolcachir y (Rafael) Spregelburd, ahora están apareciendo obras así, que muestran lo más íntimo del hombre, sus miserias y sus verdades. En este trabajo, los roces, las peleas y los pequeños maltratos cotidianos se pasan por alto y la acumulación de todo eso es lo que hace saltar la interioridad de los personajes. Y también lo que hace aparecer al fantasma de la soledad. Porque al estar todo el tiempo juntos, los tres personajes de Humahuaca no se dan cuenta de lo solos que de verdad están. Creo que ese es otro factor común de varias obras de hoy, así como la simpleza.

–¿En qué sentido?

–Es que no son obras que pretendan una dramaturgia shockeante. Nosotros, por lo menos, quisimos ir a lo simple, que siempre es más potente. No buscamos el impacto, el cachetazo. Dejamos que eso surja, si tiene que surgir, de la sencillez de la vida misma, que es lo que muestra la obra. Cuanto menos artificio, menos efectos especiales, mejor, porque te obliga a hacer todo con lo tuyo, con lo que tenés, con lo que sos. Y creo que eso también es generacional. Somos una generación que aprendió a construir con poco.

* Humahuaca 4080 va los miércoles a las 21 en Pan y Arte (Boedo 876). Quedan dos funciones.

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“Hay una estética generacional: la música es toda de los ’90, el público se siente muy identificado.”
Imagen: Sandra Cartasso
 
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