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Viernes, 5 de junio de 2015

TEATRO › EL INVERNADERO, DE HAROLD PINTER, CON DIRECCION DE AGUSTIN ALEZZO

El absurdo de la conducta humana

El maestro de actores vuelve a demostrar que es uno de los directores que mejor entendieron a Pinter y también uno de los que más hicieron por difundirlo en la escena local. El gran acierto, más allá de la lucidez del texto, está en la conducción de actores.

 Por Paula Sabatés

El Invernadero, una comedia atravesada por un humor inteligente.

El trabajo que Agustín Alezzo presentó el pasado febrero (La noche que Fortimbrás se emborrachó, Teatro Sarmiento) ya había sido superador de otros de sus espectáculos, y el que estrenó el fin de semana pasado en El Camarín de las Musas está a la misma altura. Escrita por Harold Pinter, se trata de la obra El Invernadero, una comedia de una inteligencia notable. Con actuaciones y una dirección brillantes, el maestro de actores vuelve a demostrar que es uno de los directores que mejor entendieron a Pinter y también uno de los que más hicieron por difundirlo en la escena local.

La acción de la pieza que escribió este Premio Nobel de Literatura transcurre en una institución de actividad incierta, presuntamente dependiente del Estado, en la cual a los pacientes se los conoce por un número. En la escena inaugural, un desopilante diálogo entre el Señor Roote (Edgardo Moreira), el jefe supremo de la organización, y su asistente Gibbs (Nicolás Dominici), deja en claro que se trata de un ambiente en el que gobiernan normas caducas, tal como indica el programa de mano de la obra. “Una metáfora de las sociedades modernas, regidas por locos y asesinos absolutamente ajenos a las necesidades de aquellos que gobiernan”, en palabras del propio director, que reconoce en Pinter a un heredero del humor inglés que instalaron escritores como Oscar Wilde y Bernard Shaw.

Como en la mayoría de las puestas de Alezzo, lo más acertado de El Invernadero, además de la lúcida elección de ese texto supremo, son las actuaciones. De boca de los actores salen las frases más absurdas e incongruentes, y sin embargo Alezzo les indicó a los intérpretes que sus expresiones fueran mínimas. La economía de recursos que acompaña a la gestualidad en sus rostros es la justa para el humor, ya que expresiones más exageradas (también probablemente un mayor minimalismo) hubieran dotado de otro significado a cada una de las palabras que Pinter eligió para ellos. Alezzo comprendió eso y el tono es preciso y justo. Como si lo hubiera indicado el propio autor.

Si bien el desempeño del director en otras obras de Pinter había sido siempre acertado (estrenó en 2014 El cuidador y La colección, en 2013), con El Invernadero logra llevar al máximo la voluntad del más inteligente y agudo de los dramaturgos ingleses: poner en evidencia lo absurdo de la conducta humana y sus sociedades, su forma de comunicarse y de relacionarse. Quizá porque, de las que montó, es la obra menos oscura y rebuscada, pero a la vez la más audaz e inteligente, ya que detrás de escenas aparentemente ingenuas y desinteresadas se esconde un policial atrapante, que hará del espectador un testigo privilegiado.

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