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Sábado, 18 de julio de 2015

TEATRO › DANIEL VERONESE Y EL ESTRENO DE LAS OBRAS VIGILIA DE NOCHE Y LOS CORDEROS

“Los encasillamientos siempre molestan”

Conocedor tanto del campo alternativo como del teatro comercial, el dramaturgo y director transita en estos días un nuevo circuito, el del San Martín y el Cervantes. Y lo hace con dos obras “muy radicales, duras y atravesadas por temas incómodos”.

 Por Cecilia Hopkins

Prestigioso director y dramaturgo del teatro alternativo surgido en los ’80 y en los últimos años abocado al teatro comercial, Daniel Veronese estrenó dos obras en un tercer circuito, el oficial, en dos salas diferentes: en la Cunill Cabanellas del Teatro San Martín se ve Vigilia de noche, del sueco Lars Norén, y en la sala Luisa Vehil del Cervantes, Los corderos, de Veronese. El primero cuenta con un elenco integrado por Luis Machín, Mara Bestelli, Pilar Gamboa y Walter Jakob; el segundo reúne a María Onetto, Sol Dyszel, Luis Ziembrowski, Diego Velásquez y Gonzalo Urtizberea. Vigilia... es la primera obra de Norén que se estrena en el país. Conocido por su estilo provocador, suele escribir acerca de relaciones amorosas y vínculos familiares en un tono hiperrealista y con extensión de largo aliento: “La obra tenía 400 páginas y pude llegar a hacer una versión de 80, con la misma ferocidad”, cuenta Veronese. Trata sobre las relaciones de pareja de dos hermanos que se reencuentran tras el funeral de su madre. Junto a sus esposas, ambos hombres pasan la noche en la casa de uno de ellos, la cual se transforma en escenario de denuncias y revelaciones, discusiones airadas y reproches de antigua data.

Los corderos fue escrita por Veronese en los ’90, varias veces versionada por él mismo. Fue estrenada hace dos semanas en un festival en Moscú, tras lo cual participó de otro encuentro en Rumania. La crítica la consideró “una comedia filosófica sobre la condición humana” y entrevió un carácter admonitorio. De un humor cruel y absurdo, cuenta la llegada de un viejo conocido a la casa de la familia que componen Tono, Berta y la hija. Esta visita, tras veinte años, demuestra que el pasado puede hacerse presente sin aviso, dando lugar a consecuencias demoledoras. El propio autor la enmarca “en un costumbrismo perverso, un realismo sin magia, terrenal y sucio”. Veronese considera a ambas obras “muy radicales, duras y atravesadas por temas incómodos. Ninguna puede ir a un teatro comercial”.

–Cuando surgió como autor fue considerado uno de los dramaturgos de mayor prestigio entre los emergentes. Pero hace tiempo que no estrenaba una obra suya. ¿Se encuentra más cómodo como director?

–Me siento más productivo como director. El teatro me fue llevando por diferentes lugares: empecé por la pantomima y los títeres, con el Periférico de Objetos vino la dirección con actores y objetos y luego la dirección con actores. Ahí tuve la necesidad de versionar obras. Porque yo no me planteo respetar un texto a rajatabla, necesito modificarlo.

–¿Qué pasa cuando otros directores ponen obras de su autoría?

–Me siento ajeno, aun cuando son buenos trabajos. Siempre sentí que faltaba mi propia mirada, porque siempre pienso que mis obras no están terminadas. Si uno lee Mujeres soñaron caballos, el texto resulta incomprensible. Me hizo descubrir que hay un régimen de actuación, de energía actoral, que aporta los datos que no están plasmados en el papel, porque son los actores los que completan el texto en los ensayos y en la puesta. Por eso creo que soy el mejor director de una obra mía.

–Usted fue el primer director del teatro alternativo que pasó a hacer teatro comercial. ¿El estreno de estas dos puestas se debe a un cambio de perspectiva en su carrera?

–Mi génesis está en el teatro independiente y en la experimentación. Pero hace diez años, con El método Grönholm (de Jordi Galceran) comencé a estrenar en el teatro comercial. Llegué a hacer, en el país y el exterior, siete espectáculos en un mismo año. Por eso, desde la puesta de Los elegidos (Theresa Rebeck, 2013) comencé a sentirme muy absorbido por esta forma de producir, lo que me hizo pensar que ya era tiempo de volver a mis orígenes.

–¿Cómo ve hoy esos orígenes?

–En los ’90 empezó a aparecer una nueva mirada sobre los roles en el teatro. La escena se había vuelto experimental, aparecía el dramaturgo que escribía desde adentro de la propuesta y textos que se completaban en los ensayos o bien textos en formación, como los work in progress. Y con este cambio también empezó a aparecer la necesidad de clasificarlo todo.

–¿Le molestan las clasificaciones?

–Los encasillamientos siempre me molestaron. Que pudieran establecer certezas sobre mi producción me hizo sentir que había sido encerrado en una clasificación. Que me habían puesto límites. Me gustaba más no saber cómo era mi poética de escritura.

–De todas formas, al historiar su trayectoria hay que enumerar momentos muy diferentes...

–Naturalmente, fui pasando etapas. Hace 25 años era distinto y tenía necesidades expresivas diferentes. Me gustaba encontrar teatralidad donde no la había. El Periférico fue fundamental en mi creatividad, pero esa etapa fue desapareciendo. Ahora estoy muy alejado de los objetos y oír hablar de ese tiempo me produce melancolía. Llegué a la dirección de actores porque tuve la necesidad de relacionarme con las emociones y esto tuvo que ver con la paternidad.

–¿Qué cambios introdujo en su obra Los corderos?

–Siempre reescribo en escena lo que dirijo. Al texto lo reescribí cuando la dirigí para actores españoles, cuando la hice en México y ahora también. Cada vez es diferente porque me gusta meter la obra en cada actor y no que el actor se vista del personaje.

–¿En qué términos hablaría de lo que sucede en esa obra?

–Trata sobre una forma nociva e imperfecta de amor y de entablar relaciones. Otras aristas la atraviesan, pero eso es lo fundamental. Es como espiar a una familia muy diferente a la del espectador, porque hay mucho de asqueroso e inhumano en ella. Pero hacia el final hay un deseo de remendar algo. Pero no hay anécdota sino una ráfaga de emociones.

–¿Y en el caso de Vigilia...?

–Es una noche de desencuentros, de desligamientos amorosos. Dos parejas se reclaman cosas. Pero la noche no está hecha para racionalizar sino para hacer cosas –ingerir alimentos, amar, dormir– que no están relacionadas con la razón. Uno podría pensar que no es posible vivir así, en una pesadilla sin posibilidad de armonía. Tiene la locura de las discusiones encarnizadas entre personajes que no quieren escuchar sino ser escuchados. Es una obra dura, seca y sostenida por trabajos actorales sanguíneos.

–En estos años, ¿rechazó obras que le ofrecían?

–Muchísimas. Pueden interesarme obras muy diferentes, pero tienen que contar algo que tenga que ver conmigo. Más que dirigir estoy pensando en volver a la experimentación.

–¿Qué proyecto lo tienta?

–Hacer Shakespeare en un espacio de 2x2, poner a prueba ese límite, trabajar con la cercanía del actor. Lo palaciego, en cambio, me parece que deja escapar la presión que puede crearse en escena.

* Vigilia de noche, Teatro San Martín (Corrientes 1530), de miércoles a domingo.
* Los corderos, Teatro Cervantes (Libertad 815), de viernes a domingo.

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“Hoy me siento más productivo como director que dramaturgo. El teatro me llevó por diferentes lugares.”
 
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