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Martes, 19 de julio de 2016

TEATRO › TERMINó LA 12ª EDICIóN DEL FESTIVAL DE TEATRO DE RAFAELA

Una escena que no se achica

Aunque este año redujo su duración, el encuentro rafaelino volvió a demostrar que es uno de los mejores de la cartelera nacional. Durante cinco días el público pudo disfrutar de 29 espectáculos, en su mayoría de la escena independiente.

 Por María Daniela Yaccar

Desde Rafaela

La ciudad de Rafaela, que solía distinguirse por sus productos lácteos y el Turismo Carretera, incorporó hace doce años otro sello característico: un festival de teatro que, con más de 15 mil espectadores, se ha convertido en el evento más convocante de la región. En la cabecera del departamento de Castellanos, durante el mes más frío del año en esa zona, el fenómeno teatral adquiere encantadoras particularidades. Es que en el FTR conviven espectáculos de calidad y un público que se entrega por completo al ritual. Que se entrega en las plazas arboladas, en la carpa de circo, las vecinales, las salas del centro y los espacios poco convencionales como la Jefatura de Policía o el Club de Automóviles Antiguos. El firme entusiasmo del público se plasmó esta vez en el concepto del evento: “Feliztival”.

Conviven, entonces, en la próspera ciudad santafecina y sus alrededores, en este caso durante cinco días, artistas en su mayoría independientes y un público que los recibe para aplaudir de pie, que agota localidades y soporta largas filas para conseguir entradas. Hay, incluso, rafaelinos que se toman vacaciones en sus trabajos para asistir a la mayor cantidad de funciones que puedan, así como también están quienes viajan desde localidades vecinas o de otras provincias para sumarse al acontecimiento. Desde el miércoles hasta el domingo, cuando culminó la 12a edición del FTR16, se presentaron 29 espectáculos y casi 70 funciones. El evento es organizado por la Secretaría de Cultura de Rafaela, en cogestión con el Instituto Nacional del Teatro y el Ministerio de Innovación y Cultura provincial, y su director es el actor y director Gustavo Mondino.

La programación, rica y variada en cuanto a temas y géneros, dirigida a adultos o a toda la familia, parece enfocarse en espectáculos que aportan novedad. Puede ser una conferencia performática que incomoda a los espectadores porque les habla de sus propias miserias, como El grado cero del insomnio, de Emilio García Wehbi. O un musical que viene desatando carcajadas hasta que en la mitad da un giro y se pone muy oscuro (Los monstruos, de Emiliano Dionisi). Una historia sencilla de escenografía austera que realza las actuaciones y conmueve (El amor es un bien, de Francisco Lumerman, inspirada en Tío Vania), una puesta en escena innovadora capaz de generar imágenes de gran belleza (Prueba y error, Juan Pablo Gómez) o un Hamlet contemporáneo como el de Lisandro Rodríguez (Hamlet está muerto. Sin fuerza de gravedad).

Todas las obras mencionadas hasta aquí llegaron desde Buenos Aires, y es verdad que el teatro porteño predominó en el cronograma. Pero también hubo lugar para Córdoba, La Plata, Mendoza, Necochea y Suiza. La dimensión más evidentemente política del teatro se plasmó no sólo en la obra de García Wehbi, sino también en la que representó a Rosario, llamada Carne de juguete y dirigida por Gustavo Guirado, sobre la Guerra de Malvinas. Se presentó en el Club de Automóviles Antiguos e hizo llorar a varios. Por otro lado, la uruguaya Lítost, la frustración, sorprendió por su diálogo con la danza y por otros condimentos particulares de la dramaturgia. A las propuestas el público respondió con aplausos cálidos, con carcajadas, emoción y respetuoso silencio.

El festival trascendió el centro de la Perla del Oeste y llegó, también, a los barrios cercanos. Ahí nomás de los autos caros y las 4x4, las prolijas plazas y los comercios de los que los santafecinos salían cargados de bolsas el sábado por la mañana, estaban las humildes casas de techos de chapa y las ropas colgadas de alambres, a la vista de quien pasara. En el barrio Virgen del Rosario, Los Musicleta, trío conformado por Pablo de la Fuente, Gustavo Portela y Luciano Guglielmino, brindaron una función de teatro musical en una suerte de salón de usos múltiples en el que pasa de todo: allí se festeja el Día de la Virgen, se estudia o se reúnen los vecinos con sus mascotas cuando llega el quirófano ambulante. Esta vez, en ese lugar, el sol se tapó con cortinas negras y comenzó un viaje por diferentes ritmos, a cargo de los tres actores-músicos. Un viaje que tenía que ver, además, con comunicarse con el otro, con viajar hasta él.

El circo tuvo un lugar destacado. Se sucedieron funciones cada tarde en una imponente carpa con capacidad para 300 personas, que solía estar repleta de chicos con sus padres. Los más pequeños comían pochoclos y festejaban las destrezas más osadas, los números en el trapecio o de equilibrio. Por allí pasaron espectáculos como Valija, Familia y Más locos que nunca.

Un componente fuerte del encuentro, que se mantiene a lo largo de los años, son las mesas de devoluciones. Cada mañana, desde las 11 y por dos horas, una sala del Museo Histórico Municipal se llenaba de artistas, periodistas y críticos, que conversaban acerca de los trabajos que se habían visto el día anterior, con mate y café de por medio. Un símbolo de la potencia del festival era la presencia de los estudiantes de la Escuela Municipal de Arte Dramático, que nació hace tres años y cuya existencia está emparentada con los alcances del FTR. Adolescentes y jóvenes asistían a las charlas, intervenían con lucidez y luego, por la tarde, se los podía ver acomodados en las butacas, siguiendo casi todo lo que el festival tenía para ofrecerles.

La única mala noticia de esta edición es que la duración del festival se redujo por primera vez. Sobre esto llamó la atención el director teatral Marcelo Allasino, titular del Instituto Nacional del Teatro, ex secretario de Cultura de Rafaela, actor y uno de los impulsores del FTR, en el discurso que brindó en la inauguración. Fue luego del desfile callejero comandado por Babel Orkesta. En el cine municipal Manuel Belgrano, Allasino llamó a los concejales a crear una ordenanza para garantizar la continudad del encuentro, que surgió en 2004 después de que la Fiesta Nacional del Teatro pasara por allí y sorprendiera la respuesta del público rafaelino. Sería importante que un festival que es considerado por muchos como el mejor del país pudiera crecer todavía más, en lugar de achicarse. Porque su potencia y su capacidad transformadora están a la vista.

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Prueba y error, Juan Pablo Gómez, y Hamlet está muerto. Sin fuerza de gravedad, de Lisandro Rodríguez.
 
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