Sábado, 17 de diciembre de 2011 | Hoy
CULTURA › LA ESCRITORA GABRIELA SAIDON HABLA DE SU LIBRO SANTOS RUTEROS
No hay altar que no haya visitado ni devoto al que no le haya tirado de la lengua durante las festividades –en enero para el Gauchito Gil; en Semana Santa, para la Difunta Correa–. En su peregrinaje encontró, inclusive, a una posible descendiente del Gauchito.
Por Silvina Friera
La máquina de hacer santos no es una ficción. Pero se parece. De la Difunta Correa al Gauchito Gil, la imaginería popular y la creatividad, la capacidad de inventar y de ser coautores de estas formas de religiosidad cada vez más aceptadas, ensancha la fascinación que ejercen estos cultos paganos a lo largo y ancho del país. Cintas rojas por acá y por allá, atados de cigarrillos, botellas de vino o un tetra brik. El vicio humaniza estos aceitados rituales que empiezan por el pedido de protección. Como señala Gabriela Saidon en Santos ruteros (Tusquets), una magistral crónica ambulante por las entrañas de este fenómeno encabezado por los dos santos en cuestión, los griegos hacían lo mismo con Hermes que, además de proteger a los viajeros, era el dios de los poetas, los atletas y los ladrones. La oferta de altares es generosa en este país donde cada devoto o devota tiene la chance de elegir el que prefiera. Martín “El Mono” Fabio, líder de Kapanga, que tiene tatuado al Gauchito Gil en el brazo izquierdo, escribió el tema “Locos”, en el que le rinde tributo a quien considera su protector: “Siempre viajamos de noche/ porque viajamos tranquilos/ la ruta guarda todos los secretos/ ya nos hicimos amigos./ Siempre paramos tres veces/ una para un ramoncito/ otra a comprar boludeces y dulces/ y una visita al gauchito/ y una visita a algún lugar/ y una visita más/ siempre alguien viene/ a preguntar ¿si están? ¿si están? ¿si están?/ Si estamos locos”.
Las leyendas no tienen desperdicio. El 8 de enero de 1860 y pico degollaron a Antonio Mamerto Gil Núñez, buscado por desertor de la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay y por gaucho matrero: robaba animales a los hacendados para repartirlos entre los pobres. Lo pescaron in fraganti –según se cuenta– porque el 6 enero, noche de Reyes, él y dos secuaces habían estado en un baile en honor a San Baltasar, el santo de los negros, en casa de la brasileña Zía María, en Mercedes (Corrientes). Alguien los vio y avisó. O el gaucho se quedó dormido y lo encontró la patrulla que lo perseguía. Juan de la Cruz Salazar lo había colgado de la rama de un algarrobo que crecía junto al camino, boca abajo, para no verle los ojos. Antes de morir, el gaucho le anticipó que, cuando el verdugo llegara a su casa, encontraría a su hijo enfermo. Pero él lo curaría. La sanación del hijo de Salazar fue el primer milagro del Gauchito. Antes, entre 1830 y 1840, Deolinda Correa, una mujer de poco más de veinte años, salió de su casa en la ciudad de San Juan con su bebé a cuestas, en busca de su marido, Baudilio Bustos, capturado por el ejército que obedecía a un caudillo federal de la provincia de La Rioja, tal vez Facundo Quiroga. Cuando a la mujer se le acabaron el agua y los víveres, cayó muerta en un monte, en el paraje que hoy se llama Vallecito, a 64 kilómetros de la capital provincial. Su bebé se salvó porque de sus pechos siguió manando la leche. Ese fue el primer milagro de la Difunta Correa.
En el inicio están los viajes al sur en una casa rodante bautizada “Viento en contra”, que maneja el marido de Saidon. Como corresponde a la iniciación en el culto pagano más popular del país, Jorge –el marido–, con fama de cabulero, se hizo devoto del Gauchito correntino después de dos experiencias en las que el motor se “empacó”. En su billetera tiene estampitas del protector de los viajeros. Y toca bocina cada vez que pasa por un altar rutero. La curiosidad le picó fuerte a la escritora cuando empezó a rastrear cómo se fueron multiplicando los santuarios. No hay altar que no haya visitado ni devoto al que no le haya tirado de la lengua durante las festividades –en enero para Gil; en Semana Santa, para la Difunta–, y hasta encontró a una posible descendiente del Gauchito. “Los antropólogos fueron incorporando la idea de que la religiosidad popular hay que mirarla no sólo en relación con el catolicismo sino con las culturas de los pueblos originarios. Esa mezcla, ese sincretismo, también me interesó: cómo hay restos del conflicto de la conquista en este tipo de religiosidad. Quería saber qué pasa en ese mundo, tratando de despojarme de cualquier clase de prejuicio que pudiera tener”, explica Saidon a Página/12. “Alejandro Frigerio, a quien consulté, un estudioso de la cultura umbanda, me marcó la diferencia entre el santo católico al que le dejás una vela, y estos santos a los que se les deja una profusión de zapatitos de bebé, chupetes, cartitas, exámenes, partes de autos. Al margen del origen, si fue umbanda, huarpe o guaraní, hay una creatividad increíble, como el hecho de dejarle botellas a la Difunta. Hay mucho simbolismo en las ofrendas que se les dejan a los santos.”
–¿Cómo explica esa combinación que aparece rastreada en el libro: el ateo devoto del Gauchito o de la Difunta Correa?
–Eso fue una sorpresa para mí. Mi hipótesis es que la Argentina es un país tan católico que hasta los ateos creen en santos (risas). Lo pienso en serio.
–¿Es una atea devota después de la escritura de este libro?
–El Mono Fabio, de Kapanga, cuenta que cumple con todos los rituales; que eligieron un santuario en la ruta y le dejan cintas rojas, incluso en los recitales se despide con la misma frase: “Sean felices, tengan buena vida y que el Gauchito Gil los acompañe”. Y sin embargo, no es devoto, lo que me resultó interesante. Me identifico un poco con el planteo de El Mono, aunque yo no cumplo con todos los rituales y no le pido para que no se me genere un compromiso, porque son santos cobradores. Pero toco bocina cuando paso por un santuario. Por las dudas. Soy más bien cabulera que devota del Gauchito Gil, sigo manteniendo mi ateísmo incólume (risas).
Impresiona ver la cantidad de gente que en las tardes del 7 de enero se acerca al santuario del Gauchito que se erige en la banquina, en el mojón 101 de la ruta 123, a ocho kilómetros de la ciudad de Mercedes. “Hay algunos gritos y ninguno es un sapucay –cuenta Saidon en el libro–. Son gritos de espanto. Sobre todo, se oye el grito de una mujer. Su pareja acaba de desplomarse en pleno baile. Una ambulancia se abrirá paso entre el montón abigarrado de vehículos, personas, carpas y puestos comerciales para llevarlo al hospital de Mercedes. Pero es tarde: el hombre llega muerto.” En esta circunstancia en que la escritora fue testigo de un hecho que se podría calificar de “insólito”, no hubo milagro que torciera el desplome en pleno jolgorio. “Si los santos pudieran cumplir todos nuestros deseos, seríamos inmortales. En la fiesta del Gauchito, fui testigo de cómo se murió un hombre. Saque usted sus propias conclusiones –advierte–. Pero realmente contra esta anécdota, también hay un montón de testimonios de gente que te cuenta cómo el Gauchito los curó, al margen de la medicina. La fama de curador que tiene es el fuerte del Gauchito, que está asociado con el origen de la leyenda. Pero el Gauchito no puede cumplir todos los deseos.”
–Enfermos de cáncer que han sido sometidos a distintos tratamientos, depositan su curación en el santo y no en la medicina. Hay testimonios bastante desconcertantes, ¿no?
–Sí, son casos de gente que no se operó ni se hizo quimioterapia; pero se curó. Como un bailarín de Florencio Varela que dice que lo “operó” el Gauchito. Cuando llegó al consultorio, le dijo al médico que ya estaba bien. Y le hicieron todos los estudios y estaba bien. El famoso creer o reventar. Otra “teoría” o conclusión provisoria que tengo, porque todos estos testimonios te hacen cambiar la manera de pensar, es que la fuerza y el poder están puestos en estos santos. El Gauchito es tan poderoso que parece un superhéroe. Corrientes es una provincia que santifica gauchos. Hay un montón con características parecidas: siempre están fuera de la ley, tienen un conflicto y se los persigue; hay muchas veces una cuestión amorosa, algún comisario que se toma venganza; y se peregrina, se pide, se le devuelve. La ritualidad es similar. Pero el que se hizo famoso, fuera de la provincia, es el Gauchito Gil, representante del marginado, del que está fuera de la ley.
–¿Esta religiosidad popular podría empatizar con el peronismo y el kirchnerismo?
–Yo diría que el Gauchito es peronista, pero no sé si kirchnerista, porque no es tan “moderno”. El Gauchito es un fenómeno muy peronista. El crecimiento del Gauchito empezó en el ’96 y con el kirchnerismo explotó. Si las cosas estuvieran tan bien como parece, no sé si habría tantos santos, ¿no? Pero cuando un fenómeno empieza a crecer, ya nadie controla ese crecimiento y en cierto sentido se produce al margen de lo que las políticas puedan estar haciendo bien.
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