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Lunes, 26 de septiembre de 2016

CULTURA › FLOR GOLDSTEIN, SU LIBRO INSTANTáNEAS CALLEJERAS Y LA EXPERIENCIA DE TOCAR EN LA CALLE

“Las sociedades esconden la soledad”

Es escritora, saxofonista e ilustradora; cuando estaba en Europa con su grupo de tango Cinco pa’l peso, una crisis personal la llevó a tocar en la vía pública, poniéndose en contacto con todo un universo que alimenta sus textos.

 Por Silvina Friera

Esa mujer anda armada por las calles de Aranjuez con su instrumento cargado de melodías infalibles: tangos, choros –música antigua de Brasil–, jazz y zambas. Flor Goldstein, escritora, saxofonista, ilustradora, emerge de una crisis personal –separación y mudanza junto a su hijo, Camilo, que ahora tiene seis años– abriendo un espacio para la música donde antes no había más que ruidos cotidianos y personas caminando con el apuro en los pies. El vértigo de intervenir en el mundo le sienta bien a esta artista argentina que vive en España desde hace ocho años. “Respirar, cerrar los ojos, soplar: hay un antes y un después”, escribe en el bellísimo texto inicial de Instantáneas callejeras (Libros del Zorzal), su primer libro publicado, un conjunto de relatos hilvanados por la experiencia de tocar en la calle y estar cuerpo a cuerpo con los transeúntes. “Dibujo, escribo, toco y me muero de hambre con todo; pero me divierto”, dice Goldstein y el efecto de la carcajada se prolonga en el aire.

El amor a primera vista con el saxo empezó cuando vivía en Buenos Aires, a los 19 años. Antes estudió piano, violín, percusión y flauta dulce. Cinco pa’l peso es el nombre del grupo de tango que armó acá, junto con Federico Peuvrel, con el que grabó dos discos: Primera vuelta y Tango payo. En septiembre de 2005, el grupo inició una gira por Italia y Francia. Vivieron un tiempo en la ciudad de Vicenza y unos años después, a mediados de 2008, se establecieron en Madrid. “Vivir de la música es complicado en todas partes”, confirma Goldstein en la entrevista con Página/12. “Suelo tocar dos horas en la calle y, cuando puedo, hago dos tandas de dos horas en el día. No siempre puedo porque tengo un hijito y a veces no me puedo organizar. Toco dos horas porque me cansa mucho tocar constantemente; es muy distinto para el cuerpo tocar acompañada de otros músicos, donde las melodías se intercalan con la de otros, entonces hay descansos, que estar tocando todo el tiempo”, cuenta la saxofonista que suele juntar con la gorra un promedio diario de 20 a 30 euros, aunque hay malas jornadas en que no llega ni a los 5 euros.

–¿Qué les da la calle a los músicos?

–La calle me da una sensación de inmediatez, de cercanía, que no se tiene en otros ámbitos. La sensación de que estoy llegando a gente que de ninguna forma me iría a escuchar en otra situación, que no elegiría o no podría optar por irme a escuchar. En la calle siento que le estoy acercando una experiencia musical a gente que quizá nunca se acercaría a un concierto. La calle también me da algo que tiene que ver con lo imprevisible: nunca se sabe qué va a pasar, si va a ser un buen o un mal día. La vida es así, pero la calle pone muy de manifiesto esa imprevisibilidad. Empezar a tocar en la calle fue descubrirla desde otro lugar, como otro espacio. Solemos tomar la calle como un sitio de paso, donde no acontece lo importante. Nuestra vida pasa en otros lugares, en nuestras casas, en los bares, donde nosotros queremos ir. Pero la verdad es que gran parte de nuestra vida también pasa por la calle, en ese transitar, en ese “ir hacia”. Hay muchas pequeñas cosas que nos van pasando, no sólo en la situación de estar tocando, sino cuando estás yendo a comprar el pan o a tomarte el colectivo; hay roces, choques, comentarios con desconocidos. Hay todo tipo de situaciones positivas y negativas que nos influyen y que se quedan muchas veces en nosotros sin que nos demos cuenta.

–¿La experiencia de tocar en la calle comenzó en España?

–Sí, en Aranjuez. Yo me fui con mi grupo de tango de Argentina y estuve en España, en Italia y en otros sitios tocando, siempre en situaciones más formales. Empecé a tocar a raíz de una situación muy complicada en mi vida, una crisis personal muy profunda en la que no vi otra opción que salir a la calle. La primera mañana fue frente al mercado de Aranjuez, en el centro del pueblo, hace dos años. Yo salí sin tener idea con qué me iba a encontrar porque, a pesar de que me dedico a la música hace muchos años, nunca había experimentado el salir a la calle. No lo veía como algo atractivo o que me interesaba probar. Lo tenía como la última opción. Lo que pasó fue tan interesante, tan lleno de sorpresa y tan inspirador, que fue automático ponerme a escribir porque me sobrepasaban las sensaciones de lo que estaba viviendo.

–¿Cómo explica uno de los comentarios que recibió en la calle: “¡qué lástima me da verla aquí!”?

–Hay diversas visiones sobre el músico callejero. Tanto otros músicos callejeros como yo, repartimos nuestra actividad musical entre la calle y los conciertos en teatros. Es difícil cambiar ese estigma del músico que parece que está un poco como pidiendo monedas. No trabajo en la calle para cambiarle la visión a nadie, yo acerco lo que tengo y hay mucha gente que lo aprecia cabalmente. Hay gente que se emociona, que agradece, que dice “qué pena”, y hay gente que ni se detiene a escuchar. Muchas veces me preguntan si todo lo que cuento en el libro me pasó o me inventé algo. La verdad es que no me invento nada. La calle es más surrealista que la realidad.

–Como la mujer que le ponía en la gorra cubitos de verdura, de pollo o de carne.

–¡Un delirio total! Tengo en mi heladera cubitos que esa mujer me sigue dejando en la gorra (risas).

–¿Parece que está preocupada por su alimentación?

–Igual me podría dejar algo más contundente, ¿no? Me podría dejar un pollo (risas). Es muy gracioso ver las monedas y los cubitos mezclados.

–Cuántos chiflados y locos simpáticos andan sueltos por las calles, ¿no?

–Nunca tuve ningún problema. Es verdad que hay mucho loco suelto, muchos personajes, y hay mucha soledad. Entonces alguien parado en una esquina, tocando un instrumento, suele ser un imán importante para esta clase de personajes.

–¿A qué atribuye esa soledad que percibe en la calle?

–La soledad nos rodea. Vivimos en sociedades que esconden la soledad, pero estamos muy solos en muchos momentos; es parte de la vida, de lo cotidiano. Muchas veces yo me siento muy sola en la calle porque la verdad es que estoy con mi saxo y es una situación de enfrentarme al mundo sola.

–En la costa de Alicante, lugar adonde viaja para tocar también en la calle durante las vacaciones en julio y agosto, vive un personaje precioso: Julio, un argentino, contrabajista retirado, de memoria prodigiosa, que tiene 83 años. ¿Ese personaje merece un libro aparte?

–Sí, es cierto. Ya quedé en llevar un grabador para ver si me pongo a escribir sus historias. Tiene unos relatos que no sólo son interesantes para los músicos. Julio cuenta historias de un Buenos Aires que ya no existe, una forma de vivir de los músicos de aquella época cuya memoria se va perdiendo. Me parece que es un tesoro que vale la pena conservar. Ojalá mi próximo libro salga de sus historias.

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“Fue automático ponerme a escribir, me sobrepasaban las sensaciones.”
 
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