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Viernes, 26 de septiembre de 2008

EL GRUPO DE DOLORES SOLA Y ACHO ESTOL

Tangos chicaneros

Mientras el matrimonio prepara sendos discos solistas, La Chicana lleva a cabo un ciclo que tendrá hoy y mañana dos nuevos capítulos: otra oportunidad para seguir a un grupo felizmente inclasificable.

 Por Cristian Vitale

Cuando tiene ganas, Dolores Solá enfoca su mirada al público, detiene el andar de la banda y cuenta la historia de cierta canción. Esta vez, en el Torquato Tasso, le toca a “Viaje astral”. Ubica a su otro yo, Acho Estol, en cierto paraje desolado de La Pampa, lo enmarca dentro de un viaje lisérgico y nombra entidades paranormales que dieron luz a la historia. Tango, magia y psicodelia, entonces, se juntan: así es La Chicana. De inmediato, la canción arranca con la furibunda intro de “Smells Like Teen Spirit” (Nirvana) y deriva en un ritmo de vodevil que superpone la voz aguda, a garganta inflada, de Dolores con una orquesta atípica: bajo, set de percusión con un bombo cuyo icono es la bandera de Jamaica, bandoneón, violín y guitarra acústica. “Estamos yendo y viniendo de nuestros proyectos solistas, que nos dan una nutrición distinta. Y nos reencontramos en La Chicana, con unos bríos renovados... es interesante porque nos juntamos para hacer shows, elegimos las listas de cero, y cada noche es distinta”, dice Estol, poco antes, mientras saborea un rico tinto.

El popurrí chicanesco (que repite hoy y mañana en el boliche lindero al Parque Lezama) transcurre, suelto y maravilloso, por piezas que contemplan creaciones propias y ajenas: de la desgarrada “Confesión” (Discépolo-Amadori) pasa a “Puro cuento”, notable historia de Estol cuyo efecto da un aliento: aún se pueden componer buenos tangos sin caer en clichés o traspolaciones de época. El lío de Carniza, el Rengo y el Pelado es un lío de hoy. Y Eduardo Arolas suena como un autor del XXI cuando cae en manos del grupo: por caso, con “Fuegos artificiales”, el tango-habanera que Arolas compuso en 1907, a los 18 años. “El publicista me dijo que no diga tango viejo, que diga tango vintage: tiene más de cien años”, ríe Estol antes de entrarle. Con él o con la arriesgada versión del concierto en Re menor para dos violines de Johann Sebastian Bach, un lujito por valiente.

“Lola me sostiene, porque tenemos una polaridad interesante. Ella tiene una mirada muy práctica sobre la música, la mía puede ser barroca, progresiva... puedo irme por las ramas hasta cualquier lado: aparece Bach a 17 voces y yo me enrosco. Es algo típicamente masculino, que incluso puede ser competitivo: el virtuosismo, la cantidad de notas, la complejidad... ella es muy melódica: le gusta lo puro, lo simple y entonces el contraste para mí es bajador... hace que nos encontremos en el medio, porque ella también me viene con unos melodistas italianos que me hacen reaccionar: ‘Mirá, yo no puedo tocar una cosa de Nicola Di Bari, no funciona con mi cerebro’”, confiesa Acho. En escena hay un plus de feeling mutuo que permite imaginar cómo funciona la pareja: con doce años y cinco discos editados (más Viaje astral, DVD de estreno reciente), y algunos más como amantes, la Lola Solá y Estol se eternizan en una mirada cómplice arriba y abajo del escenario. Se respetan los tiempos y se dejan hacer: ella está embarcada en un disco solista que abarca una amplia paleta de estilos, ritmos y géneros, dentro de la tríada Corsini-Gardel-Magaldi: fox trot, operetas, fados y rancheras. “Tenía como la idea del cabaret criollo, y la temática es bastante exótica... habla de una cabeza y una apertura que después no siguió en el tango”, dice.

El, preparando el sucesor de su primer disco solista –Mi película– destinado a profundizar en su yo estético: el tango progresivo. “Tengo un sinfín de influencias y letras que hablan, por ejemplo, de un tipo haciendo la colimba en Marte, pasadas por el tamiz de un pibe que creció escuchando Vox Dei y Beatles. Son tangos muy oscuros y masculinos para La Chicana, por eso quedaron afuera: eléctricos, distorsionados... tienen un color de banda de pordioseros y borrachos. Igual, no necesito presentar al Estol solista. Es muy íntimo, como cuando uno se despierta a la mañana y escribe el sueño que acaba de soñar”, aclara él, mientras dirige la mirada hacia Dolores. “Lo mío es un extremo, un delirio progresivo, y lo tuyo una búsqueda de la pureza criolla, primigenia y oculta”, sigue y motiva una respuesta crítica en ella. “No estoy tan de acuerdo: lo mío no es del todo criollo, sólo quiero salir un poco de La Chicana... me tomé el verano en investigar y centré la atención en el repertorio de Gardel, Corsini y Magaldi, pero de canciones muy poco cantadas como ‘La hija de la japonesita’ o ‘La danza de las libélulas’... además de la criollez, hay una cosa muy cosmopolita, muy juguetona.” “Pero yo me refería a la fineza de los arreglos, a la pureza del repertorio”, se defiende Acho.

–¿Se alaban uno al otro el material, se lo reprochan o las dos cosas?

A. E.: –En realidad, coincidimos bastante en gustos. Igual, cuando nos tenemos que decir algo, lo hacemos sin problemas, somos mutuamente exigentes. Creo que está claro en La Chicana, donde nuestros yoes se potencian. Es cierto que las ideas tienen que rebotar en el otro. Para mí es muy lindo oír cantar a Lola mis temas, oírlos con esa ropa. Siempre fui un cantor irregular, de fonda, y tener una mina que canta con esa solidez me lleva por un camino distinto del atorrante que fluye cuando estoy solo.

–¿Tienen hijos?

A. E.: –No. Tenemos perros, que no son como hijos, son mejores, porque los hijos exigen trabajo, responsabilidad y preocupación, mientras los perros tienen hasta la elegancia de ser independientes.

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Dolores Solá, una cantante que magnetiza desde el escenario con tangos siempre sorprendentes.
Imagen: Rolando Andrade
 
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