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Sábado, 8 de mayo de 2010

ENRIQUE VILA-MATAS PRESENTA HOY SU úLTIMA NOVELA, DUBLINESCA

“Ahora el pesimismo es tan vacío como el optimismo”

El escritor catalán plantea un escenario de “fin de época”: el de la imprenta, pero también, quizás, el de la literatura. Y lo sitúa en Dublín el 16 de junio, el día en que transcurre el Ulysses de Joyce. Un humor trágico envuelve esta nueva gran historia de Vila-Matas.

 Por Silvina Friera

Enrique Vila-Matas pertenece a la cada vez más rara estirpe de escritores geniales. No parece de esta época, como si siempre estuviera más allá, regido por una voluntad constante de vivir una vida diferente. De ser otros. Y desvanecerse. Pero ahora está en el mismo hotel de Recoleta, cerca de la misma fuente y el mismo reloj de hace cuatro años, cuando estuvo en Buenos Aires. Aquella vez casi no cuenta el cuento. O la novela de su vida. En ese mes de mayo de 2006 se sentía mal. El cuerpo se desbarrancaba, la salud tiraba la toalla y un hombre exánime y avejentado regresó a Barcelona taladrado por el dolor de una insuficiencia renal fulminante. “El médico me dijo que tenía 24 horas de vida”, repasa el escritor catalán en el mismo lugar adonde volvió para presentar en la Feria del Libro su última novela, la espléndida Dublinesca (Seix Barral). “Estaba todo tan bajo –dice moviendo su mano derecha como un ciego que tantea la superficie de ese recuerdo–, que cogí un taxi y me sentí perplejo. Si me hubiera quedado aquí unos días más, no hubiera llegado a ir al médico.”

Vila-Matas habla con un tono levemente zumbón, ajeno a la inflexión dramática que otro, en su lugar, elegiría para evocar esa peligrosa proximidad que tuvo con la muerte. “Pues ahora me han enviado al mismo lugar, a la misma fuente, el mismo patio”, enumera asombrado por esta coincidencia que en un próximo “viaje mental” –que eso serían sus novelas, con perdón del escritor, si hay que resumirlas en un tópico– podría aprovechar para estirar los límites entre la realidad y la ficción. Una risa filosa despliega el escritor cuando Página/12 le comenta que parece más joven ahora que hace cuatro años. “Me hubiera sentado fatal que dijeras lo contrario”, bromea el hombre que el año pasado protagonizó el cambio editorial más resonante de los últimos tiempos: dejó a su histórico editor, Jorge Herralde. Unas señoras se instalan en la mesa de al lado. Ante el cotilleo de las chillonas veteranas, Vila-Matas propone cambiar de sitio.

El protagonista de Dublinesca es Samuel Riba, un editor retirado que ha publicado a muchos de los grandes escritores de la época. Nada marcha bien para este buen hombre desde que corteja la soledad. Se siente un Quijote de la edición, le gusta verse como el último editor, mientras vive encerrado en su casa, angustiado por la pérdida de tantas amistades falsas y desamparado desde que prescindió del alcohol. Para colmo de males, lo que más lamenta y le entristece es no haber descubierto a un autor desconocido que hubiera acabado revelándose como un escritor genial. Entonces decide viajar a Dublín con tres amigos el 16 de junio, el día en que transcurre el Ulysses de Joyce, la novela dublinesca por excelencia y una de las cumbres de la era de la imprenta, para participar del funeral de la galaxia Gutenberg, cuyo ocaso le está tocando vivir de lleno.

–El primer parecido que se podría establecer entre Riba y usted es la lucha que entabla el personaje durante toda la novela para no volver a tomar alcohol.

–Pero Riba finalmente toma, yo no (risas). Me interesaba contar la historia de un hombre al que no le ocurre nada y que personaliza en sí mismo la caída de la era Gutenberg, así como los personajes de Joseph Roth personalizan la caída del imperio austro-húngaro. El máximo interés de mi novela es el personaje del libro, al que sigo durante tres meses para acercarme muy detalladamente a eso que hizo Perec de contar lo que pasa cuando no pasa nada, y elevarlo a la categoría de arte.

–¿Los pensamientos se tornan más pesimistas y oscuros cuando “no pasa nada”?

–Sí, pero tengo ahora la teoría de que el pesimismo es tan vacío como el optimismo. Ni es tan bueno el optimismo, ni es tan malo el pesimismo. En la novela los extremos se acaban pareciendo, aunque lógicamente no hay ningún criterio ni opinión contundente que destaque sobre las otras. La posición del narrador es muy ambigua, piensa más en un lector activo que participe. Incluso creando el reto de que entienda, para su horror, qué es lo que ocurre al final.

Sin alcohol en sangre desde hace cuatro años, sin recaídas ni achaques melancólicos, Vila-Matas toma agua y plantea que en Dublinesca es muy importante la parodia. “Tengo que confesar que la parodia apareció en la décima redacción de la novela. Es un libro muy corregido, muy trabajado”, señala con su cabeza cómicamente inclinándose hacia el grabador, como si lo fueran a escuchar las parlanchinas veteranas o los chicos que se zambullen a la pileta. “En la décima redacción le di la última capa de pintura, un barniz con toques paródicos. Para mí era evidente que Riba puede estar loco y querer acceder a este funeral de la era Gutenberg de forma trágica. Pero tampoco puede ser que lo secunden tantas personas, sus tres amigos, en un registro meramente trágico. Era necesario el registro trágico con humor, si no, no tenía sentido. Que fuese una especie de gran fiesta paródica en la que se riera de los fines del mundo.”

Los “cuatro chiflados” de la novela del catalán –Riba, Walter, Nietzky y Javier– generan con sus letanías unas endiabladas carcajadas en los lectores. “Funeralizado Gutenberg, hemos entrado en otras épocas. Habrá que enterrarlas también. Ir quemando etapas, ir haciendo más funerales. Hasta llegar al día del Juicio Final. Y entonces celebrar un funeral por ese día también. Luego perderse en la inmensidad del universo, oír el movimiento eterno de las estrellas. Y organizar unas exequias por las estrellas. Y luego ya no sé”, señala Riba.

–¿A qué atribuye esa necesidad de parodiar?

–El Quijote puede estar loco pero sin Sancho, que le recuerda que está loco y que hay otra realidad, no funcionaría. Aquí también la parodia es importante a la hora de acercarse al fin del mundo, que ya está en la Biblia; todas las civilizaciones han pensado que con ellas se acaba el mundo. Yo hablo del fin del mundo con parodia y con humor. El registro trágico único hubiera sido bastante torpe. Si ha de llegar la muerte, pues mejor que nos coja riendo porque la despistamos. Si ha de llegar el fin de la era de la imprenta y el fin de la literatura, cuando se acerque al cementerio de Dublín, es mejor que encuentre que están todos divirtiéndose. Cuando la república de Venecia se hundía, había grandes fiestas, diversión y carcajadas. Quería darle este tono de gran fiesta a la supuesta despedida de la era de la imprenta. Pero el final de la imprenta aún no ha llegado, durante un buen tiempo va a convivir con la era digital.

–Algunos comentan que Riba es un editor retirado que tiene algunas semejanzas con Jorge Herralde. ¿Qué opina usted?

–Leerlo en esta clave es totalmente equivocado. Riba tiene mucho de personaje de ficción, pero está basado en varios personajes al mismo tiempo, empezando por Carlos Barral, que se arruinó con su editorial...

Y se queda callado unos cuantos segundos. El temor es que Vila-Matas haga la “gran Beckett” y decida emprender un terco camino hacia el silencio. Afortunadamente, pronto recupera el habla. “Se han escrito muy pocas novelas sobre editores como personajes de ficción. El personaje de editor es un filón extraordinario”, subraya el escritor.

–¿Por qué cree que el editor había sido ignorado como posible personaje de ficción?

–Los motivos los desconozco; hasta este libro no se me había ocurrido pensar que el editor era un personaje interesante. El editor está muy cerca de la figura del escritor, una figura a la que siempre he recurrido para contar historias. Pero en este caso, al trasladar el protagonismo al editor, cambiaba el punto de vista, el ángulo de visión. Cuando el editor habla con sus amigos escritores, cada punto de vista tenía que ser ligeramente distinto, lo que me resultaba más divertido de escribir. Cuando le hago pensar que los escritores son unos tarugos, que un porcentaje altísimo no tiene categoría, son pesados y medio imbéciles –que hay gremios que son mejores, como el de los científicos–, en parte es lo que pienso yo, que soy escritor. Pero era más divertido ponerlo en boca de un editor porque parece más lógico que lo piense un editor que tiene que soportar a los escritores. ¿Quién piensa esto: Riba o yo? ¿O lo pensamos los dos? Hay momentos en que me parezco al editor en las cosas que piensa, aunque en otras circunstancias no tenga nada que ver con él.

–¿En serio piensa que los escritores son unos tarugos?

–No, a ver... que quede claro. Hay un alto porcentaje de escritores que no tienen inteligencia; creo que hay gente más relevante e interesante entre los científicos. Ocurre en todos los gremios, vamos. Hay un porcentaje de escritores extraordinarios, amigos míos, y otros que no son amigos también. No digo que todos los escritores sean unos tarugos.

Uno de los hallazgos de esta novela es el “mal del autor”, un zumbido que perturba a Riba. “El zumbido del editor es un mal, una pena. Sin el escritor, el editor no puede ser. Cuando tú necesitas de algo para tener esa profesión, pues siempre va a existir ese zumbido”, comenta Vila-Matas, que pertenece a la Orden de Caballeros del Finnegans, en cuyo escudo reza el lema extraído de la última frase del sexto capítulo del Ulysses de Joyce: “Gracias. ¡Qué grandes estamos esta mañana!”. Guiado por lo que advirtiera en la novela de Julien Gracq, Le Rivage des Syrtes, Riba postula los cinco elementos que considera imprescindibles en la novela del futuro: intertextualidad, conexiones con la alta poesía, conciencia de un paisaje moral en ruinas, ligera superioridad del estilo sobre la trama, la escritura vista como un reloj que avanza. “Estos conceptos son de una teoría que he escrito en un viaje que hice a Lyon, donde no me vino a saludar nadie –recuerda el catalán–. Me encerré en una habitación y escribí la teoría general de la novela y luego, sin haber visto a nadie, volví a Barcelona. Fue un viaje de ida y vuelta extrañísimo.” En septiembre publicará Perder teorías, lo que escribió en ese hotel de Lyon.

>–¿Por qué cree que a la novela le cuesta más establecer conexiones con la alta poesía?

–La poesía se ha de introducir en pequeñas píldoras y en el momento oportuno, pero hay un tipo de narrativa pura y dura que no conecta con la poesía. Hay otras que sí; un caso clarísimo es Joyce. La poesía viene dada aquí por un estado de ánimo que recorre toda la novela. Ese estado de ánimo es el que uno encuentra cuando llega a Dublín y coge el tren a la costa. Y empieza a llover y el tren está siempre del lado de la playa, que está desierta; hace frío y el tono es crepuscular, nostálgico, melancólico. Es un clima ideal para que ocurra algo mentalmente. La poesía tenía que ver con el estado de ánimo y la puesta en escena de los pensamientos; es como el espíritu del Ulysses, que es una epopeya cotidiana contada con los poderes de la alta poesía.

El capítulo que más obsesiona a Riba del Ulysses es el sexto. “En ese capítulo se entierra a un borracho y aparece un desconocido, una sombra, también llamado Mackintosh por la gabardina que llevaba. Nabokov y otros autores dicen que esa sombra es el propio Joyce –explica Vila-Matas–. Si fuera cierto, Leopoldo Bloom habría visto al autor. Toda mi novela está escrita para llevarla hacia un final en que sin saber muy bien cómo sería, Riba me vería a mí, al autor. Pero me daba mucho miedo ese momento, no sabía cómo se podía producir. Cuando llegué al final, me dejé llevar. Ahora mismo sigo sin saber cómo fue que hubo un giro mental que me condujo hacia esa salida.”

–Riba reclama el regreso del lector con talento. ¿Y usted?

–Hay que recordar algo que muchas veces se olvida: que los lectores tienen talento, aunque muchos escritores los desestimen.

–Su obra siempre ha tenido al lector en un espacio central, hasta casi protagónico.

–Sí, no voy a ser yo quien lo niegue (risas). Siempre he apostado por un lector nuevo que no existía antes. Y que ahora existe; es un hecho. Ese sería el gran triunfo de mi literatura; un triunfo que celebro con toda la modestia del mundo.

–Sus novelas han llevado a leer otros escritores. Quizá el ejemplo más fuerte sea Robert Walser...

–Citas a Walser y es justamente el escritor que muchos lectores me agradecen haber leído, aunque también es verdad que llevo a otros autores como Perec. Pero el que más me agradecen es Walser; es increíble porque es un autor para todos los lectores, aunque parecía minoritario y desconocido de una forma muy injusta. Lo que revela esto también es la miseria intelectual a la que someten otros escritores a muchos lectores, porque hay gente que lee mis libros buscando autores fiables. Yo recuerdo que cuando empecé a leer con pasión a los 16, 17 años, un escritor me llevaba a otro. Era para mí lo normal; que vengan a mí a buscarme para esto, me sonroja y me sorprende.

–¿Qué pasó con Jorge Herralde? ¿Por qué se quebró esa relación de tantos años?

–Bueno... en una relación muy larga a veces se producen infidencias, pero no va con mi estilo airear los problemas que existieron.

–¿Es un matrimonio que se terminó definitivamente?

–No, no, nunca fuimos un matrimonio (risas).

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“Si ha de llegar la muerte, pues mejor que nos coja riendo porque la despistamos.”
Imagen: Leandro Teysseire
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