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Sábado, 8 de mayo de 2010

MUSICA › COLACHO BRIZUELA PRESENTA NOS VOLVEREMOS A VER, EN EL C. A. FERNáNDEZ FIERRO

Otro modo de acercarse a Bill Evans

El guitarrista riojano se dio el gusto de abordar versiones del pianista más cercanas al folklore y el tango que al jazz.

 Por Santiago Giordano

Por esa presencia que trasciende tiempo y espacio, y que además se difunde en el imaginario colectivo más allá de lo concretamente musical, casi como una manera de estar en el mundo, Bill Evans bien podría considerarse un clásico. Fue el pianista y compositor norteamericano el que en los primeros acordes de “So What”, con el sexteto de Miles Davis, planteó hace más de cincuenta años la posibilidad de una gramática distinta para el jazz; también fue el que en trío con Paul Motian y Scott La Faro sentó las bases de una nueva manera de conversar en música y el que a dúo con Tony Bennett conjugó los principios de introspección y lirismo para llevarlos al extremo de lo posible. Y seguramente fue Bill Evans el que mayor influencia ejerció sobre los músicos que, pianistas o no, jazzistas o no, le siguieron.

Tal vez sorprendiendo a los más desprevenidos, Colacho Brizuela se acercó al universo de Evans sin necesidad de moverse demasiado del propio. Después de muchos años de folklore, sobre todo como guitarrista de Mercedes Sosa, y con algunas escapadas hacia el tango, en dúo con Rodolfo Mederos, el guitarrista riojano propone Nos volveremos a ver, el disco que presentará en público mañana a las 22 en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 764). “Es cierto, Bill Evans tiene algo distintivo, hay algo suyo que se ha instalado más allá de lo musical”, asegura Brizuela apenas inicia la charla con Página/12 y agrega: “Cuántas veces escuchamos a músicos de cualquier género apelar al término ‘onda Bill Evans’, para explicar algo difícil, de cierta complejidad armónica o determinado color. Por ahí capaz que ni saben quién es, pero usan el término y hasta por ahí ni saben bien lo que están queriendo decir”.

–¿De qué manera se produjo su acercamiento a Bill Evans?

–Cuando llegué a Buenos Aires, a fines de 1968, había mucha música dando vueltas. Yo andaba callejeando y aprendiendo detrás de las cosas del folklore y del tango, pero también me impresionaron otras cosas. Evans fue una de esas posibilidades que se nos presentaban a los jóvenes de entonces para enriquecer nuestra vida de músicos. Aprendí mucho escuchando y estudiando su música; sobre todo a acompañar cantantes, como él hizo con Tony Bennett. Me formé también con eso, por eso digo que en cierto modo este trabajo fue volver al pasado.

–¿Qué fue lo que lo cautivó de la música de Evans?

–La música de Evans tiene mucho de lo nuestro. Hay cierto gusto a tango en sus armonías y en sus tiempos de waltz es posible dibujar una chaya o una zamba, como hice desde “Very Early”, que se convirtió en “Tempranamente”, una zamba con acompañamiento de bombo y todo.

–Que en el disco está dedicada a Mercedes Sosa.

–Por supuesto, a mi querida amiga la Negra. Ojalá Mercedes hubiese estado entre nosotros, así la invitaba a cantar un tema en este disco.

“Song for Helen”, “Time Remembered”, “Only Child”, “Prologue”, “My Bells” y “Waltz for De-bbie” son algunos de los temas que Brizuela expone desde su sencillez formal y que reconstruye en su tejido armónico a partir de un lenguaje guitarrístico elegante y solvente, que no incluye momentos declarados de improvisación. “No me interesa tocar jazz”, aclara Brizuela y agrega: “Elegí los clásicos, los temas más conocidos de Evans, y busqué traducir su lenguaje pianístico a la guitarra de seis y la de siete cuerdas, respetando por supuesto los códigos de la armonía y las maravillosas melodías, pero poniendo un acento propio. Tocando como uno sabe, como lo toca un argentino”.

–En algunos temas incluyó cuerdas. ¿Por qué esa decisión?

–Era darle otra vuelta para llevar a Evans hacia un lugar distinto. En este trabajo me pintaron algunos arreglos con cuarteto de cuerdas y los escribí, sobre todo porque podía contar con gente como la del Fernando Dieguez Cuarteto, que tocaron muy bien una música con muchas tensiones. Fue un trabajo difícil, pero quedó muy bien. Por ejemplo, el solo de viola de Rubén Jurado en “Time Remembered” te saca la cabeza. El resto es guitarra sola, salvo “Show Type Tone”, donde superpuse tres guitarras y el contrabajo de Guillermo Delgado.

–¿Cómo será la presentación en vivo?

–Estarán los 34 Puñaladas y haremos también algunos temas que no entraron en el disco, además de una versión de “Triunfal”, de Astor Piazzolla. También vendrán Nicolás Reinone, un contrabajista que además canta muy bien, las cuerdas y yo, que además de tocar la guitarra voy a hacer algo con el stick.

–Esa es otra novedad...

–Hace muchos años que lo tengo, se lo compré directamente a Emmet Chapman –su creador– en Los Angeles. El mío es el número 1277. Guillermo Cides me metió en esto, él me mandó a lo de Chapman y no sé cómo fue que me lo dio enseguida, porque el tipo tenía pedidos para los siguientes dos años. Cuando me lo dio, me miró de una forma tan intensa que sentí el compromiso de tocarlo. Hace bastante me puse a estudiarlo en serio y me da mucha alegría hacerlo, porque permite hacer cosas maravillosas. Es un instrumento muy especial: son dos guitarras en una. Es el mejor invento de los últimos tiempos.

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Brizuela no buscó tocar jazz, sino traducir el lenguaje pianístico de Evans a la guitarra.
 
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