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Lunes, 16 de noviembre de 2015

MANU CHAO-LA VENTURA, DIVIDIDOS Y NO TE VA GUSTAR EN EL FESTIVAL MASTAI

Calor rockero a la vera del río

En su segunda edición, el encuentro convocó a unas 30 mil personas que disfrutaron, desde las 15 hasta la madrugada de ayer, de catorce bandas. La fiesta se desarrolló en el Balneario Municipal de San Pedro. El Mastai está construyendo su mitología.

 Por María Daniela Yaccar

Desde San Pedro

“¿Están contentos ahora que llegó la sombrita?”, preguntó uno de los Onda Vaga en la mitad del festival Mastai, que sucedió el sábado desde las 15 hasta la madrugada de ayer en el Balneario Municipal de San Pedro, con la participación de catorce bandas, entre ellas Divididos, No Te Va Gustar, Ciro y Los Persas y Manu Chao-La Ventura. Por una buena cantidad de tiempo, el inmenso campo de arena y pasto –y en algunas zonas, barro, por las recientes precipitaciones–, rodeado de árboles y ubicado en la margen del río Paraná, fue un escenario bañado de luz dorada donde había escasos lugares de sombra en los que refugiarse. La temperatura habrá rozado los 30 grados. Libres, las chicas más jóvenes llegaban al lugar con sus corpiños de bikini y sus shorts de jean cortitos y desflecados, algo que celebró la voz principal de Los Tabaleros, cuando dijo algo así: “¡Qué lindo verlas con ropas tan sueltas!”. La cerveza –se la vendía en unos puestitos llamados “cantinas”, que por la noche estallaban de gente, y también se la ofrecía artesanal– fue la mejor compañera para disfrutar de una jornada de bandas más que apropiadas para las altas temperaturas, por festivas, enérgicas e incluso bailables.

Bajo los rayos del sol más de uno habrá soñado con darse un chapuzón, con el río tan cerca. Pero por sus aguas sólo tenían permitido transitar la embarcación de Prefectura que asomaba a lo lejos y los vehículos de quienes hacían deportes náuticos. En efecto, y por cuestiones de seguridad, el público no tenía permitido siquiera acercarse al Paraná, protegido por unos paneles negros. O sea que ni se lo veía. Se armaban filas para acceder a una canilla ubicada al aire libre, para echarse un poco de agua en la cabeza o llevarla cual tesoro en una botella. Algunos músicos lucían atuendos playeros, como Boom Boom Kid (Nekro). Pero más que por su atuendo veraniego y tan decidido (una camisa amarilla con dibujos que no se distinguían bien a lo lejos, pero parecían ser palmeras, más un pantalón blanco que terminó negro por sus arrastres y movimientos), el ex Fun People dio que hablar por ese número clownesco que varios conocían: recostado de espaldas en una tabla de surf invitó al público a volverse una marea humana que lo sostuvo y arrastró. Tras el rito, ayudado por los hombres de Prevención, regresó al escenario y dedicó un tema a Atahualpa Yupanqui (“Entre nos”). Con el repertorio elegido mostró su costado más hardcore y sus alaridos más agudos no pasaron inadvertidos para nadie.

Eran catorce bandas y no había tiempo que perder, y en este sentido el festival –organizado por 300 Producciones– funcionó como una maquinaria bien sincronizada. A la izquierda del campo había dos escenarios (uno llamado “norte”, el otro “oeste”). En el momento exacto en que un show terminaba, en el escenario de al lado empezaba otro. Había algo placentero en ver, sin esperas, ese salpicado de bandas distintas entre sí pero que, paradójicamente, terminaban armando un solo relato independientemente de las diferencias obvias: de lo ameno de Onda Vaga a la potencia de BBK. a la cumbia de Damas Gratis, y de allí a las aguas calmas de Lisandro Aristimuño. Después de eso el rock en su formato de aplanadora y así hasta el final; puro cambio e información, también maridajes, integración (Aristimuño se unió a Mollo en “Par mil” y el cantautor de Mundo Anfibio compartió con BBKID “How long?”). Al costado de cada escenario había un cronómetro que les iba mostrando a los artistas con cuánto tiempo contaban para dar por terminada su presentación, cuya extensión parecía depender de la masividad del grupo. Como había pantallas gigantes que reflejaban todo en tiempo real, las mentiras piadosas quedaban expuestas: hubo quien amenazó con una retirada antes de tiempo. Temprano tuvieron lugar las expresiones no tan mainstream y esa inclusión también es para destacar. Los Pérez García, Buenos Aires Karma, Contravos, Los Tabaleros, Cuatro Pesos de Propina y El Plan de la Mariposa brillaron cuando el campo aún no había sido invadido por 30 mil personas, según cifras que dio la producción por la noche (que no eran las definitivas). De entre esas bandas, las más jóvenes mostraron su profesionalismo y su magnetismo, ajustados a un show colectivo que invitaba a la diversión y que destacó por su calidad, pasando por el reggae, el rock, el folklore y la cumbia.

Es, no obstante, una tarea maratónica ver el festival de principio a fin. Eso es lo que iba a hacer un chaqueño de 24 años que, como muchos, hacía fiaca temprano debajo de un árbol. Había viajado en micro doce horas sin un claro objetivo, porque no es que una banda lo obnubilaba en particular, pero decía que le gustaba Manu Chao por su “energía”. Lucía una remera de Keith Richards pintada artesanalmente y, tatuada en la pierna, una lengua Stone (la fiebre por la llegada del legendario grupo británico a la Argentina se filtró también en el Mastai: Andrés Ciro los tributó con “Simpathy for the devil”). Mastai es una palabra originaria que significa “encuentro de gente de los cuatro puntos cardinales”. Según contaron los organizadores de este evento, que se realizó por primera vez en 2012 y que este sábado tuvo su segunda edición, el grueso de los asistentes arriba desde Rosario y Buenos Aires, y de las ciudades cercanas, como San Nicolás, Ramallo o Baradero, aunque hay puntos de venta en todo el país y se sabe que llegan personas de varias provincias que duermen en hoteles, campings, cabañas y hasta en los autos. En el campo se vieron una bandera uruguaya y otra brasileña. Y en medio del predio había estacionada una combi que un grupo de muralistas locales intervenía con dibujos y colores: pertenecía a tres amigos que habían llegado desde Entre Ríos y que habían entregado el vehículo para que se lo embellecieran. Sobre esas cuatro ruedas proyectaban recorrer Latinoamérica. El festival va construyendo su mitología. Entre el recuerdo de los que habían asistido hace tres años se presentaba la imagen de un globo aerostático que había funcionado en aquella primera edición.

Uno de los aspectos peculiares del festival es que productora y artistas han determinado llevarlo adelante sin sponsors. En un mundo que atosiga de publicidad, resultaba amable caminar por un predio en el que no había logos de ninguna especie. En este sentido, el Mastai reveló un mensaje. Excluyó de la escena aquello que, algunas veces, contamina a un rock que pretende o dice ser otra cosa. Tampoco hubo carteles, leyendas, banderas ni consignas políticas, a nada más que una semana del histórico balotaje. Ni siquiera afuera del predio. También en este sentido el festival dio un mensaje: corrió al rock de la política en su sentido estricto. Pasadas las 23, sorprendió que fuera Emiliano Brancciari, el cantante de una banda uruguaya (NTVG), quien dijera algo al respecto: “En medio de tanta política está bueno alejarse un poco y escuchar un poco de música. Es más importante”. En contraste con esta posición y más en sintonía con el clima social que parece recorrer a la Argentina, un chico que en las puertas del lugar pedía entradas para poder ingresar encuestaba al que se le cruzara: “¿A quién van a votar?”

Hubo otras declaraciones. Antes de “Amapola del 66”, Ricardo Mollo alzó la voz por los atentados en París. Dijo que la canción sería un homenaje “a la paz del mundo”: “Que se dejen de hinchar las pelotas con las bombitas”, espetó. La lista de temas de Divididos, que hace más de un lustro que no participa de grandes festivales en Buenos Aires, abarcó distintas épocas. Sobresalieron canciones de Narigón del siglo (como “Casi estatua” y “Spaghetti del rock”), La era de la boludez (como la canción de igual nombre) y Amapola del 66 (“Hombre en U”, “Buscando un ángel”). Sonaron, además, “Crua Chan”, clásico de Sumo, y no faltó “Sucio y desprolijo”, de Pappo. Luego de las presentaciones de Ciro y Los Persas y NTVG, que combinaron clásicos y temas más recientes (en el primer caso hubo una importante batería de canciones de Los Piojos), Manu Chao fue el encargado de hacer saltar a las miles de almas para cerrar el Mastai. El franco-español expresó el mensaje político que abraza siempre: sobre sí y alrededor del escenario, las pantallas mostraban la consigna “no a la mina” y el músico manifestó su oposición a la megaminería en San Juan.

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Ricardo Mollo, de Divididos, alzó la voz por los atentados de París. Manu Chao hizo saltar a miles de almas.
Imagen: Veronica Martinez
 
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