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Martes, 1 de diciembre de 2015

CINE EN TV > CICLO DEDICADO AL GRAN DIRECTOR JAPONéS MASAKI KOBAYASHI EN INCAATV

La resistencia al poder establecido

De fuerte impronta crítica y antimilitarista, el cine de Kobayashi tuvo su apogeo en los años 60, con obras maestras como Harakiri, Kwaidan y Rebelión, todas incluidas en el ciclo Antología, que también contiene un título casi desconocido, La posada del mal.

 Por Diego Brodersen

“De todos los realizadores pertenecientes a la generación que ingresó en la industria durante o poco tiempo después de la Guerra del Pacífico, Kobayashi se transformaría, tal vez, en el crítico social más autoconsciente.” Así comienza la entrada correspondiente a Masaki Kobayashi (1916-1996) en el diccionario de cineastas japoneses de Alexander Jacoby. Sabias palabras, ya el cine de Kobayashi –a partir de su séptimo largometraje, Anata kaimasu (1956)– se verá fuertemente marcado por una mirada poco complaciente hacia el pasado y el presente de su país. Acompañada, desde luego, por un estilo personalísimo que iría puliendo y reencauzando película tras película, hasta su retiro en 1985. En el marco de su ciclo Antología, todos los viernes de diciembre, la señal IncaaTV le dedicará a Kobayashi cuatro medianoches, exhibiendo tres de sus largometrajes más celebrados y uno de sus títulos menos vistos. Ocasión para revisar o descubrir a un autor comprometido que, sin embargo, nunca puso sus preocupaciones sociales por encima del arte cinematográfico, a tal punto que algunas de sus mejores creaciones reflexionan sobre temas complejos y problemáticos en envases cercanos a los géneros populares, en particular el chambara, o cine de samurais.

Nacido en 1916 en la isla de Hokkaido, Kobayashi terminó sus estudios universitarios con una especialización en Literatura, pero decidió entregarse por completo al cine, ingresando como empleado raso en los estudios Shochiku, uno de los cinco más importantes de Japón. Permanecería poco tiempo en ese puesto: a comienzos de 1942 fue llamado para formar parte de las filas del ejército nipón. Esencialmente un soldado antimilitarista, como alguna vez se definió a sí mismo, los siguientes tres años (y un cuarto como prisionero de guerra en Manchuria) lo marcarían para siempre, y parte de esa experiencia sería exorcizada años más tarde en su extensa trilogía La condición humana (1959-1961), basada en la novela de Junpei Gomikawa. Antes de esa obra magna, que pondría su nombre a circular por los festivales internacionales más importantes, sus películas habían abordado temas como la corrupción en el mundo del deporte, la prostitución en las bases norteamericanas durante los años de la Ocupación o el maltrato hacia los prisioneros luego del fin de la guerra. En esos rabiosos relatos, realizados a mediados de los años 50, quedarían pocos rastros de la amabilidad y delicadeza aprendidas de su maestro Keisuke Kinoshita, del cual había sido asistente a su regreso del frente.

El ciclo de IncaaTV se concentra en su apogeo creativo e incluye Harakiri (1962), para muchos especialistas y cinéfilos su obra maestra definitiva y el film que mejor define su estilo y obsesiones. Seppuku en su versión original (ese es el término utilizado por los japoneses para referirse al tradicional ritual suicida), el film es una potente denuncia de la hipocresía y la doble moral del sistema de castas feudal y narra la historia de un ronin (un samurai que se ha quedado sin amo a quien servir) que se hace llegar hasta la casa de un renombrado señor con la intención de suicidarse dentro de sus muros. De estructura alambicada, múltiples flashbacks, vueltas de tuerca que aportan nuevos significados a lo ya visto y una escena central que continúa haciendo cerrar los ojos a más de un espectador, Harakiri es también un gran chambara que reprime el uso de las espadas hasta su magnífica, catártica secuencia final. E incluye una de las más potentes actuaciones de Tatsuya Nakadai, el gran actor japonés que supo ponerse a las órdenes de Kobayashi en una decena de oportunidades.

“Todas mis películas, desde algún punto de vista, están relacionadas con resistir al poder establecido”, declaró Kobayashi en una entrevista poco antes de su muerte. Y tal vez ese sea el gran tema de Harakiri, como también el de Rebelión (1967), además –claro está– de la cuestión de las injusticias cometidas por las clases dominantes para con los propios y los ajenos. De hecho, ambos largometrajes pueden ser vistos como un díptico sobre la opresión y la resistencia. En Rebelión, un samurai a punto de retirarse de su vida profesional (Toshiro Mifune, en su única colaboración con el realizador) acepta a regañadientes la imposición de una esposa para su hijo. Años más tarde, el pedido de que esa mujer sea devuelta al castillo se transforma en el punto de partida de una sedición microscópica pero de enorme poder simbólico. Nuevamente, Kobayashi disecciona los vericuetos del protocolo y la burocracia con un afilado bisturí, retrasando la acción física, que llegará y con mucha fuerza sobre el final. Harakiri y Rebelión, con sus admirables encuadres en blanco y negro en pantalla ancha, se revelan como tragedias personales que describen historias olvidadas o relegadas por la Historia con mayúsculas. Y que, más allá de transcurrir en períodos lejanos en el tiempo, describen por elevación y de manera sumamente crítica los valores imperantes durante los años de la militarización, antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

Kwaidan (1964), de la cual IncaaTV promete exhibir su versión completa de 182 minutos, es otra cosa. Basada en cuatro relatos de fantasmas tradicionales compilados a comienzos del siglo XX por el autor greco-norteamericano Lafcadio Hearn, se trata de una superproducción a todo color que hace de su propio artificio formal parte indivisible de su encanto y brío visual. Mujeres de larguísimo pelo largo que parecen no envejecer, embrujos y maldiciones ocultos detrás de una vida común y corriente, mantras escritos en el cuerpo como forma de mantenerse a salvo de los espíritus y un samurai acostumbrado a aparecerse en las tazas de té son algunos de los tópicos que Kobayashi traslada de la letra escrita a la pantalla con gran sentido pictórico y un respeto casi total por el tono y la sensibilidad de los cuentos originales. Kwaidan no es tanto un film de terror en un sentido estricto como el registro cinematográfico de una esencia literaria, a su vez deudora de la más añeja tradición de los relatos orales. El gran reparto incluye, nuevamente, a Tatsuya Nakadai y a grandes rostros del cine nipón como Takashi Shimura, Rentaro Mikuniy y Keiko Kishi.

El ciclo se completa con la exhibición de La posada del mal (1971), largometraje muy poco visto que, a pesar de no estar a la altura de los anteriores, podría ser considerado un gran film en el canon de cualquier otro realizador. Protagonizado por un peligroso grupo de ladrones y traficantes durante el Japón feudal, la sensibilidad y el humanismo entran por la puerta grande ante un caso de prostitución forzada. Con un gran uso de los espacios cerrados de la posada en cuestión, el film es un particular melodrama masculino y un estudio preciso de personajes y su cast incluye, además del ubicuo Nakadai, al gran Shintaro Katsu (protagonista y productor de la extensa saga Zatoichi) en un papel melancólico bañado en litros y litros de sake.

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Harakiri (1962) es, para muchos especialistas, la obra maestra definitiva de Masaki Kobayashi.
 
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