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Miércoles, 8 de agosto de 2007

“SUCIO”, EN CIUDAD CULTURAL KONEX

La soledad, en un movimiento continuo

Los intérpretes Carlos Casella, Guillermo Arengo y Juan Minujin analizan una obra en los márgenes del teatro musical.

 Por C. H.

Aunque con algunas dudas, Carlos Casella, Guillermo Arengo y Juan Minujin, intérpretes de Sucio, prefieren ubicar al espectáculo recientemente estrenado en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131) dentro de los márgenes del llamado teatro musical, tal vez para no abusar del término teatro danza, tan ligado a la producción de El Descueve. La mención al grupo emblemático de los ’90 no es antojadiza: de la dirección de Sucio se hizo cargo Ana Frenkel (junto a Mariano Penso-tti); de la música, Diego Vainer: ambos, junto a Casella, integrantes del equipo creador de Todos contentos y Hermosura, entre otras.

Desde el comienzo del proceso creador colectivo, Pensotti aportó algunos textos de su autoría, que fueron sumándose a posibles músicas e ideas de movimiento para finalmente establecer una situación básica en la que tres desconocidos se verían compelidos a discurrir acerca de la soledad en que transcurren sus vidas y de la falta de una verdadera pasión que las oriente. La obra, entonces, presenta a tres hombres que esperan en un lavadero automático que las máquinas que contienen sus ropas se detengan. A uno de ellos (Arengo) no le queda más remedio que salir de su estado meditativo para prestar oídos al detallado relato de una película porno-gay que realiza el de la máquina vecina (Minujin). Vencido por el cansancio de la espera, el tercer hombre (Casella) queda dormido pero, lejos de quedar al margen del resto, sus tumultuosos sueños tienen el poder de enredarlos a todos por los suelos. La inesperada conexión que se entabla entre todos da lugar a un intercambio de experiencias personales, pero que deja afuera el diálogo tradicional. Porque esta suerte de retahíla de confesiones (uno fue “abusado” de chico y luego estuvo preso; otro instigó a su esposa a acostarse con su padre; otro tiene sexo con un oso de peluche, entre otras cuestiones) se produce mediante el diálogo telefónico, el monólogo, el canto y el baile. En la entrevista con Página/12, los intérpretes desandan el proceso de ensayos iniciado a comienzos de este año.

–En Sucio se conjuga actuación, canto, danza. ¿Qué lenguaje sienten ustedes que prevalece sobre los otros?

Carlos Casella: –Yo soy quien menos experiencia actoral tiene de los tres, pero igual siento que éste es un trabajo de actores, aunque instalado en lo físico y lo musical. Cuando quedó armado el guión de la obra, el código de mezcla estaba claro entre nosotros. La catarata de material que tuvimos en un principio (textos de Mariano, música, películas, ideas de movimiento) se procesó en el trabajo concreto del escenario.

Guillermo Arengo: –Tanto es así que tenemos otro espectáculo en el tacho de basura...

–¿Podrían definir a sus respectivos personajes, dado que existe un desarrollo mayor que el que suele existir en la danza-teatro?

G. A.: –A mí me cuesta mucho armar una línea desde lo temático o argumental, si bien es cierto que la problemática de la soledad los atraviesa a los tres. Esta estructura de patch work permite que los personajes se muevan según pulsos musicales. En mi personaje pesa mucho el comienzo traumático que tuvo su sexualidad. Parece como si hubiese quedado patinando o girando en falso sobre esa cuestión...

C. C.: –Mi personaje no desarrolla, como los otros, una anécdota. Creo que no se puede entender intelectualmente. Es un tipo que disfruta de su obsesión: todo lo sexual le entra por los poros...

Juan Minujin: –En mi caso, yo improvisé ideas sobre el prototipo “del macho” que uno ve en la calle, un tipo resentido pero orgulloso de su resentimiento y de su vida de mierda, que tiene la obsesión de responderle al padre sobre sus demandas acerca de cómo ser todo un hombre en el mundo que lo rodea. Pero trata de satisfacer a un padre imposible de contentar, aunque haya formado una estructura familiar.

–¿Cómo fue armándose el desarrollo de Sucio? ¿Desde un principio apareció la idea de un lavadero automático como lugar de encuentro?

J. M.: –Nos gustó la idea de interactuar con las lavadoras, el teléfono y el televisor. Me parece que la mujer está ausente precisamente porque todo ocurre en un lugar donde se hace una tarea que normalmente se asocia a la figura femenina.

C. C.: –Pero lo que se siente es la ausencia de un otro. Por eso es que el universo gay también aparece dentro de ese mundo masculino. Me parece que este tipo de obra tiene un relato muy caprichoso y, hasta el estreno, nunca se sabe qué le va a pasar al público. En todo caso apuntan a que la gente haga su propio viaje. Los personajes avanzan sobre sus zonas más íntimas y oscuras. La obra es como un trampolín de un día en particular de cada uno de ellos, cuando todos decidieron hacer una especie de descargo.

J. M.: –A mí me interesa que los lugares abiertos los llene el espectador con sus asociaciones, interpretaciones o impresiones. Que no quede con la sola idea de que uno, un ex convicto, el otro, un onanista, y el tercero, uno que no tiene el Edipo bien resuelto. De todas formas, para mí es un desafío –y un orgullo también– haber cerrado algunas líneas de conducta que muestran estos personajes. Eso es difícil de hacer en los procesos creativos colectivos. Sin ser una obra narrativa, se ve que la conducta por acumulación define a cada personaje.

G. A.: –Creo que no hay una política de tesis previa en nuestro teatro de estos últimos veinte años. De parte nuestra tampoco le dimos lugar a la especulación sobre una posible hipótesis previa y preferimos trabajar desde nosotros mismos. Me gusta confiar en el universo del actor y el director, que lo que ellos van a crear signifique por sí mismo. El relato comienza “in media res” y, a pesar de eso, la gente asocia con muchísimas cosas, por fuera de nuestra intencionalidad.

–¿Qué es lo que para estos personajes está sucio?

G. A.: –La idea de la mancha que no sale, para mí, es análoga a lo vital y orgánico.

C. C.: –El lavadero automático es un lugar donde se hace una tarea que tiene mucho de cíclico: uno va allí para lavar lo que después va a volver a usar para volverlo a ensuciar. Así que uno remueve la suciedad para recomenzar el ciclo.

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Casella, Arengo y Minujin, en una creación colectiva.
 
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