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Sábado, 18 de agosto de 2007

“PULSO AEREO”, CONCIERTO EN EL CORAZON DE LA BOCA

Sobre acróbatas y tambores

Hoy se estrena en El Galpón de Catalinas una experiencia multidisciplinaria que combina percusión y pruebas aéreas, a cargo de los grupos Taiko, Pléyades y Aqualáctica.

 Por Carolina Prieto

Un octeto de tambores japoneses ancestrales, un cuarteto de violines electroacústicos, un trío de acróbatas aéreos: la combinación nada convencional desembarca esta noche en El Galpón de Catalinas, bajo el título de Pulso Aéreo. Sus directores lo definen como un “concierto performático”. Así lo dicen los músicos Gato Urbansky (integró la Camerata Bariloche, tocó con Seru Giran y creó un método propio de aprendizaje de instrumentos de cuerdas), Bruno Cecconi (se acercó a la percusión nipona vía las artes marciales) y la acróbata Tristana Muraro. Son las cabezas de las agrupaciones que se dan cita en esta experiencia: Aqualáctica (violines, participó del último festival vernáculo de jazz), Buenos Aires Taiko (tambores) y Pléyades (acrobacia). Desde hace cinco años, exploran la fusión de lenguajes y aseguran que llegó el momento de mostrar el resultado de la búsqueda.

–¿Cómo se originó el espectáculo?

Tristana Muraro: –En el 2001 iniciamos un laboratorio escénico con acróbatas aéreos y músicos en vivo, con mucha improvisación. Fueron una serie de encuentros que realizamos en distintos espacios hasta llegar a armar una propuesta elaborada. Por otra parte, fui alumna de Gato y siempre soñé actuar con su música.

–¿Cual es la estructura de la obra?

T.M.: –Se basa en el contrapunto entre los dos grupos. Los tambores tienen un sonido muy potente, una energía bien a tierra, que nos permite trabajar con movimientos cortos y rígidos; mientras que las melodías de los violines, sutiles, livianas, nos llevan a otra calidad de movimiento, más ligado y fluido. En la apertura y entre los temas, hay un personaje que oficia de presentador y comenta detalles de lo que va a suceder.

–¿Cómo definen la propuesta de cada ensamble musical?

Gato Urbansky: –Los violines electroacústicos que usamos en Aqualáctica tienen mucha madera, generan un sonido potente y cálido. Suenan como si fueran arpas o guitarras, que usamos como bases armónicas y rítmicas a las que sumamos las melodías con los arcos. Hacemos composiciones variadas: distintos ritmos étnicos con elementos del pop, el rock y la música clásica. Es una fusión que atraviesa distintos climas.

Bruno Cecconi: –Taiko es el nombre genérico que reciben los tambores en Japón. Etimológicamente significa gran pulso. Usamos tambores de distintos tamaños, algunos pueden alcanzar un metro y medio de diámetro. Y hacemos una gama de ritmos folclóricos de distintas regiones de ese país, bastante simples y con un sonido arcaico. Precisamente lo que me atrajo del instrumento es esa profundidad, los graves y sub-graves que maneja. Es una sonoridad poco sutil pero muy movilizante: suena el tambor y los humores del cuerpo se mueven. Además requiere mucha resistencia física.

–¿Por qué?

B.C.: –Se toca en posiciones físicas exigidas, a veces con el cuerpo agazapado. Su origen se remonta a los ritos agrarios en los que se hacía una ofrenda de energía a las deidades. Los hombres tocaban durante horas llegando al límite de sus fuerzas. Con el tiempo, ese despliegue físico se estetizó: muchos actores del teatro clásico japonés comenzaron a tocarlo, y se fue combinando con artes marciales.

Cecconi se acuesta en el piso, levanta un poco el torso y desde una posición semiinclinada –que sostiene con fuerza abdominal– percute con unos palos de madera un gran tambor que encierra con sus piernas. Otra rareza: los violines del cuarteto Urbansky (que integran además de Gato sus hijos Risco y Jaspe, junto a Lucía Garrote) no son tradicionales. Formado en Buenos Aires con los grandes maestros de la Escuela Rusa (como Szymsia Bajour y Ljerko Spiller), él buscaba un sonido cálido que no encontraba en los instrumentos electroacústicos comunes. Por eso encargó un modelo propio a su amigo luthier Fernando Scherer. ¿El resultado? Un diseño muy particular, con cierto aire moderno y a la vez antiguo, “que produce un sonido puro, lleno de armónicos”.

Colgados a siete metros y medio de altura, los acróbatas también prometen sorpresas: una suerte de danza aérea que mezcla elementos del circo (como trapecio, tela o cuerdas) y otros inventados (como una estructura en forma de prisma), y apuesta a una poética visual antes que al impacto de la técnica. “El abanico de texturas sonoras es tan amplio que abordamos distintos climas. Algunos viscerales, otros etéreos por más que siempre trabajemos en altura”, describe la intérprete. Los violinistas se ubicarán en el fondo del escenario. Adelante, casi en proscenio y con espacio para desplazarse, el ensamble de tambores. Cuentan que los encuentros realizados del 2001 al 2006, en salas como El Cubo Cultural, Surdespierto y el Galpón del Sol, fueron tan estimulantes que no temen resultar crípticos. Todo lo contrario. “Es una obra muy atractiva visualmente y fácil para el oído. Lo que hacíamos antes era aún más disparatado; pero la gente salía suspendida en el aire, como encantada”, coinciden. Así que los intrépidos ya saben: la cita es en La Boca.

Pulso Aéreo, por los grupos Buenos Aires Taiko, Aqualáctiva y Pléyades. Sábados 18 y 25 de agosto a las 22 en El Galpón de Catalinas (Benito Pérez Galdós 93). Entradas a $ 15.

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Actores y acróbatas se atreven a probar figuras y posiciones exigidas.
 
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