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Lunes, 30 de diciembre de 2013

SERIES › CAMBIO DE PARADIGMA EN LA “SEGUNDA EDAD DE ORO” DE LAS SERIES

El final de la inocencia

La última parte de Breaking Bad fue lo mejor del año que está a punto de terminar. Walking Dead, House of Cards, Treme y Masters of Sex también tuvieron temporadas notables. El colapso del sueño americano y el crecimiento de las plataformas digitales.

 Por Federico Lisica

Si Pleasantville (Gary Ross, 1998) presentó un mundo televisivo con conservadoras comedias en blanco y negro donde, poco a poco, otros colores se colaban en aquella “edad de oro” televisiva, hoy en la llamada segunda era de gloria de las series, pareciera no quedar lugar para comportamientos almibarados. Un repaso por las entregas más exitosas de 2013, y también por las que lo intentaron con menor suerte, mostrará sueños americanos descuartizados, animales políticos manchados de sangre, zombies como metáfora del vale todo, intentos de magnicidios, el repaso de la historia sexual del país del Norte y de los días en los que el Katrina dejó al país hecho polvo. Ya no queda espacio para la inocencia catódica, al menos en lo que a la ficción se refiere, pero sí para el avance irrefrenable de nuevos tótem: spoilear, showrunners, dramedy, On Demand, entre otros. Las señales TNT, AXN, Universal Channel, Fox, HBO y Warner Channel juegan a ser los “Pleasantvilles” de esta era digital. Los espectadores, por su parte, ya no necesitan controles remotos mágicos para entrar a ese universo; basta comentarlo en las redes sociales.

El final de Breaking Bad fue mucho más que el hecho televisivo del año. Pocos eventos culturales lograron lo que la creación de Vince Gilligan: desatar ese nivel de fidelidad del público a partir de una historia incómoda y compleja, que ahondó en tópicos como el narcotráfico, el individualismo, un sistema de salud insensible y la discriminación latente en los Estados Unidos. Y en el centro, su protagonista transformándose en un titiritero sádico a costa de sacrificar a su familia y de inmolar a su compañero, Jesse Pinkman. En estos 16 episodios, Walter White/Heisenberg confluyeron finalmente en el monstruo y en una extraña forma de redención. Acaso la quinta y última temporada se haya empantanado con la presentación de nuevos personajes, pero sus infrecuentes dosis de humor grueso, violencia física y mental, no defraudaron. Las plataformas digitales con su ubicuidad temporal acompañaron el éxito del programa al que parece quedarle resto. El futuro spin-off Better Call Saul –sobre el abogado de White– y Metástasis –la versión latina que emitirá Mundo Fox– explican tanto el fenómeno como el intento de aprovechar hasta el último cristal de metanfetamina azul.

La otra gran ficción del año fue House of Cards. Un drama político que muestra el costado ambicioso y oscuro del congresista Francis Underwood (Kevin Spacey). Además de la innegable y notable calidad técnica, de actuaciones y de guión, de lo seductor que son los escenarios sobre el poder corrompido, esta serie supuso un mojón en lo referente a un contenido audiovisual que surge de Internet. La gran ganadora, en definitiva, fue la plataforma digital Netflix, servicio y casa matriz de esta y otras buenas producciones, como la comedia Orange is the New Black y la terrorífica Hemlock Grove. El hecho de que un gigante web como Amazon le siga los pasos con su servicio Prime Instant Video (Alpha House, Betas) habla a las claras de este cambio de ¿frecuencia?

HBO mantuvo alta la vara con una grilla notable. De la fantasía medieval de Game of Thrones a la resolución de Treme con lo que dejó el huracán Katrina en Nueva Orleans, de The Newsroom –ficción periodística con el sello de Aaron Sorkin– a esa ópera sobre el contrabando llamada Boardwalk Empire. Una verdadera joyita de la señal fue Masters of Sex. La primera temporada de esta comedia dramática bien noir sobre la vida del sexólogo William Masters y su asistenta Virginia Johnson, generó su culto por méritos propios, sobre todo en la puesta en escena y actuaciones. Es de las que rankea alto para transformarse en la nueva Mad Men. Por otro lado, esta señal y Fox profundizaron la veta de las producciones latinas de alto rango (Prófugos, El Negocio, Cumbia Ninja, Lynch y Dos Lunas). Una bienvenida proyección internacional que puede pecar de gigantismo audiovisual, elencos disparejos y puestas en escena más cercanas a la publicidad, pero a la que le queda todo por ganar.

Los géneros fuertes también tuvieron picos de emoción. Vale mencionar a series afincadas en el terror (American Horror Story, Sleepy Hollow), en la ciencia ficción (Almost Human, Under The Dome), el suspenso y el thriller (The Following, Hostages, The Blacklist, The Killing), y las bienvenidamente anacrónicas en su formato episódico como CSI, Elementary y The Mentalist. Mención aparte para la cuarta temporada The Walking Dead, la ficción zombie sociológica que despacha personajes importantes, gambetea la fórmula, y sigue caminando.

El constante runrún, la sobreabundancia y expectativa generada sobre cada uno de los estrenos, o nuevas temporadas, también pasa factura. Entre las que dejaron un sabor incierto pueden mencionarse el año cuanto menos dispar de Homeland, la dificultad que tuvo Agents of S.H.I.E.L.D. para apropiarse del “Universo Marvel” o el clasicismo disfrazado de batería pop de Drácula. Es extraño, por otra parte, lo que sucede con la comedia. Si los’90 y gran parte del nuevo siglo encumbraron a las sitcoms, hoy la crítica habla de un estancamiento del género. Es cierto que How I Met Your Mother, The Big Bang Theory siguen teniendo éxito, que Modern Family y Mom son buenas opciones para la risa. Sin embargo, las denominadas dramedy (mezcla de drama y comedia) copan la parada en la actualidad. ¿Y qué fue Breaking Bad sino el súmmum de esta mezcla? Una última pregunta: ¿Alguien querría tener el control remoto mágico de Pleasantville para ingresar al mundo de Walter White y Jesse Pinkman?

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Breaking Bad, un fenómeno cultural.
 
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