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Viernes, 19 de abril de 2013

MUSICA › SE ESTRENO LA PUESTA DE EMILIO SAGI DE LA CELEBRE OPERA DE GEORGES BIZET

Una “Carmen” indómita y libertaria

Como otros directores de escena, el español eligió mostrar a la protagonista como un símbolo abstracto de la lucha por la libertad. Los movimientos de masas tienen una meticulosa perfección, pero en el caso de los solistas todo parece entregado al azar.

 Por Diego Fischerman

Estrenada sin éxito en 1875, Carmen ofrecía, para el público de la época, un menú difícil de digerir. Y no tanto por su personaje protagónico, al que, durante un buen tiempo, ninguna interpretación dudó en caracterizar como la misma encarnación del mal, como por el de Don José, un hombre capaz de dejarlo todo, incluyendo su honor y su virtud, para seguir a quien no duda en aceptar que sí, se trata del diablo. La relación de lo femenino con lo diabólico –y con la tentación, agravada en este caso por cuestiones raciales– viene de lejos, en todo caso, y hubo que esperar bastante para que aquello que había resultado claro para los libretistas dejara de serlo para el gusto de los espectadores. Allí es cuando comenzaron las lecturas que convirtieron a la gitana Carmen en otra clase de personaje, desde mártir que paga con la vida su lugar de mujer en una sociedad machista hasta símbolo abstracto de la lucha por la libertad.

Sagi, un profesional con años de andadura, opta por esta última posibilidad y busca jerarquizar el lado indómito y libertario del personaje. En sus propias palabras, de lo que se trata, para él, no es de una histérica de manual –y de un hombre, también de manual, que es seducido y abandonado por ella– sino del encuentro de dos mundos antagónicos: el de la moral burguesa y el que ninguna norma logra sojuzgar. En su mirada, en todo caso, pesan más las alusiones a la libertad, y en particular la frase que la heroína pronuncia poco antes de su muerte (“nací libre y libre moriré”), que su advertencia inicial, en la célebre habanera: “Si tú no me quieres, yo te quiero; si yo te quiero, ten cuidado”. Por otra parte, el director de escena elige eliminar la tensión casi insoprtable entre la intimidad de la relación sentimental y un pueblo omnipresente, con unos grandes portones que dan, a los personajes, un poco de la privacidad que el libreto les niega.

Con la complicidad de Daniel Bianco, que diseñó una escenografía sumamente funcional, que alcanza singular belleza con los cielos y contrastes en el tercer acto, y de la coreógrafa Nuria Castejón, que trabajó con Antonio Gades y construye, desde un flamenco estilizado, algunos de los momentos más logrados de la puesta, Sagi acierta en los movimientos de masas, de meticulosa perfección. En el caso de los solistas, en cambio, todo parece un poco entregado al azar y, mientras el joven tenor brasileño Thiago Arancam logra un vehemente, aunque bastante primario, Don José, y la excelente Inva Mula deslumbra con Micaela, Jossie Pérez no consigue, en lo actoral, despegar a Carmen de la mayoría de los lugares comunes con los que se la suele identificar. Y, además, en muchas ocasiones confunde independencia y seguridad con masculinidad lo que, obsta decirlo, no conviene demasiado a su personaje. En lo vocal, la portorriqueña tampoco descuella y su interpretación, exagerada por momentos, descontrolada en otros, con un timbre anónimo y un fraseo tosco, aparece destinada al olvido. Arancam, con un timbre oscuro un poco forzado, afinación casi correcta y potencia insuficiente, además de algunos problemas en los pasajes de voz, fue un Don José apenas adecuado y el Escamillo de Rodrigo Esteves estuvo cerca de un buen nivel.

Las estrellas, sin duda, fueron Mula, una soprano de timbre transparente, manejo sutil de los matices y fraseo purista, los coros, tanto el mayor como el de niños, y una orquesta que lució impecable y que fue dirigida con expresión y justeza por Marc Piollet. El vestuario de Schussheim se destacó en el cuadro de los contrabandistas y la ajustada iluminación fue un elemento más en un conjunto homogéneo y coherente aunque sumamente convencional, donde el traslado de la acción a la España de posguerra no logra dar nueva carnadura a la historia. Entre los movimientos colectivos, donde se ve una fuerte impronta coreográfica, seguramente responsabilidad de Castejón (que en este caso es también asistente del puestista), se destacó el de los niños en la escena inicial, en particular en su ronda aparentemente inocente, donde en realidad juegan tiernamente a fusiladitos y fusiladores.

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Jossie Pérez no consigue, en lo actoral, despegar a Carmen de la mayoría de los lugares comunes.
 
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