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Viernes, 19 de abril de 2013

MUSICA › MANUEL MORETTI Y LA CELEBRACION DE ESTELARES, ESTA NOCHE EN EL GRAN REX

Canciones como carta de presentación

La banda festejará sus veinte años de trayectoria con un show que promete grandes invitados y que tendrá destino de DVD. “Tocar en el teatro del rock por excelencia y grabar este material es un acto de justicia hacia nosotros mismos”, señala.

 Por Juan Ignacio Provéndola

“Siento facilidad para jugar tanto con la canción popular como con las más oscuras”, dice Moretti (en el centro).

Manuel Moretti debe ser un dolor de cabeza para los carteros que necesitan certificar la entrega. Dar con su paradero puede ser una empresa compleja, y no necesariamente tiene que ver con la agenda cargada que supone la víspera de un gran show como el que esta noche ofrecerán él y su banda en el Gran Rex. La infancia en Junín, su incursión en la UBA, el primer desembarco en La Plata, un regreso a Buenos Aires (deambulando en casas de amigos) y su experiencia en Villa Elisa se suman también a una temprana experiencia como camionero y al estado de gira permanente del rockstar. Una cartografía compleja que lo ha obligado a intimar con la única compañía fiel del trashumante: la soledad. “Siempre fui un tipo que no descansaba en ningún lado, algo que pude ordenar recién en estos tiempos”, explica el músico. “El lugar natural al que yo tiendo es a la soledad; siempre fue así, más allá de amigos queridos y de muchachas que me cuidaron. El sitio donde más feliz me encuentro es cuando compongo, o cuando me vienen melodías, leo alguna página bonita o veo una película que me gusta. Tengo una relación con lo simbólico y con lo artístico, más que con lo geográfico. A veces, quisiera volver a ser verdulero, ir de mi casa al trabajo y a la cancha los sábados. Después de tantos años de gira, mi deseo siempre es volver a casa.”

La acumulación de experiencias personales y profesionales dotó a Moretti de una historia (¿un relato?) que también es la de Estelares, su banda, aunque él prefiera distinguir “el desarrollo del grupo con el del solista que vive en mí”. Los dos, indescriptibles uno sin el otro, deciden celebrar 20 años de carrera en el teatro más emblemático de la calle Corrientes a través de un concierto que promete grandes invitados y que tendrá destino de DVD. “Tocar en el teatro del rock por excelencia y grabar este material, con 16 cámaras y muchos invitados, es un acto de justicia hacia nosotros mismos, por bancarnos y por habernos permitido estar todo este tiempo juntos. Eso es lo que merece ser festejado”, justifica el cantautor, que encontró en Estelares el carril para sus ambiciones artísticas junto al guitarrista Víctor Bertamoni y al bajista Pablo Silvera, partes de un triángulo fundamental.

–Siempre manifestó su gusto por las películas. ¿Podría definir estos veinte años en términos cinematográficos?

–En una época me gustaba relacionar varias cosas del grupo con el grado de intimidad de la carencia o del encuentro y desencuentro que ejercitaba el director John Cassavetes. Eso fue más notable en los tres primeros discos, hasta que apareció una línea más “estribillesca” en Ardimos, con canciones populares que cantan desde hinchadas de fútbol hasta señoras de 70 años en sus casas. Siento esa facilidad para jugar tanto con la canción popular como con las más oscuras o “Lado B”. El espectro es tan grande que no se me ocurre ningún director ni ninguna película que pudiera reflejarlo, porque yo tampoco sé todavía muy bien qué es Estelares.

–Hoy tocan en un teatro, como también lo han hecho en estadios, boliches, plazas y playas. ¿Cuál es el ámbito que mejor contiene la propuesta escénica de la banda?

–Uno de los que más nos gustaba era La Trastienda, porque daba el color entre lo íntimo y lo rockero, pero todo tipo de escenario te da una devolución y permite cierta manifestación de nuestro oficio. Tiene que ver también con la forma en la que te acostumbrás. Es como pasar de jugar en Reserva a Primera: aprendés a disfrutar de los nuevos espacios.

–Desde Ardimos, disco clave, editaron cada tres años. ¿Esa regularidad es premeditada?

–Tiene que ver con el tiempo de desarrollo de un disco, desde componerlo, prepararlo y ponernos en frecuencia con el material nuevo, hasta las necesidades del mundo comercial para instalarlo y hacerlo conocer una vez que está en la calle. Y en el medio también tenemos nuestros compromisos, giras y un poco de cuelgue, por qué negarlo.

–Cantaron con Calamaro, Bunbury, Fito Páez o Ale Sergi y fueron venerados por Ricardo Mollo y Skay cuando nadie los conocía. ¿De dónde viene esa habilidad para ganarse la simpatía de colegas en un medio tan vanidoso como el rockero?

–La carta de presentación fueron las canciones. Me invitan a lugares o eventos a los que no voy porque soy tímido y reacio, así que no encuentro otra explicación para explicar esos espacios en común. Viene de la melodía, los versos y de cómo suena la banda. Hay algo de la forma de componer, más allá de que demos vuelta por el pop, que arranca con una especie de melódico tanguero fuerte, atravesado por el rock. Eso hizo que logremos un registro propio que, por lo visto, ha gustado a muchos colegas.

–En Twitter agita mucho y baja línea de una forma más frontal que en sus canciones. ¿Siempre tuvo inquietudes políticas?

–Tengo 47 años y muchas preguntas. Hago revisionismo histórico para saciar mis dudas. Fue muy angustiante la sensación de vivir en un lugar donde lo que te dicen es mentira, y en ese sentido la gestión actual me dio un poco más de pertenencia. Pero no tengo voluntad kirchnerista; soy un librepensador. Lo que hago en Twitter es disparar sensaciones que me agarran, pero a veces me enrosco tanto que siento que lo mejor es retirarse de esos ámbitos.

–Juzgó a Rimbaud de genio por su capacidad de ofrecer nuevas estructuras para la cultura. ¿Encuentra esa habilidad en alguien de nuestro tiempo?

–Soy haragán para asistir a cosas nuevas; tiene que venir un amigo a ponerme algo en la mesa, y aun así puedo tardar en mirarlo. Así me pasó con Wilco, por ejemplo. El Soldado me trajo un disco y tardé tres años en escucharlo. Me copó y terminó siendo una gran influencia a la hora de componer. Pero soy muy medular: me cuesta conmoverme con cosas que no son descantonadas o que tienen ornamentación en exceso.

–En el último video de Estelares juega a la ruleta rusa. ¿Sintió algo similar a lo largo de su carrera?

–Sí, desde luego. No fue casual esa intervención. La intención era jugar con la vida, y a la vez no, porque detrás de eso se esconde también un deseo. Yo comencé haciendo canciones en una etapa muy pesada de mi vida, que terminó con algunos versos y melodías, aunque podría haber terminado en cualquier otro lado. Otra etapa similar fue cuando me mudé a Buenos Aires, a fines de los ’80. Estaba literalmente volado, con situaciones de verme perdido en la calle. Bah, me veía la gente, porque yo ni me acuerdo. Lo mismo cuando salió Ardimos, en 2003: tenía 35 años, ni un mango en el bolsillo, y vivía de prestado en lo de algunos amigos. Juanchi Baleirón nos había producido el disco, pero tardó como tres años en salir. Lo único que contenía mi ansiedad y mi desesperación era componer y escribir. Puede parecer gracioso, pero podría haber perdido la cabeza, la vida. Todo. En función de eso, creo, es que quise hacer ese video, aunque también es un homenaje a El Francotirador, de Michael Cimino.

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