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Sábado, 20 de abril de 2013

MUSICA › TOMAS LIPAN Y RUBEN PATAGONIA ACTUARAN JUNTOS POR PRIMERA VEZ

“Los dos hemos caminado la tierra”

Exponentes del folklore de la Argentina profunda, uno del Norte, otro del Sur, concretarán su juntada esta noche en el Teatro Sha, bajo el título de América Parda, en honor al libro del coplero Dardo del Valle Gómez. La excusa es la conmemoración del Día del Indio Americano.

 Por Cristian Vitale

Es que América es su pacha...
preñez encubierta
en sus coplas...
en curvas de tinajas...
Para el indio todo...
Y para el resto...
nada...


Dardo del Valle Gómez


Dos potencias se saludan. Una baja del norte, con sus huaynos, vidalas, carnavales y tonadas en la cuesta de su historia. Es, de entre la vasta región del NOA, una de sus figuras más trascendentes. Mestizo, sangre española y coya fundidas, y nacido hace 65 años en Purmamarca, tiene detrás una participación inicial en Sones de América –grupo de música indoamericana de la década del setenta– y un devenir de cantor solista que sucede entre las primeras horas de 1980 y hoy: más de treinta años, unos ocho discos y trueque de talentos con otros de su linaje como Jaime Torres y Fortunato Ramos, por nombrar dos. La otra sube del sur y, aunque ahora viva en Córdoba, lleva el latido de la Patagonia en su hacer también musical. Nacido hace 56 años en Comodoro Rivadavia, Chubut, porta en su sangre mestiza una mezcla criolla y tehuelche. Y en los kaanis y lonkomeos, esparcidos entre sus nueve discos a la fecha, se escuchan retumbos de Epuyén González, Marcelo Berbel y Hugo Giménez Agüero, atravesados por una nueva raíz: el rock según Almafuerte, León Gieco o Flavio Cianciarullo. Tomás Ríos y Rubén Chauque se saludan fuerte, entonces, y, en carácter de Lipán y Patagonia, se preparan para dar un concierto juntos, por primera vez. “Es un mandato que viene de la tierra, en algún momento nos teníamos que juntar”, principia Patagonia, mientras Lipán recuerda una instancia previa que no llegó a juntada pero anduvo cerca. “Eramos pendejos y a los dos nos llamaban para tocar en el Festival del Cordero. Nos cruzábamos, sí, pero cada uno volvía a su fogón”, refiere y ahí queda.

La juntada se concretará entonces hoy a las 21.30 en el Teatro Sha (Sarmiento 1551), bajo el título de América Parda, en honor al libro del coplero santiagueño Dardo del Valle Gómez, y la excusa es la conmemoración del Día del Indio Americano, establecido en 1940 durante el primer Congreso Indigenista Interamericano celebrado en Patzcuaro (México) con el fin de salvaguardar y perpetuar las culturas originarias del continente, aymara y tehuelche en el caso de Lipán y Patagonia. “Vamos a hacer cada uno las cosas propias, desde nuestra tierra, y desde ese lugar nos vamos a juntar, naturalmente. Yo pienso que es un buen momento para demostrarle a la gente que el canto, más allá de las regiones, es unión. Hermanados vamos a encontrar muchas cosas para un futuro mejor, con posibilidades para todos, y eso lo tiene que ver la muchachada para poder sobrevivir a esta sociedad tan dominante. La cosa es esa y no el marketing, ¡si a mí me maneja mi señora!”, sonríe Patagonia. “Cuando me llegó la propuesta pensé ‘somos hermanos de sangre, nos queremos como hermanos, ¿por qué no?, encantado, ningún problema’. El recital se va a armar desde el corazón, sin ninguna estructura premeditada, clásica... será lo que a ambos les nazca desde adentro, desde lo mamado en los antepasados”, extiende Lipán y entonces hay que pensar la juntada como la suma de esas dos potencias mestizas que se saludan y se quieren, pero hacen cada una lo suyo (“Me gusta Jujuy cuando llueve” y “A qué volver”, entre los infaltables del NOA; “Aoniken” y “Cacique Yatel”, entre los inevitables del sur profundo) más que como una fusión. “Aunque tal vez al final cantemos algunas cositas juntos, seguro va a nacer así, espontáneo y desde la sangre”, avisa el jujeño.

–¿Por dónde pasaría lo central de la confluencia, entonces?

Rubén Patagonia: –Por el hecho de resaltar el paisaje donde está el hombre, el entorno cosmográfico del hombre campesino, de eso hablan nuestras canciones. ¿no?, del hombre originario, porque ahí está todo. Son buenos tiempos para hablarle a la gente, pero fundamentalmente a la muchachada. El hecho de hermanarnos, más allá de las distancias, es un buen mensaje.

–Ante las distancias no sólo geográficas sino estéticas que existen entre las regiones que ustedes representan, porque cada una tiene sus expresiones específicas...

R. P.: –Sí, claro, pero también ocurre que cuando yo voy a la quebrada me siento como en casa, con la misma energía que emana de la Pachamama, y creo que ancestralmente la cordillera nos ha unido entre pueblos originarios. De hecho, en el recital mostramos aerófonos que tienen total relación con instrumentos del altiplano. Me refiero a la trutruca patagónica, que es similar al erke andino, ¿no?

Tomás Lipán: –Ambos instrumentos tienen un sonido muy profundo, sí. La conexión entre las músicas es una evidencia... yo escucho a Rubén y me pega en el corazón, porque el sentimiento es el mismo. Igual, a mí me cuesta cantar una cosa del sur, porque son expresiones y maneras distintas, eso es cierto. Yo he mamado la copla, el bailecito, la cueca o el carnavalito, y no me saques de ahí, o de la zamba, que es universal, pero el loncomeo me cuesta.

–Otra conexión podría ser que ambos cantan fuerte. Bien fuerte...

R. P.: –En mi caso, siempre digo que no canto lindo pero canto fuerte, porque el viento de la Patagonia me enseñó a cantar así. Pero además hay toda una historia del hombre de la Patagonia desde la llegada de la “civilización”, que hizo que el pueblo tehuelche desapareciera casi por completo... los “conquistadores” mandaban matar y había que cortarle a la gente las orejas, el corazón, los testículos y los senos para que fueran investigados científicamente... una locura. Entonces, esa gente silenciada se ha quedado trágicamente y cuando salen a flote esos silencios, yo creo que hay que gritarlos, porque son silencios que todavía duelen mucho. Hay que pegar gritos por esos silencios.

–Lipán, usted también canta fuerte, pero la quebrada no es Comodoro, no prima el viento. ¿Es la rebeldía también?

T. L.: –La quebrada es otra cosa, claro. Hay silencio y los cerros van haciendo de anfiteatros naturales... y por eso hablamos bajito, porque nuestro canto se escucha desde lejos. Pero a mí me han obligado a cantar fuerte en las reuniones, porque antes no había micrófonos, amplificadores, nada, y entonces había que subirse a las mesas y gritar para que todo el mundo escuche. En los carnavales, me subía a la mesa con mi bandoneón y cantaba fuerte. Yo nunca estudié canto o instrumentos, aprendí mirando y escuchando, y eso es rebeldía también.

–En el caso de Rubén aparece un plus que no está en usted, Tomás: el rock. ¿Se bifurcan en este sentido?

R. P.: –No creo, porque los dos tenemos el legado que nos da la tierra, el nehuén, la Pachamama, eso de cantar por esa fuerza que viene de abajo. Y es un legado que tenemos que dejarle a la muchachada, no importa que sea rockera o folklórica, porque hoy día vieron cómo está el folklore... mucho bolero, eso. Lo interesante es que con Tomás hemos pasado muchos años de nuestras vidas caminando nuestra tierra, conociéndola, y por eso es que uno canta con fundamento, más allá de las voces y los géneros. Mi sangre mestiza me ha llevado a resistir un modelo que hoy día se expone en los grandes festivales, donde te dicen “tenés que cantar otra cosa, porque problemas tiene todo el mundo, y acá la gente viene a divertirse”. Pero yo tengo la convicción de cantar por mi gente y acá está todo. Acá y en el nehuén, que es la fuerza de la tierra.

–¿Qué pasa con los grandes festivales?, ¿qué postura tienen respecto de ellos...? A Lipán se lo ve poco en Cosquín y a Patagonia, siempre

T. L.: –Yo estoy poco, cierto. No tengo representante y el ciento por ciento de las actuaciones aparecen por el celularcito que tengo ahora (risas)... yo soy muy tímido y no voy a llamar a ningún festival para que me contraten. Por ahí me llama algún chango de Salta o de Jujuy, y voy, pero no voy a los festivales, me gustan las cositas sencillas. Los grandes festivales me dan cosa: hay mucho manoseo con los artistas que vienen de abajo, ¿no? E incluso yo conozco muchos artistas que han venido de abajo y, cuando llegan arriba, pisotean a los que están detrás... eso no me gusta. Sufro mucho. Además, los que organizan esos festivales siempre están dependiendo del artista consagrado, de la figura de la noche, y los demás se van desmoralizados porque no los dejaron cantar, o cantó medio tema, o lo cortaron, o el sonido estuvo mal. No es mi deseo estar ahí.

–Ahí donde se lo ve habitualmente a Rubén Patagonia dando batalla.

R. P.: –(Risas.) A ver, yo, el camino en el que estoy enmarcando mi música y mi poesía es la tierra. Y la Patagonia, en ciertos aspectos, siempre está postergada, relegada. Entonces me fui de Comodoro, dejé un laburo, una obra social y un sueldo, y salí a andar, porque nunca me iban a ir a buscar a Comodoro. Por eso estoy siempre, porque antepongo ante todo estar, no para ser famoso, sino para difundir el legado de Berbel, de Giménez Agüero, de Luis Rosales, en fin, el legado de la música patagónica que todavía no está en esos festivales. Digo que si no fuera más a Cosquín le cortaría la posibilidad de ser difundidos a los que vienen detrás de mí. La Patagonia tiene su expresión, su canto, sus danzas y es bueno que se muestre en un ámbito como Cosquín.

T. P.: –Me acuerdo de que una vez estaba viendo por televisión el festival. Y justo entró Rubén antes del artista principal y mientras la gente gritaba por la figura, él, con una altura total, le explicó la música que traía, el sentido de la misma, y terminó ovacionado. Hay que tener mucho adentro para aplacar la ansiedad de un público que esperaba a la estrella. Eso es Cosquín y tiene razón Rubén en querer estar no por él, sino por su región, por sus músicos y artistas, porque la música patagónica es maravillosa pero no está tan visible como debería estar.

–¿El recital será algo puntual o tienen pensado presentarlo en otras partes?

R. P.: –La pretensión es poder recorrer todos los lugares del país que se pueda, y creo que ya hay interés para que vayamos a Chubut, Jujuy y Córdoba. Sería muy importante que esto prosiga, sí, porque hay mucho en común pese a las enormes distancias. Lipán, sin ir más lejos, es una palabra mapuche que quiere decir brazo, y de alguna manera llegó hasta el norte, ¿no?

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Lipán es de Purmamarca, Patagonia es chubutense. “Hay mucho en común pese a las enormes distancias”, coinciden.
Imagen: Pablo Piovano
 
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