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Domingo, 3 de mayo de 2015

MUSICA › PIERRE-LAURENT AIMARD TOCARA OBRAS DE GYÖRGY LIGETI EN EL TEATRO COLON

Para extender los campos de visión

El notable músico interpretará los Estudios para piano, de los que su autor decía que eran la transformación de lo inadecuado en profesionalismo. “Me atrae lo nuevo, pero siempre sin dejar de lado lo que construye la tradición”, afirma el pianista.

 Por Diego Fischerman

“Mis Estudios para piano son fruto de mi propia falta de habilidad con ese instrumento”, escribía György Ligeti en las notas para el tercer volumen de la integral de sus obras planeada en los ’90 por el sello Sony y concluida más adelante en Teldec. Allí se incluían los dos primeros libros, completados respectivamente en 1985 y en 1993, más una pieza de un tercero en curso, que Ligeti, fallecido en 2006, no llegó a concluir. Y, también, una serie de piezas escritas en su juventud, Musica ricercata, compuesta entre 1951 y 1953. El pianista, a quien el compositor dedicó sus últimas composiciones para ese instrumento, era Pierre-Laurent Aimard. Los Estudios funcionaban como una bisagra en la obra de Ligeti pero, también, en la historia de la música. Y la versión de Aimard se constituía en un nuevo hito de la interpretación. Hoy, a las 17, obra y pianista volverán a estar juntos y lo harán en el Teatro Colón.

“Cézanne tenía problemas con la perspectiva”, argumentaba Ligeti. “Pero cuánta maravilla había en su armonía del color, en esa geometría cargada de emoción, con sus curvas, volúmenes y desplazamientos del peso. Eso es lo que yo intenté: la transformación de lo inadecuado en profesionalismo. Dejé descansar mis diez dedos en el teclado e imaginé música.” Entre las fuentes declaradas por el compositor estaban las polirritmias de la música de Africa central, algunos pianistas de jazz como Bill Evans y Thelonious Monk, las “perspectivas imposibles” de Mauritz Escher y los laberintos de Jorge Luis Borges. La música, asombrosa, recupera un aspecto lúdico que mucho del arte del siglo XX había perdido. Encuentra en el virtuosismo un principio constructivo totalmente alejado de la frivolidad o la mera exhibición. Y recupera al ritmo para una modernidad que, en el campo de las músicas de tradición académica, había tendido a difuminarlo, lavarlo y hasta negarlo. Ligeti relee a Béla Bartók. Relee al jazz y otras tradiciones populares. Y, sobre todo, relee a las vanguardias, de las que había formado parte, aunque siempre con una pizca de distancia y espíritu crítico, además de una fulminante originalidad.

Formado en el conservatorio de Lyon, su ciudad natal, Aimard estudió más adelante con Yvonne Loriod, la mujer y pianista fetiche de Olivier Messiaen, y en 1973 ganó el premio de música de cámara del Conservatorio de París y el primer premio en la Competición Internacional Olivier Messiaen. En 1977, por invitación de Pierre Boulez, integró el Ensemble InterContemporain y, desde entonces, ha tocado regularmente como solista y junto a las mejores orquestas y directores, ha grabado versiones de referencia de la música para piano de Messiaen (incluyendo la parte solista de la Turangalila Symphony, en el extraordinario registro de la versión corregida por Messiaen en 1990, conducido por Kent Nagano en 2000), Claude Debussy y Wolfgang Mozart, de las composiciones para teclado de Johann Sebastian Bach y de los conciertos para piano de Ravel (con Boulez) y Beethoven (con Nikolaus Harnoncourt), además de estrenar obras como el Concierto para piano “Le Désenchantement du Monde”, de Tristan Murail.

“Siempre he tocado música antigua y actual, es la manera en que he sido educado, la forma en la que comencé a dar conciertos y la manera en la que siempre he planeado mi vida”, decía Aimard al diario El País, antes de tocar en Madrid. “Me atrae lo nuevo, pero siempre sin dejar de lado lo que construye la tradición. No soy un especialista en la música actual que vuelve atrás en la historia, sino que continúo con mi intención de extender mi campo de visión y expandir los territorios que he ido descubriendo a lo largo de mi vida.” Consciente de los cambios en los paradigmas interpretativos provocados por las prácticas “históricamente informadas” y por el uso de instrumentos originales o reproducciones, afirma: “Cuando decidí tocar Bach en un instrumento como el piano moderno, había que adaptar esta música a la realidad del instrumento. El piano tiene una serie de cualidades que puede brindar. Glenn Gould encontró una verdad en esta música que es increíblemente diferente de lo que se había hecho hasta ese momento”.

Familiarizado con el repertorio actual, Aimard no cree que haya un divorcio con el público de música y, en todo caso, desdramatiza la cuestión. “A la sociedad le cuesta trabajo incorporar lo nuevo, pasa con el pensamiento y con la ciencia. Hacen falta un par de generaciones para asimilar esos descubrimientos”, reflexiona. “Liszt decía en su libro sobre Chopin que el polaco era un gran revolucionario, pero que no mucha gente entendía su obra. Sin embargo, una generación después, desde el ámbito académico, comenzaría un movimiento de comprensión y asimilación de su legado. Los estudios de Ligeti, que se compusieron en los ’80, se están llevando ahora a concursos y los jóvenes pianistas los están interpretando en los conservatorios.” No obstante, es sumamente crítico con la educación actual. “Lo que pasa en la mayoría de Europa, que fue el núcleo para esta música hasta hace algunas décadas, es un desastre en cuanto a la educación en las artes. Y estamos viendo los buenos resultados de otros países que han invertido en educación musical. Es el caso de Finlandia, un pequeño país que está dando una gran generación de músicos; o Japón, un lugar que ahora tiene un abanico de conciertos de extraordinaria calidad y un público fenomenal que ama la música, fruto de una buena educación cultural, como en su día tuvo Hungría, que dio una importante generación de grandes músicos.”

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Aimard no cree que haya divorcio entre repertorio actual y público.
 
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