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Viernes, 9 de septiembre de 2005

MUSICA › IVAN LINS TOCA HOY CON SU GRUPO EN BUENOS AIRES

“Los grandes enemigos son los políticos”

El compositor de canciones como “Madalena” o “A nuestros hijos”, que fueron cantadas por artistas como Elis Regina o Ella Fitzgerald, rescata el momento en que empezó como “irrepetible” y echa la culpa de la disminución del consumo cultural brasileño a “la mediocridad de los ministros”.

 Por Diego Fischerman

Todas las historias se parecen. Y todas son, claro, diferentes. Lo que une a Ivan Lins con varios de los autores brasileños más importantes de su generación es que una cantante de poco más de metro y medio de altura, que movía los brazos como un helicóptero y lograba el milagro de unir la tesitura de una contralto con el timbre transparente de una soprano, cantó una de sus canciones y la hizo famosa. La cantante era Elis Regina y la canción se llamaba Madalena. Pero lo que diferencia a Ivan Lins de sus colegas es algo que bien podría ser entendido como una dualidad de origen. Nacido en Río de Janeiro y educado en Boston, en su estilo están tan presentes el jazz como la bossa nova y los lenguajes surgidos a su sombra –o en contra de ella–.
“Mi generación llegó cuando ya había un terreno ganado; cuando ya había una música brasileña poderosísima y bella. Y eso provoca una vocación inequívoca por el arte, por la música, por la creatividad. Las ganas de hacer lo que uno hace nacen de las ganas colectivas, en gran medida. Hubo un momento que creo que fue irrepetible, en que había una gran libertad, un gran deseo por hacer cosas nuevas y, al mismo tiempo, un gran respeto por nuestros maestros, que estaban allí nomás. Crecer con la tutela de Joao Gilberto y de Tom Jobim no es poca cosa. Además, en muy poco tiempo sucedió de todo: la bossa nova, el tropicalismo, la MPB (música popular brasileña), una manera de hacer canciones que registraba la influencia de los Beatles y, después, del jazz, pero que seguía sonando brasileña”, dice Lins, que hoy a las 21.30 actuará en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125).
–¿Qué es lo que hace que ese momento sea irrepetible?
–El cambio en la educación. Los grandes enemigos son los políticos. Cuando yo empecé, alguien del pueblo podía comprar mis discos. Y de hecho lo hacía. Canciones de lenguaje muy elaborado, compuestas por Caetano, o por Edú Lobo, o por mí, tenían un alcance y una posibilidad de masividad hoy impensables. Eso no me perjudica tanto a mí, porque yo ya soy conocido. Pero un joven que empieza hoy tiene muy pocas posibilidades si hace algo que se aleja de lo que los medios masivos de comunicación programan con exclusividad. Pero esa homogeneización tiene que ver con la falta de políticas culturales y con la mediocridad de los políticos y, en particular, de los ministros de Cultura.
–El hecho de que el actual ministro de Cultura sea Gilberto Gil, precisamente un músico fundamental de la MPB, ¿no cambia las cosas?
–No las cambia en absoluto, porque él puede pensar qué cosas deberían hacerse y podríamos charlar y estar absolutamente de acuerdo, pero después eso cae en el territorio de las políticas oficiales y no se hace nada, o se hace mal, y todo queda en declaraciones y discursos. Yo no creo que sea sólo una cuestión de nombres. Gilberto Gil podría o no ser la persona más adecuada, pero si no hay un sistema que permita que esas ideas, en el caso de que sean buenas, puedan llevarse adelante, nada sirve de nada. Puras declaraciones vacías.
–Usted es intérprete además de autor. Canta sus canciones y también las escucha cantadas por otros. ¿En qué medida son suyas y en qué proporción de quien las interpreta?
–Parte de la magia de la canción popular es esa. Que las canciones, una vez que salen de la cabeza de alguien, son un poco de todos. Hay algo, una esencia, que persiste en todas las versiones, por más sorprendentes que sean. Eso, en todo caso, es lo que pertenece al autor. Pero tampoco es que le pertenezca en el sentido de propiedad. Es algo que él ha lanzado para que estimule, para que provoque cosas en el intérprete, para que lo lleve a hacer su propia música. Las canciones viajan, de unas personas a otras. Incluso los miles de versiones no profesionales, las veces que alguien tararea en el baño o en la oficina algo que escuchó por ahí, o, también, esa canción que se ama, la canción cambia. Sigue siendo la misma porque en su esencia está también esa capacidad para ser de todos. Pero es, también, otra nueva.
–Usted ha tenido contactos frecuentes con el mundo del jazz. Y mucho público de jazz considera que su música está dentro de ese universo. ¿Qué cree que es hoy el jazz?
–No es un estilo, seguro. Pienso que hace unos años, todavía, podía decirse que el jazz era una música que tenía ciertas escalas, que se improvisaba de determinada manera, que tenía ciertos ritmos. Pero hoy ya no es así. Me parece que es como una lengua que nos permite hablar a músicos de muy distintas culturas cada vez que queremos desarrollar una música con énfasis en lo instrumental. Después, simplemente depende de dónde se esté haciendo una música y de quiénes la escuchen para que se lo considere jazz o no. Si toco en un club de jazz y me escucha un público de jazz, es posible que lo mío sea jazz. Si no, no.
–¿Hubo relaciones musicales que transformaron su manera de componer?
–No sé si hablar de transformaciones; sí, seguramente, de cambios de punto de vista. Elis Regina, es decir escuchar una canción mía cantada por ella, me abrió un camino, por ejemplo. Una vez que uno sabe que algo puede ser cantado y que puede sonar como sonaba algo cuando lo cantaba ella, es inevitable que uno empiece a pensar teniendo en cuenta esa posibilidad. Y, por supuesto, es muy importante la relación con el poeta Víctor Martins, a quien conocí en 1973. Con él he hecho infinidad de canciones y, por supuesto, imaginar sus palabras hace que las músicas sean distintas de como serían sin esos textos.
–Antes hablaba de cómo cambió Brasil en los últimos años, con respecto a la música. ¿Cómo cambió usted?
–Uno no es muy consciente de los cambios. Hay rumbos que se buscan y otros que no; que aparecen, simplemente. Y a veces uno no los ve mientras eso sucede sino mucho después. Creo que cada vez tengo más músicas en mi cabeza y que eso, inevitablemente, se nota en mis canciones.

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“Las canciones, una vez que salen de la cabeza de alguien, son un poco de todos”, dice Ivan Lins.
 
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