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Domingo, 3 de diciembre de 2006

MUSICA › SE CUMPLEN 25 AÑOS DE LA MUERTE DE JAIME DAVALOS

Aquel gran soñador de historias

Su poesía marcó un antes y un después en el folklore argentino. Por primera vez se publicarán las obras completas del poeta salteño, muchas hasta ahora inhallables.

 Por Karina Micheletto

“No quiero endurecerme, ay, no lo quiero, ni ser mi padre ni tener sombrero. Quiero ser un cantor enamorado, andar como los bichos en la leña, llevar como una novia mi pobreza, y morirme del gusto y del capricho, de ser un animal que canta y sueña”, dijo Jaime Dávalos en su canción “Un animal que canta y sueña”. Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre que cantó y soñó con intensidad, y describió con belleza no sólo el paisaje que amó, también a los hombres que lo habitan. Podría decirse que vivió como quería. Hoy se cumplen 25 años de la muerte de este poeta fundamental del cancionero, salteño hasta la médula, creador de hitos que marcaron un antes y un después en el folklore argentino.

Los homenajes (esos de los que Jaime se reiría, dicen sus familiares) parecen no alcanzar cuando ocurre lo que con muchos: su obra poética es hoy inhallable, dispersa en ediciones añosas de escasa tirada que ni los propios familiares lograron guardar en forma completa. Claro que obras como “Tonada del viejo amor” o “Canción del jangadero”, por citar algunas de las más bellas y conocidas, siempre estarán a mano en cualquier guitarreada, aunque no se sepa que son de Dávalos, quizás el mayor anhelo de un artista popular. Este aniversario redondo trae una buena noticia: la publicación, por vez primera, de sus Obras completas, que estarán listas en unos días. Y la reedición de su disco El nombrador y de Dávalos por Dávalos, donde Julia Elena rescata parte del cancionero de su padre.

En un trabajo de recopilación que reunió a sus siete hijos y a su última esposa, María Rosa Poggi, la preparación de las Obras completas llevó a sus familiares hasta a recordar letras que el salteño nunca había volcado al papel, pero fueron guardadas en la memoria por tradición oral, como la “Zamba a Carlos Paz” (con letra completada por su hija Julia Elena) o el romancillo “Asunción la bordadora”. “La poesía importante de Jaime estaba en libros que nunca nos llegaron; el primero, Rastro seco, no lo encontrábamos por ningún lado, hasta que María Rosa (Poggi, su última esposa) consiguió una fotocopia”, cuenta Julia Elena. La tarea de “rejuntar estrellas” de la familia se hace más ardua por la condición de “saltimbanqui divino” de Dávalos, alguien que se burlaba de los currículum y nunca se preocupó por dejar asientos formales de su obra. “Esta edición va a servir para que la poesía de papá vuelva a darse a conocer, porque mucha gente tiene la memoria de Suramérica, o de los temas más famosos, pero no conocen la obra en toda su profundidad”, se alegra la cantante.

La edición, con prólogo de Eduardo Falú, estará lista en pocos días, en dos tomos, a cargo de la Fundación Salta. El primer tomo incluirá la obra poética completa: Rastro seco (1947), El nombrador (1957), Poemas y canciones (1959), Solalto (1960), La estrella (1967), Cantos rodados (1974) y Coplas al vino (1987), entre otros poemarios y cancioneros. La edición también incluirá un libro con versos y canciones inéditas, y rescatará las tapas originales de los libros, con dibujos de Carlos Alonso y del mismo Dávalos. El segundo tomo buceará en la vida de Dávalos con fotos, disertaciones y artículos periodísticos.

Jaime Dávalos tuvo siete hijos: Julia Elena, Luz María, Jaime Arturo y Constanza, de su primer matrimonio con Rosa, y Marcelo, Valeria y Florencia del segundo matrimonio con María Rosa Poggi. De una manera u otra, todos se mantuvieron ligados a la música y al arte, continuando la tradición de una familia de artistas fuertemente marcada por la figura de Juan Carlos Dávalos, padre de Jaime y figura destacada de la literatura argentina.

Florencia, la menor de sus hijos (tenía 11 años cuando su padre murió), guarda recuerdos de un patio gigante en Zárate, adonde Jaime era un chico más jugando a las escondidas (nada de darles ventaja a sus hijos, nunca se dejaba encontrar) o hacía lucir sus oficios de titiritero y alfarero en tardes dedicadas a las artesanías. Recuerda, también, un proyecto que llevaba el sello de su padre y que marcó a la familia: el de la construcción de una casa en El Encon, cerca de Salta capital. “Fueron años construyendo esa casa, que era su reducto, yendo y viniendo de Zárate a Salta. Mientras la construía, vivíamos en un rancho, abajo del cerro”, cuenta Florencia. Allí, cuenta María Rosa Poggi, quien lo acompañó en aquel sueño, Dávalos quería levantar “El alto de las artesanías”, un lugar que pudiera propiciar la reunión de artistas de todas las disciplinas. Le había pedido ese terreno aislado al gobierno de Salta, que en ese momento estaba adjudicando lotes. El mismo Dávalos lo cuenta en una biografía publicada en la revista Cuestionario: “Recuerdo la impresión que causó que yo me dirigiera al gobierno en verso. No faltó un pinche que me contestara: ‘No corresponde hacer lugar al pedido, por no ser de estilo su nota’. Y tuve que hacer la nota en prosa. Había lotes cerca de la ciudad, y arriba del cerro. Yo elegí entonces arriba del cerro, porque a mí me gusta la gente, no de los arrabales sino de más afuera: los pequeños arrenderos que están solos, arriba, sin sindicatos ni nada: en el aire”.

Su comprovinciano Falú recuerda la forma en que nació su famosa dupla con Dávalos, con la “Zamba de la Candelaria”, que ahora se reconoce como un hito del cancionero, por la revolución poética que significó: “Estábamos acostumbrados a esas letritas pintorescas del folklore, que no decían nada. Jaime empezó a decir otras cosas y a usar figuras muy nuevas, que impactaron en la gente, y me impactaron a mí”, cuenta el guitarrista. A 25 años de la muerte de Dávalos, aquellas nuevas letras siguen sorprendiendo.

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Dávalos, una figura que vuelve a ser rescatada.
 
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